¿PERDONAR? ¡SÍ! PERO ¿CUÁNTO?
Por Javier Leoz
El domingo pasado nos quedábamos en una comunidad de hermanos que se aman,
se necesitan y se perdonan. Y, como siempre, todo tiene un límite: la paciencia
cuando se resquebraja, las personas cuando nos desbordamos, el vaso que rebosa
de agua, el río que se sale de madre, el sol cuando calienta abundantemente y… el
perdón cuando nos parece un lujo.
1.- Todos hemos tenido la experiencia de haber ofrecido el perdón y, a la vez,
habernos quedarnos con una sensación de fracaso. Parece como si, aquel que
perdona y olvida, es el que da su brazo a torcer. Pero Jesús, aun siendo Dios, nos
enseña que la grandeza del hombre está en su capacidad perdonadora. El truco, o
mejor dicho, el secreto, está en cerrar en más de una ocasión los ojos y, abrir con
todas las consecuencias, el corazón.
El amar sin límites de San Pablo, se complementa con el perdonar sin límites del
evangelio de este domingo.
2.- Muchas veces solemos decir aquello de “perdono pero no olvido”. El perdón se
hace más real y más puro cuando se desea para el otro todo lo mejor. El perdón,
además de desatarnos de nuestros propios dioses, nos hace comprender, vivir,
gustar y entender el gran amor que Dios siente por cada uno de nosotros.
¿Perdonas? Estás cerca de Dios. ¿No perdonas? Tu corazón no está totalmente
ocupado por Dios.
El “sin límites” puede suponer en nuestra vida cristiana un imposible y un buscar
justificaciones. A veces corremos el riesgo de creer, que Dios, entra en ese juego
que nosotros mismos nos montamos. Como si se tratara de un partido de futbol
donde, los hinchas de uno o de otro, pretenden que Dios les ayude frente al
contrario.
3.- En este domingo, Jesús, nos propone a las claras que nos dejemos de evasivas
y que practiquemos aquello que emana del corazón de Dios por los cuatro
costados: yo os perdono… haced también vosotros lo mismo.
Si muchas heridas permanecen abiertas y sangrando (en nuestras familias,
sociedad, iglesia, comunidades, parroquias, política, etc.,) es en parte por la
pobreza de nuestra fe. Por la falta de comunión con Dios. Por mirarnos demasiado a
nosotros mismos y también cuando dejamos tirados en la cuneta a muchas
personas que han hecho tanto por nosotros.
Cuando se vive íntimamente unido a Él, no hay obstáculo insalvable ni ofensa
gigantesca. Es como aquel peregrino que, deseando llegar hasta el final de su
trayecto, se dedicaba constantemente a mirar a su izquierda y a su derecha
perdiendo ritmo, fuerzas e ilusión. Un compañero se le acercó y le dijo: si miras al
horizonte te irá mucho mejor y llegarás antes.
Con el perdón ocurre algo parecido. Mirando a Dios, vemos a los que nos rodean
con ojos de hermanos. Olvidando a Dios, como decía Benedicto XVI en su reciente
viaje a España, surge un cierto aire de insatisfacción de todo y de todos. No
podemos ir en solitario. Apostar por la Iglesia, por la comunidad, por la parroquia,
por ser cristiano…..nos exige y nos empuja a entrar por debajo del dintel del
perdón. Que muchas veces es imposible? No si miramos a Dios! Ay… si nos
miramos a nosotros mismos!
4.- CUÁNTO CUESTA, SEÑOR
Ofrecer el perdón, cuando en recompensa,
se recibe el silencio o la mofa
Sentirse cristiano y, mirarse a uno mismo,
comprobando que la misericordia
la derramo con cuenta gotas;
a quien quiero, a quien más quiero
y cuando yo quiero.
Qué difícil es perdonar y cuánto cuesta, Señor
sabiendo que, mi corazón,
no es tan grande como el tuyo:
siempre dispuesto a comenzar de nuevo.
¡CUÁNTO CUESTA, SEÑOR!
Ser siervo del perdón y no del orgullo
Arrodillarme ante el que me injuria
o cerrar los ojos ante el que me denigra
Decir “lo intentaré de nuevo” a pesar de la traición
o disculpar los golpes recibidos.
¡CUÁNTO CUESTA, SEÑOR!
Abrazar tu evangelio sabiendo que, el perdón,
sin límites y sin farsa, sin miedos ni fronteras
es el resumen de tu paso entre nosotros
de tu vida en medio de la nuestra
tu palabra que se hace carne
más allá de teorías y de discursos
¡CUÁNTO CUESTA, SEÑOR!
Vivir sin sentirse perdonado
y, vivir, con la conciencia de no haber disculpado
Romper con las historias pasadas
para caminar de nuevo
e iniciar un rumbo distinto
sin pensar en vencedores ni derrotados
¡CUÁNTO CUESTA, SEÑOR!
Ser generoso ofreciendo semillas de reconciliación
Decir “lo siento” o “te perdono”
Recordar que, para entrar en el cielo,
la llave que mueve su puerta
es precisamente esa: perdonar siempre
Dime, Señor, cómo hacerlo.