EL CUERPO DE CRISTO, TEMPLO DEFINITIVO
LA DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRÁN
9 octubre 2008
Ezequiel 47, 1 ss.; 1 Cor 3, 9 ss. ; Juan 2, 13-22
En aquel tiempo, se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y
encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los
cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo,
ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas;
y a los que vendían palomas les dijo: Quitad esto de aquí: no convirtáis en un
mercado la casa de mi Padre.
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: El celo de tu casa me devora»
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: ¿Qué signos nos muestras para
obrar así? Jesús contestó: Destruid este templo y en tres días lo levantaré. Los
judíos replicaron: Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo
vas a levantar en tres días? Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando
resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de lo que había dicho, y
dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Hoy celebramos la Dedicación de la Basílica de Letrán, la catedral de Roma,
dedicada al mismo Cristo, el Salvador del mundo. En este templo tiene su sede el
papa, como obispo de la Iglesia romana, iglesia madre de la cristiandad.
El relato evangélico de Juan, que leemos hoy en esta fiesta, nos introduce en una
significación sacerdotal de la misión de Cristo, en la que no reparan los evangelios
sinópticos. El nuevo Templo es la humanidad de Cristo, nueva Casa del Padre, lugar
del sacrificio perfecto y fuente abundante de bendiciones. El verdadero Santuario es
ahora la propia persona de Cristo, en quien y por quien acontecen y se ofician
existencialmente una destrucción y una reedificación, una muerte y una
resurrección sacrificiales.
Esta sustitución de la persona de Cristo en lugar del santuario antiguo está en línea
perfecta con Jeremías quien afirma que el valor del sacrificio no está ligado a la
hermosura y al cumplimiento de los ritos sino a los sentimientos de la persona que
los ofrece.
En este relato del cuarto evangelista sobre la purificación del templo no se trata
principalmente de purificar el culto reintegrándolo a su verdadera razón de ser, ni
de abrirlo a las naciones y a las categorías humanas excomulgadas, sino de situar
el nuevo culto bajo la acción del Espíritu “que mora” en el hombre de forma
absolutamente nueva y cualificando de finalidad divina todas las actitudes y los
compromisos de ese hombre en Cristo.
Tras la muerte y resurrección de Cristo, reedificado a los tres días de su destrucción
vital, la presencia del Espíritu del Resucitado en el corazón de todo y de todos hará
de nuestro mundo el gran Templo Cósmico de la divinidad humanizada; y de de
nuestra humanidad total, especial y significativamente la humanidad eclesial, El
Santuario colectivo donde se reúne la Familia de los hijos de Dios, la corporación
fraternal de Cristo y los amigos del Espíritu. Del lado derecho del este Templo
Nuevo manarán Agua Viva y Palabra viva, con que arborizar fructíferamente al
mundo y revitalizar sus mares muertos (cf. Ez 47)
Asimismo, en fin, la Comunidad nacida con la aparición del nuevo Templo, donde
quiera que se reúna, sea cual a celebrar su identidad cristiana y eclesial (sea
capilla, templo parroquial, catedralicio o basilical), quedará constituida en el Templo
de Cristo y en la Iglesia del Señor, primando siempre lo personal sobre lo
institucional, el interior humano sobre el exterior geográfico, la Iglesia sobre la
iglesia, el Templo del Espíritu de Jesús sobre el templo material…
Y siempre con la esperanza y a la espera del Templo Definitivo, escatológico,
descrito en visión por el Apocalipsis, donde se celebrará, ante El que está sentado
en el Trono y en presencia del Cordero degollado convertido en Lámpara única y
total, en una liturgia cósmica, la Fiesta universal integrada por miríadas de ángeles
y una multitud innumerable hombres de toda raza, religión y lengua.
Juan Sánchez Trujillo