EL XXIV DOMINGO ORDINARIO
(Eclesiástico 27:33-28.9; Romanos `14:7-9; Mateo 18:21-35)
Es cinco y media de la tarde. Sientes estresado, frustrado, airado. Pues has estado
estancado en el tránsito por casi quince minutos. Entonces la radio anuncia su
seleccin del día para “la cura de clera de camino”. De repente te alivias. Vas a
escuchar música que vuelve la furia en la paz. Asimismo en la primera lectura hoy
el sabio Sirácide amonesta remedios para el rencor.
Sirácide vivió unos dos cientos años antes de Cristo. En su tiempo muchos judíos
estaban adoptando las costumbres de los griegos que tomaron poder de Israel.
Sirácide quería enseñar al pueblo la superioridad del judaísmo a la filosofía
helenista. Aunque los griegos tenían el estoicismo enfatizando el control sobre el
rencor y otras emociones, los judíos brindan un motivo mejor. El judío dominará el
rencor para recibir la salvación de Dios.
Pero ¿siempre es malo el enojo? Se confiesa el enojo como pecado tanto que vale
la pena tratar el tema. El enojo es una emoción. Es cómo se responde a la injusticia
que se siente. Como tal, ¡no es pecado! Pero cuando se permite que el enojo
desborde en la cólera, la ira, o el rencor que haría la injusticia en torno, se hace
pecaminoso. De hecho, porque la ira puede desempeñarse pronto en golpes no
autorizados o aun en el asesinato, se considera uno de los pecados capitales.
Como todo pecado, el rencor hace daño al sujeto tanto como a los demás. Y no sólo
le amenace la vida con Dios. También perjudica al enojón en modos perceptibles.
Se ha vinculado el rencor con dolores de cabeza, el desorden del sueño, la alta
presión de sangre, y otras patologías. A veces la persona rencorosa se pone tan
agresiva que hace daño a sí mismo. Se ha reportado que hombres y mujeres han
lesionado a sí mismos reaccionando violentamente a una máquina expendedora.
Ahora conmemoramos la muerte de casi tres mil norteamericanos inocentes hace
diez años por las manos de diecinueve terroristas musulmanes. Ciertamente Osama
ben Laden y sus tenientes merecieron una respuesta firme por sus papeles en el
ultraje. Pero ¿fueron necesarias la invasión de Irak y la negación de los derechos de
muchos musulmanes por un tiempo extendido? Es posible que el gobierno
estadounidense haya reaccionado demasiado a los ataques de 11 de septiembre
causando dificultades a sus propios ciudadanos.
En el evangelio Jesús nos exhorta a perdonar a aquellos que nos ofendan.
Desgraciadamente en el caso de once de septiembre no queda nadie a perdonar. La
organización terrorista de Osama ben Laden nunca se ha arrepentido del crimen
pero sigue sembrando maldades. Sólo nos toca a rezar con el perdón como un aire
en nuestros corazones deseando a brotar en una brisa refrescante. En primer lugar
rezamos por todas las víctimas – por los muertos de once de septiembre de 2001 sí
y también por los militares que dieron sus vidas en las represalias justas, y por los
no combatientes que murieron en Irak y Afganistán. Entonces, oramos por los
terroristas que pidan perdón por sus homicidios y por sus muertos. Finalmente
rezamos por nosotros mismos que en la búsqueda de la justicia no caigamos en la
ira.
“No hay paz sin la justicia”, dijeron los profetas de antigüedad. Es cierto, pero el
papa Juan Pablo II aadi algo importante a este dicho. “No hay justicia sin el
perdn,” dijo el beato papa conociendo bien la naturaleza humana. Sin el perdn
estamos estancados en el rencor como si fuera el tránsito de cinco y media de la
tarde. Sin el perdón el enojo se puede desbordar en la furia causando homicidios.
Sin el perdón no se recibe la salvación de Dios.
Padre Carmelo Mele, O.P