EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Lunes de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario
Primera Carta de San Pablo a Timoteo 2,1-8.
Ante todo, te recomiendo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones
de gracias por todos los hombres,
por los soberanos y por todas las autoridades, para que podamos disfrutar de paz y
de tranquilidad, y llevar una vida piadosa y digna.
Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador,
porque él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
Hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo, hombre
él también,
que se entregó a sí mismo para rescatar a todos. Este es el testimonio que él dio a
su debido tiempo,
y del cual fui constituido heraldo y Apóstol para enseñar a los paganos la verdadera
fe. Digo la verdad, y no miento.
Por lo tanto, quiero que los hombres oren constantemente, levantando las manos al
cielo con recta intención, sin arrebatos ni discusiones.
Salmo 28(27),2.7.8-9.
Oye la voz de mi plegaria, cuando clamo hacia ti, cuando elevo mis manos hacia tu
Santuario.
el Señor es mi fuerza y mi escudo, mi corazón confía en él. Mi corazón se alegra
porque recibí su ayuda: por eso le daré gracias con mi canto.
El Señor es la fuerza de su pueblo, el baluarte de salvación para su Ungido.
Salva a tu pueblo y bendice a tu herencia; apaciéntalos y sé su guía para siempre.
Evangelio según San Lucas 7,1-10.
Cuando Jesús terminó de decir todas estas cosas al pueblo, entró en Cafarnaún.
Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que
estimaba mucho.
Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que
viniera a curar a su servidor.
Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: "El
merece que le hagas este favor,
porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga".
Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó
decir por unos amigos: "Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres
en mi casa;
por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una
palabra y mi sirviente se sanará.
Porque yo -que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis
órdenes- cuando digo a uno: 'Ve', él va; y a otro: 'Ven', él viene; y cuando digo a
mi sirviente: '¡Tienes que hacer esto!', él lo hace".
Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo
seguía, dijo: "Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe".
Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente
sano.
Leer el comentario del Evangelio por
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la
Iglesia
Sermón 62 «Dí una sóla palabra y mi siervo sanará»
¿Cómo, el centurión, ha obtenido la gracia de la curación de su siervo? Porque
yo —dijo— también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes, y le digo a
uno: «ve», y va; al otro: «ven», y viene; y a mi criado: «haz esto», y lo hace. Soy
una autoridad con súbditos a mis órdenes, pero sometido a otra autoridad superior
a mí.
Por tanto —reflexiona— si yo, un hombre sometido al poder de otro, tengo el
poder de mandar, ¿qué no podrás tú de quien depende toda potestad? Y el que esto
decía era un pagano, centurión para más señas. Se comportaba allí como un
soldado, como un soldado con grado de centurión; sometido a autoridad y
constituido en autoridad; obediente como súbdito y dando órdenes a sus
subordinados.
Y si bien el Señor estaba incorporado al pueblo judío, anunciaba ya que la
Iglesia habría de propagarse por todo el orbe de la tierra, a la que más tarde
enviaría a los Apóstoles (Mt 8,11): él, no visto pero creído por los paganos, visto y
muerto por los judíos.
Y así como el Señor, sin entrar físicamente en la casa del centurión —ausente
con el cuerpo, presente con su majestad—, sanó no obstante su fe y su misma
familia, así también el Señor en persona sólo estuvo corporalmente en el pueblo
judío; entre las demás gentes ni nació de una virgen, ni padeció, ni recorrió sus
caminos, ni soportó las penalidades humanas, ni obra las maravillas divinas. Nada
de esto en los otros pueblos.
Y sin embargo, a propósito de Jesús se cumplió lo que se había dicho: Un
pueblo extraño fue mi vasallo. ¿Pero cómo, si es un pueblo extraño? Me escuchaban
y me obedecían (Mt 8,11). El mundo entero oyó y creyó.
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