“Jesús se retiró a una montaña para orar”
Lc 6, 12-19:
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
CREO EN LA IGLESIA , UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA
Puesto que la elección de los doce apóstoles constituye el centro del relato evangélico de hoy,
parece oportuno meditar sobre la apostolicidad de la Iglesia. Como es sabido, ésta es una de
las características de la Iglesia de Cristo, junto con la unidad, la santidad y la catolicidad.
Señalemos, en primer lugar, que no estamos frente a notas meramente jurídicas, es decir, que
serían tales por derivar de un estatuto o de un acto humano en virtud del cual podría nacer sólo
una sociedad más o menos perfecta. Se trata, más bien, de notas espirituales, esto es, dadas a
la Iglesia por el Espíritu Santo y por el Señor resucitado. La Iglesia de Cristo no llega a ser
apostólica en un determinado punto de su itinerario, sino que nació apostólica.
El motivo principal consiste en el hecho de que el mismo Jesús es el apóstol por excelencia, el
misionero del Padre. Jesús no es sólo el fundador de la Iglesia , sino, antes aún, su salvador: la
Iglesia nació del costado abierto de Cristo crucificado, con el poder del «espíritu» que exhaló
desde lo alto de la cruz (cf. Jn 19,30). A la misión que Jesús ha confiado a los Doce durante su
ministerio público (cf Mt 10,1 ss) le corresponde otra más importante después de la
resurrección (cf. Mt 28,16-20).
Ahora bien, es preciso estar atentos y no confundir la apostolicidad de la Iglesia con su carácter
misionero, aunque subsista entre ambos un nexo íntimo y profundo. La apostolicidad ha nacido
de la Iglesia y está ligada al colegio de los Doce; mientras que el carácter misionero es tarea de
la Iglesia y está ligado a la persona de todos sus miembros; la primera constituye un artículo de
nuestra fe: «Creo en la Iglesia , una, santa, católica y apostólica», mientras que el segundo es
objeto de nuestro testimonio.
ORACION
Oh Señor, es propio del hombre discreto hacer brotar modos de comportamiento cada vez más
honestos, unidos a la progresiva transparencia de la vida: concédeme envejecer así.
Es propio del hombre discreto poseer calma en su juicio, lo que le hace imparcial en todo y le
libera de toda corrupción: concédeme relacionarme así. Es propio del hombre discreto tener un
respeto profundo por los otros, así como la capacidad de abrirse a los juicios ajenos:
concédeme alegrarme así. Es propio del hombre discreto valorar la vida con todas sus sombras
y todas sus luces: concédeme crecer así. Es propio del hombre discreto favorecer el
crecimiento de la persona sin retorsiones, castigos inútiles, prejuicios y cierres: concédeme
obrar así.
Oh Señor, concédeme la discreción, esa ciencia práctica de la vida y de la fe que me hace libre
desde el punto de vista emocional, capaz de discernimiento y justo en el juicio para señalar a
todos el camino hacia el bien.