EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Evangelio según San Lucas 8,1-3.
Después, Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la
Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce
y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y
enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios;
Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los
ayudaban con sus bienes.
Leer el comentario del Evangelio por
Papa Benedicto XVI
Audiencia General del 14/02/07 (trad. © Libreria Editrice Vaticana)
«Los Doce le acompañaban, incluidas algunas mujeres»
En el ámbito de la Iglesia primitiva la presencia femenina tampoco fue
secundaria.
Debemos a san Pablo una documentación más amplia sobre la dignidad y el
papel eclesial de la mujer. Toma como punto de partida el principio fundamental
según el cual para los bautizados "ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni
hombre ni mujer". El motivo es que "todos somos uno en Cristo Jesús" (Ga 3, 28),
es decir, todos tenemos la misma dignidad de fondo, aunque cada uno con
funciones específicas (1 Co 12, 27-30).
El Apóstol admite como algo normal que en la comunidad cristiana la mujer
pueda "profetizar" (1 Co 11, 5), es decir, hablar abiertamente bajo el influjo del
Espíritu, a condición de que sea para la edificación de la comunidad y que se haga
de modo digno... Ya hablamos de Prisca o Priscila, esposa de Áquila, que en dos
casos sorprendentemente es mencionada antes que su marido (Hch 18, 18; Rm 16,
3); en cualquier caso, ambos son calificados explícitamente por san Pablo como sus
"colaboradores" -sun-ergoús (Rm 16, 3). Hay otras observaciones que no conviene
descuidar. Por ejemplo, es preciso constatar que san Pablo dirige también a una
mujer de nombre "Apfia" la breve carta a Filemón (Flm 2), y conviene notar que en
la comunidad de Colosas debía ocupar un puesto importante; en todo caso, es la
única mujer mencionada por san Pablo entre los destinatarios de una carta suya.
En otros pasajes, el Apóstol menciona a una cierta "Febe", a la que llama diákonos
de la Iglesia en Cencreas, pequeña localidad portuaria al este de Corinto (Rm 16, 1-
2). Aunque en aquel tiempo ese título todavía no tenía un valor ministerial
específico de carácter jerárquico, demuestra que esa mujer ejercía verdaderamente
un cargo de responsabilidad en favor de la comunidad cristiana. San Pablo pide que
la reciban cordialmente y le ayuden "en cualquier cosa que necesite", y después
añade: "pues ella ha sido protectora de muchos, incluso de mí mismo". En el
mismo contexto epistolar, el Apóstol, con gran delicadeza, recuerda otros nombres
de mujeres: una cierta María, y después Trifena, Trifosa, Pérside, "muy querida", y
Julia, de las que escribe abiertamente que "se han fatigado por vosotros" o "se han
fatigado en el Señor" (Rm 16, 6. 12a. 12b. 15), subrayando así su intenso
compromiso eclesial.
Asimismo, en la Iglesia de Filipos se distinguían dos mujeres llamadas Evodia
y Síntique (Flp 4, 2): el llamamiento que san Pablo hace a la concordia mutua da a
entender que estas dos mujeres desempeñaban una función importante dentro de
esa comunidad.
En síntesis, la historia del cristianismo hubiera tenido un desarrollo muy
diferente si no se hubiera contado con la aportación generosa de muchas mujeres.
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