“Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?”
Lc 7, 36-50
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
PERDONANDO A UNA PECADORA DESCONOCIDA
En este capítulo de Lucas, Jesús, después de haber curado al criado del centurión y haber
resucitado al hijo de la viuda de Naín, realiza esta curación existencial, perdonando a una
pecadora desconocida. El fariseo está preocupado por la impureza legal a la que se expone
Jesús dejándose tocar los pies por una mujer notoriamente pecadora. Jesús, por el hecho de
callar y dejarla hacer, compromete su reputación de hombre de Dios, de profeta reconocido por
el pueblo (cf 7,16).
La pregunta de Jesús a Simón interrumpe el curso de las sospechas. Le implica en la trama de
la parábola viviente que se desarrolla en su casa. Evidentemente, él es el deudor que ama
poco, porque da a entender que se le ha perdonado poco. El diálogo que sigue no deja
escapatoria al fariseo, que estaba al principio tan seguro de su justicia. Los gestos de
bienvenida y de veneración de la mujer respecto a Jesús, de los que el fariseo se consideraba
dispensado, le han hecho pasar a la parte del agravio, y a la pecadora, a la parte de la
misericordia. Para Lucas, existe un íntimo vínculo entre el perdón de los pecados y el amor
generoso.
El espíritu de profecía, recomendado por Pablo a Timoteo en su ministerio al servicio de la
iglesia de Efeso, ha de ser cultivado con humildad. Esta nos libera de la ilusión farisaica del que
se olvida que es pecador y considera a los otros como peores que él; porque es la fe lo que
engendra el perdón salvador, es decir, la plena comunión de vida que es la paz de Dios. Y es la
capacidad de perdonar de una manera constante y profunda lo que guarda al corazón humano
de toda vacía seguridad.
ORACION
Concédenos, Oh Padre de misericordia, la sabiduría del corazón, a fin de que podamos
reconocer las visitas de tu perdón, incluso en los momentos lamentables y embarazosos de
nuestra jornada y de nuestra vida, y para que, por medio del compromiso con las necesarias
acogidas y la superación de nuestros gustos personales, podamos experimentar aquel éxodo
de nosotros mismos que es el único que puede abrirnos a la luz de tu presencia y a la fuerza de
tu amor misericordioso. Una luz y una fuerza que son las únicas que pueden cambiar el
corazón del hombre y hacerlo misericordioso con sus hermanos —en especial con los más
necesitados—, tras las huellas de Cristo Jesús, tu Hijo y nuestro Señor.