Si los hombres se cansaran de pecar, Dios no se cansaría nunca de
perdonar.
Domingo 23 ordinario 011 A
No sé dónde he oído esa frase, pero alguno de mis lectores sabrá quién la haya
dicho, y les recomendaré que me acerquen a su autor, pues el texto de Mateo 18,
que hoy la Iglesia presenta a la comunidad católica nos habla de tres situaciones
que la misma Iglesia tiene que afrontar: la corrección fraterna, el perdón en la
comunidad y el gozo de saber que la oración comunitaria es el medio con el cuál
nosotros podemos llegar directamente al corazón de nuestro Dios, para encontrar
remedio y fortaleza para nuestros males.
Todos sabemos, porque lo estamos viviendo, que la violencia y la muerte se ha
enseñoreado de nuestras plazas, ciudades y lugares de diversión y esparcimiento, y
nada haríamos con esconder la cabeza bajo tierra como el avestruz, y pensar que
mientras a nosotros no nos toque, todo estará bien. Es el momento de fincar a
Cristo en el centro de nuestras familias, pues ahí se están gestando los santos, los
defensores de la humanidad, o los grandes criminales que asolan y asedian a los
pobres, los inocentes y los débiles. ¡Sólo Cristo salva! Los papás no pueden dormir
tranquilos mientras los jóvenes vagan de noche por los antros y los bares, poniendo
en peligro sus vidas jóvenes, tal como se los decía el Papa a los jóvenes en la
Jornada juvenil en Madrid que acaba de terminar:
“Sí, queridos amigos, Dios nos ama. Ésta es la gran verdad de nuestra vida y que
da sentido a todo lo demás. No somos fruto de la casualidad o la irracionalidad, sino
que en el origen de nuestra existencia hay un proyecto de amor de Dios.
Permanecer en su amor significa entonces vivir arraigados en la fe, porque la fe no
es la simple aceptación de unas verdades abstractas, sino una relación íntima con
Cristo que nos lleva a abrir nuestro corazón a este misterio de amor y a vivir como
personas que se saben amadas por Dios”.
Ese Cristo que anuncia el Papa es el que está haciendo falta en nuestras familias,
en nuestra sociedad y en sus instituciones. Lo demás será quejarnos amarga e
inútilmente de nuestra suerte. Mientras desenmascaramos el mal, dejemos que
Cristo se convierta en el que enjugue nuestras lágrimas y nos lleve por caminos de
paz y de amor.
El Cristo de Mateo es un Cristo que habla de desatar y casi nunca de atar, pues
Cristo sabia perdonar, atraer y llevar tras de sí a los que se le confiaban y ese
tendrá que ser el camino de la Iglesia si quiere ser fiel a su Señor, atraer a todos
los hombres al corazón de Jesús, pero por sendas de verdad, de amistad, de paz,
de consuelo y de justicia.
Y sobre la oración de la comunidad, no puedo olvidar esos grandes verbos que son
como la clave única para abrir el corazón de nuestro Dios y que el mismo Cristo
nos ha descubierto: pedir, tocar, y buscar, y encontraremos respuesta de nuestro
Buen Padre Dios, sabiendo que Cristo empeñó toda su autoridad cuando dijo:
“Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos”. Qué
más promesas queremos, qué más consuelo podemos pedir que saber que Cristo
Jesús está cerca de los suyos, de los que sufren, de los enfermos y de los que
luchan por encontrarse con la paz, con la justicia y la fraternidad.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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