EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Evangelio según San Lucas 5,1-11.
En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la
Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret.
Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y
estaban limpiando las redes.
Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un
poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca.
Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: "Navega mar adentro, y echen las redes".
Simón le respondió: "Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado
nada, pero si tú lo dices, echaré las redes".
Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de
romperse.
Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a
ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: "Aléjate de mí,
Señor, porque soy un pecador".
El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de
peces que habían recogido;
y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de
Simón. Pero Jesús dijo a Simón: "No temas, de ahora en adelante serás pescador
de hombres".
Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.
Leer el comentario del Evangelio por
Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897), carmelita descalza, doctora de la Iglesia
Manuscrito autobiográfico A, 45 v°-46 v°
«No temas, desde ahora estos son los valientes que escoges»
Aquella noche de luz (de Navidad, a los catorce años) comenzó el tercer
período de mi vida, el más hermoso de todos, el más lleno de gracias del cielo...
Yo podía decirle, igual que los apóstoles: «Señor, me he pasado la noche
bregando, y no he cogido nada». Y más misericordioso todavía conmigo que con los
apóstoles, Jesús mismo cogió la red, la echó y la sacó repleta de peces... Hizo de
mí un pescador de almas, y sentí un gran deseo de trabajar por la conversión de los
pecadores, deseo que no había sentido antes con tanta intensidad...
También resonaba continuamente en mi corazón el grito de Jesús en la cruz:
«¡Tengo sed!» ( Jn 19, 28). Estas palabras encendían en mí un ardor desconocido y
muy vivo... Quería dar de beber a mi Amado, y yo misma me sentía devorada por
la sed de almas...
Y para avivar mi celo, Dios me mostró que mis deseos eran de su agrado.
Oí hablar de un gran criminal que acababa de ser condenado a muerte por
unos crímenes horribles. Todo hacía pensar que moriría impenitente. En el fondo de
mi corazón yo tenía la plena seguridad de que nuestros deseos serían escuchados.
Pero para animarme a seguir rezando por los pecadores, le dije a Dios que estaba
completamente segura de que perdonaría al pobre infeliz de Pranzini, y que lo
creería aunque no se confesase ni diese muestra alguna de arrepentimiento, tanta
confianza tenía en la misericordia infinita de Jesús; pero que, simplemente para mi
consuelo, le pedía tan sólo «una señal» de arrepentimiento...Mi oración fue
escuchada al pie de la letra...
A partir de esta gracia sin igual, mi deseo de salvar almas fue creciendo día
en día. Me parecía oír a Jesús decirme como a la Samaritana: «¡Dame de beber!»
(Jn 4,7) Era un verdadero intercambio de amor: yo daba a las almas la sangre de
Jesús, y a Jesús le ofrecía esas mismas almas refrescadas por su rocío divino. Así
me parecía que aplacaba su sed. Y cuanto más le deba de beber, más crecía la sed
de mi pobre alma, y esta sed ardiente que él me daba era la bebida más deliciosa
de su amor...
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”