XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Padre Camilo Maccise, OCD
1. En un mundo en el que la globalización económica tiene como meta e ideal la
ganancia cada vez hay menos lugar para la gratuidad. Nada es gratis. Todo tiene su
precio y el dinero es lo que abre todas las puertas. Quien no lo tiene queda excluido
y marginado en la sociedad. Sin darnos cuenta nos vamos creando una mentalidad
mercantilista. Se habla de justicia, pero como lo que importa es la ganancia, se
cometen injusticias terribles. Se establecen los salarios mínimos, se paga por las
horas que se ha trabajado y también por la preparación que tienen las personas
que prestan determinados servicios y muchas veces no lo que es justo. En lógica
humana eso es lo que hay que hacer, nos decimos. No podemos pagar lo mismo a
quien trabajó un día que al que trabajó un mes. No podemos pagar lo mismo a un
profesionista que a un empleado u obrero.
2. En una lectura del evangelio de hoy, hecha con lógica humana, puede parecer
injusto el proceder del propietario de la viña. No así en la lógica de Dios que es la
de un amor gratuito y generoso. Él ha prometido la recompensa de la vida eterna.
La condición es trabajar para que su Reino se vaya abriendo paso en este mundo.
No existe proporción entre lo que Él nos ofrece y lo que podemos hacer para
merecerlo. Por este motivo, lo que importa no es cuánto se trabaja sino cuánto se
ama. Nadie puede exigir derechos porque no existe proporción entre lo que Dios
nos va a dar y lo que hacemos. Jesús quiere combatir a los fariseos que confían
demasiado en su pertenencia al pueblo de Israel y en sus obras y miran un poco
desde arriba a los demás. Jesús nos enseña que no hay categorías: los que llegaron
primero y los que llegaron después; el que ha hecho más y el que ha hecho menos.
Todos seremos juzgados sobre la capacidad de amar.
3. Necesitamos aprender a descubrir en nuestra vida la gratuidad de Dios. Dios nos
da y se da a nosotros porque nos ama. Frente a lo que se recibe gratuitamente no
se pueden alegar derechos. Todo lo que hacemos se realiza con su ayuda. Sin Dios
somos incapaces de buenas obras y, por lo mismo, no podemos gloriarnos de que
por hacer más cosas estamos más cerca de Dios. Lo que nos acerca a Él es aceptar
nuestra pobreza, cumplir con sencillez nuestra misión que puede durar pocos o
muchos años y experimentar agradecidos la gratuidad de Dios. Saber descubrir en
las pequeñas y grandes cosas de cada día esos dones gratuitos, fruto del amor de
Dios hacia nosotros que no los merecemos. Así anticiparemos la máxima gratuidad
que es el don de sí mismo que Dios nos dará al final de nuestra vida.
Camilo Maccise