“Cuando el Seor la vio, se compadeci de ella y le dijo: No llores.
Lc 7, 11-17
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
Lectio Divina
“UN GRAN PROFETA”
En la orden de que no llore, aparentemente paradójica, que da Jesús a la viuda,
Lucas hace intuir desde el comienzo del texto el desenlace de este encuentro,
dado que llama a Jesús con un título cargado de significado: “el Seor” (7,13b).
Basta con la orden de Jesús para que el curso de los acontecimientos se invierta:
Jesús restituye al joven vivo a su madre.
La reacción religiosa de la gente: «Alababan a Dios», introduce la exclamación: «
Un gran profeta...», que ofrece la clave interpretativa de todo el episodio. Y Jesús,
el gran profeta, Elías redivivo, a diferencia de éste, es el Señor. Es Dios mismo el
que interviene ahora de una manera eficaz para la salvación de su pueblo. Ésta es
la “visita” por excelencia y definitiva de Dios: la resurrección de los muertos es un
“signo” decisivo para quien sabe acogerlo. Jesús no slo es el profeta que
consuela curando enfermedades y aplazando la muerte, sino que como Señor
es el vencedor de la muerte, el que inaugura el tiempo nuevo de la esperanza
para todos los creyentes.
Ahora, frente a la lista de las cualidades requeridas para el “ministerio” de la
autoridad en la Iglesia, según la primera lectura, vemos que la autoridad del
Seor indica la cualidad esencial que los “ministerios” del obispo y de los diáconos
deben presentar. Esta cualidad es la fidelidad en el testimonio y en el servicio.
Una fidelidad basada en la obediencia a la Palabra, como demuestra toda misión
profética del Antiguo y del Nuevo Testamento, y por excelencia la del profeta
Jesús de Nazaret. No puede haber autoridad cristiana sin obediencia de los
“ministros” a la Palabra de Dios, de suerte que les sea posible gobernar y guiar a
la Iglesia no siguiendo criterios mundanos, sino siguiendo las exigencias de la
misma Palabra. La búsqueda de la voluntad de Dios por parte de los pastores y
del rebaño aunque con papeles diferentes ha de ser unívoca y concorde (cf
Hch 2,42). El poder sobre la muerte y sobre todo mal se comunica, a través de la
línea de la obediencia y de la profecía, por el Profeta y Testigo fiel, a los apóstoles
y a los diáconos, para el servicio a la comunión y a la vida en la Iglesia.
La alabanza a Dios: “Un gran profeta...” (v. 16), es la primera resurreccin de los
muertos en el corazón humano. Viene, después, el agradecimiento por las visitas
y las grandes obras de Dios. Y, en consecuencia, la intercesión abre la conciencia
de la persona a la estructura permanente de vida que es la conversión del corazón
y la oración continua. Conversión y oración son, simultáneamente, dones del
Espíritu y compromiso de la persona indispensables para obedecer y mandar en la
Iglesia, para empezar a vivir como resucitados en el tiempo presente, como
anticipo de la definitiva resurrección de los muertos.
ORACION
Oh Padre, tú eres compasión infinita. En tu Hijo, Jesús, Señor de la historia,
consolaste a la madre viuda con la resurrección de su hijo, antes incluso de que
tuviera la fe y la voz para pedírtelo. Concédenos una confianza tal en tu Palabra
que nos enseñe a prevenir las peticiones de los dolores más grandes de la vida;
para que nuestras respuestas de vida, en vez de pertenecer sólo al orden de las
palabras, se muestren eficaces en la solución de los problemas más graves de los
hermanos. Y que sean portadoras de liberación evangélica de las opresiones y de
las violencias de muerte.
Concédenos comprender y comunicar a todos que la Palabra, si es asimilada en la
vida del discípulo, le da posibilidades de liberar de todo mal, así como capacidad
para «dominar» toda la fuerza del Divisor, el “diablo”. Y a través del camino de
unidad interior, será capaz de vivir como resucitado y comunicar a los otros las
posibilidades que encuentra cada día.