XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
“EL SEÑOR ES JUSTO Y BONDADOSO EN TODAS SUS ACCIONES” (Sal 144, 17)
La liturgia de hoy nos invita a contemplar cual es la voluntad de Dios en el camino de nuestras
vidas, pues Él nos dice que nuestros caminos no son siempre sus caminos y que tampoco lo son
nuestros planes. Normalmente y con gran frecuencia nos encontramos con personas que
condicionan la conducta del Señor a su propia conducta y que reducen a sus planes humanos los
planes del Señor sobre su vida y sus actividades. También algunos creen que Dios no tiene que
ver en sus vidas, que son de su exclusiva pertenencia y que pueden hacer con ésta lo que quieran,
según sus planes. Sin embargo Dios y sus designios están muy por encima del hombre: “mucho
más que el cielo de la tierra”(Ib.9) Y es por esto que el hombre, muchas veces, no puede
comprender los planes de la Providencia: o los rechaza o debe aceptarlos con humildad, sin
pretender juzgarlos.
Jesús nos muestra esta enseñanza a través de la parábola de los obreros de la viña (Mt. 20,1-16):
“El Reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer, salió a contratar jornaleros para
su viña, conviene con ellos en un denario y los manda al trabajo”, pero le hacen falta más obreros y
sale otras cuatro veces a la plaza a buscarlos, sucesivamente hasta el final de la jornada. A la hora
del pago paga un denario tanto a los de la primera hora, como a los de la última hora. Surge
entonces la reacción tan propia de los hombre, la protesta, porque el patrón dio lo mismo a los que
comenzaron a trabajar a la primera hora que a los que empezaron a trabajar desde la última:
“estos últimos han trabajado solamente una hora y les das lo mismo que a nosotros, que hemos
aguantado el peso del día, el bochorno de la tarde”. Pero el propietario les responde “amigo, no te
hago ninguna injusticia ¿no convenimos el pago en un denario? Si quiero dar a este que es el
último lo mismo que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos?”(Ib.
12-15). Notemos que aquí la intención del Señor no tiene nada que ver con la doctrina del justo
salario o de las doctrinas sociológicas. Tampoco está a favor de la injusticia en este orden; sino
que trata de mostrarnos que el Reino de los Cielos se basa en principios muy diferentes de los que
regulan las relaciones humanas.
Dios nos muestra que su Voluntad es misteriosamente libre y personal. Llama a quien quiere, como
quiere y cuando quiere; no cuando quiere el corazón del hombre, sino según su infinito parecer. El
Señor extiende la salvación a los que han sido llamados últimos –los paganos- y les concede la
misma gloria que a los primeros y aun a los que han permanecido fieles a su llamado. Da a los
pecadores convertidos la misma gloria que a los que han permanecido inocentes durante su vida.
Llama a su servicio no siempre al justo y que desea servirle, sino al pecador y que tantas veces
encierra en sus corazón planes distintos y acciones contrarias a la voluntad del Señor.
La misteriosa frase “los últimos serán los primeros” nos muestra que Dios es el dueño de nuestras
vidas. Él dispone de ellas, fuera y más allá de nuestros propios planes. Aceptar la voluntad del
Señor y gozarse de ella nos hace verdaderos obreros del Reino de los Cielos.
Debemos dejar en claro que la parábola no pretender alentar a los holgazanes y perezosos que no
estuvieron buscando trabajo a primera hora, dejando para la última hora la conversión y el servicio
de Dios; sino que nos enseña que Dios puede llamar a cualquier hora y que el hombre debe estar
pronto a responder su llamado. Cualquiera sea el momento en que es llamado. Buscar la voluntad
del Señor sobre nuestras vidas -como el dueño de ellas- esa es la tarea del cristiano y nunca
debemos anteponer los propios planes a los de Dios, ni pensar que los primeros tendrán más
gozos que los últimos, porque los caminos del Señor son inescrutables.
Que María que vivió cumpliendo la Voluntad del Señor, nos ayude a escucharle y seguirle en
fidelidad.
+ Mons. Marcelo Raúl Martorell
Obispo Puerto Iguazú