MIÉRCOLES DE CENIZA
Isaías 50,4-9; Salmo 69,8-10.21-22.31.33-34;
Mateo 26,14-25
La conversión y sus obras
Las tres lecturas de hoy expresan con claridad el programa de conversión
que Dios quiere de nosotros en la Cuaresma: convertíos y creed el Evangelio;
convertíos a mí de todo corazón; misericordia, Señor, porque hemos pecado;
dejaos reconciliar con Dios; Dios es compasivo y misericordioso...
Cada uno de nosotros, y la comunidad, y la sociedad entera, necesita oír esta
llamada urgente al cambio pascual, porque todos somos débiles y pecadores, y
porque sin darnos cuenta vamos siendo vencidos por la dejadez y los criterios de
este mundo, que no son precisamente los de Cristo.
Es bueno que en la homilía se haga notar la triple dirección de esta
conversión que apunta el evangelio:
a) la apertura a los demás: con la obra clásica cuaresmal de la limosna, que
es ante todo caridad, comprensión, amabilidad, perdón, aunque también limosna a
los más necesitados de cerca o de lejos,
b) la apertura a Dios, que es escucha de la Palabra, oración personal y
familiar, participación más activa y frecuente en la Eucaristía y el sacramento de la
Reconciliación,
c) y el ayuno, que es autocontrol, búsqueda de un equilibrio en nuestra
escala de valores, renuncia a cosas superfluas, sobre todo si su fruto redunda en
ayuda a los más necesitados.
Las tres direcciones, que son como el resumen de la vida y la enseñanza de
Cristo, nos ayudan a reorientar nuestra vida en clave pascual.
Oración, ayuno y misericordia son inseparables 1
La oración llama, el ayuno intercede, la misericordia recibe.
1 Cfr De los sermones de San Pedro Crisólogo, obispo y Padre de la Iglesia; Del Oficio de Lectura Martes III
de Cuaresma
Tres son, hermanos, los resortes que hacen que la fe se mantenga firme, la
devoción sea constante, y la virtud permanente. Estos tres resortes son: la oración,
el ayuno y la misericordia. Porque la oración llama, el ayuno intercede, la
misericordia recibe. Oración, misericordia y ayuno constituyen una sola y única
cosa, y se vitalizan recíprocamente.
El ayuno, en efecto, es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del
ayuno. Que nadie trate de dividirlos, pues no pueden separarse. Quien posee uno
solo de los tres, si al mismo tiempo no posee los otros, no posee ninguno. Por
tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca; que preste oídos a
quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído
a quien no cierra los suyos al que le súplica.
Que el que ayuna entienda bien lo que es el ayuno; que preste atención al
hambriento quien quiere que Dios preste atención a su hambre; que se
compadezca quien espera misericordia; que tenga piedad quien la busca; que
responda quien desea que Dios le responda a él. Es un indigno suplicante quien
pide para si lo que niega a otro.
Díctate a ti mismo la norma de la misericordia, de acuerdo con la manera,
la cantidad y la rapidez con que quieres que tengan misericordia contigo.
Compadécete tan pronto como quisieras que los otros se compadezcan de ti.
En consecuencia, la oración, la misericordia y el ayuno deben ser como un
único intercesor en favor nuestro ante Dios, una única llamada, una única y triple
petición.
Recobremos con ayunos lo que perdimos por el desprecio; inmolemos
nuestras almas con ayunos, porque no hay nada mejor que podamos ofrecer a
Dios, de acuerdo con lo que el profeta dice: Mi sacrificio es un espíritu
quebrantado: un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias. Hombre,
ofrece a Dios tu alma, y ofrece la oblación del ayuno, para que sea una hostia
pura, un sacrificio santo, una víctima viviente, provechosa para ti y acepta a Dios.
Quien no dé esto a Dios no tendrá excusa, porque no hay nadie que no se posea a
si mismo para darse.
Más, para que estas ofrendas sean aceptadas, tiene que venir después la
misericordia; el ayuno no germina si la misericordia no lo riega, el ayuno se torna
infructuoso si la misericordia no lo fecundiza: lo que es la lluvia para la tierra, eso
mismo es la misericordia para el ayuno. Por más que perfeccione su corazón,
purifique su carne, desarraigue los vicios y siembre las virtudes, como no
produzca caudales de misericordia, el que ayuna no cosechará fruto alguno.
Tú que ayunas, piensa que tu campo queda en ayunas si ayuna tu
misericordia; lo que siembras en misericordia, eso mismo rebosará en tu granero.
Para que no pierdas a fuerza de guardar, recoge a fuerza de repartir; al dar al
pobre, te haces limosna a ti mismo: porque lo que dejes de dar a otro no lo
tendrás tampoco para ti.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)