“¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!”
Lc 6, 20-26
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
LA “NATURALEZA RENOVADA”, TRANSFORMADA POR CRISTO.
Pablo habla de una triple transformación: la de Cristo, que ha pasado de la muerte a la vida;
la del cristiano, que debe pasar de las cosas que perecen las de la tierra a las que
permanecen las cosas de allá arriba, y la de las relaciones sociales, que deben estar
marcadas por la igualdad y el derrumbamiento de las barreras.
Aquí se encuentra el fundamento de la ética cristiana, del obrar del cristiano. Este último no
ha de sentirse impulsado por cualquier deseo, sino sólo por los deseos que le renuevan. Es
una invitación a vigilar nuestros deseos, que no son todos buenos, todos nobles, todos
constructivos, y no siempre hacen pasar del hombre viejo al hombre nuevo. Hemos de
vigilar nuestros deseos, hemos de seleccionarlos, a fin de hacer morir los que son expresión
del hombre viejo, los malos, y hacer emerger los que son expresión del hombre nuevo, a
saber: los que ayudan a nuestra transformación.
El cristiano no vive, por consiguiente, simplemente “según la naturaleza”, sino según la
“naturaleza renovada”, transformada por Cristo. La lenta, paciente y cotidiana
transformación está apoyada por la fuerza que nos viene del acontecimiento ejemplar de
Cristo, y ha influido en la transformación de la sociedad. Ésta, si bien tiene necesidad de
continuas reformas, precisa también hombres y mujeres renovados, reformados, decididos
a hacer presente con su propia vida y sus propios ideales el poder transformador de Cristo,
incluso en las relaciones sociales.
ORACION
Tú, oh Señor, me hablas hoy de mortificación. Se trata de una palabra que no está de
moda, que decididamente no es popular. ¿Quién tiene aún el valor de pronunciarla? Sin
embargo, si no hago morir las fuerzas destructivas que hay en mí, seré un potencial
destructor de los otros, además de destruir mi propia realización.
Hazme comprender hoy, Maestro, dos cosas. La primera: que toda renovación empieza por
mí, porque son las personas nuevas las que contribuyen a hacer nuevo el mundo. No me
dejes persuadirme de que son los otros los que deben cambiar, sin que yo esté implicado
en el no fácil cambio, en primera persona. La segunda:
que es imposible que me pueda renovar, que me pueda transformar, hacer crecer en mí el
hombre inmortal, sin dejarme comprometer en tu transformación, sin morir a los «deseos
malos», sin sumergirme en tu misterio pascual, sin contar con el poder superior de tu
Espíritu.
Sé pedirte cosas obvias para quien ha comprendido qué es el cristiano, pero sé también
que la masa de los cristianos parece muy alejada de estas sencillas convicciones. Sálvame,
Señor, de esta ceguera y sumérgeme en tu misterio de muerte y de vida, para que intente
construir algo que permanezca en mí, en torno a mí, algo que eleve, que sea capaz de
habitar “allí arriba” contigo, donde te encuentre “sentado a la derecha de Dios”