“El sembrador salió a sembrar su semilla”
Lc 8, 4-15
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
LA RESPONSABILIDAD DE LA ESCUCHA DE LA PALABRA.
Es importante que el anuncio de la Palabra, tema entrañable para Lucas, llegue
a todos y de la forma más sencilla. La propuesta está hecha con una gran
esperanza y un gran optimismo. La escucha de la Palabra de Dios, esto es, de la
revelación de su proyecto histórico, es acogida y adhesión interior. Pero eso es
don de Dios, como la misma Palabra. Los discípulos han recibido ese don porque
el amor libre y gratuito de Dios ha tomado la iniciativa (cf 10,23; 12,32). Ese
don no es una posesión privada que debamos defender, sino una tarea que
fundamenta la responsabilidad del anuncio público y universal (cf Lc 8,16-18).
Por eso el tercer evangelista amortigua la oposición con los otros y reduce la cita
de Isaías (Is 6,9: «Miran pero no ven, y oyen pero no entienden») a la mitad.
Con ello deja a Israel, y a los otros en general, todavía una posibilidad de
escucha y de conversión. Para Lucas y su comunidad cristiana, el tiempo que
viven es tiempo de anuncio, no de discriminaciones apocalípticas. Frente a los
interrogantes de una comunidad ya sacudida por los fracasos de la misión, por
las defecciones y los retrasos de los creyentes, subsiste siempre y para todos la
responsabilidad de la escucha de la Palabra.
Además de las grandes pruebas, están las pequeñas dificultades, las ilusiones y
las pequeñas preocupaciones de cada día, que ponen en crisis la fidelidad de los
discípulos. Además de las “riquezas” que ahogan la Palabra, están los bienes
materiales y el afán de posesión, así como las distintas perezas, los infantilismos
y los fastidios que hacen presa a la persona hasta el punto de impedirle su
camino de maduración cristiana.
ORACION
Concédenos, oh Padre y Dios de la vida, mantenernos disponibles a tu plan de
salvación y amor. Concédenos acoger tu Palabra de verdad y de paz, tras
haberla reconocido en los acontecimientos y en las personas que encontramos
en nuestra vida diaria. Y haz que, custodiándola en el corazón, siguiendo el
ejemplo de la Virgen, nuestra Madre (cf Lc 2,19), podamos dar frutos que se
asimilen a los “pensamientos y sentimientos de Cristo” y, por consiguiente, de
caridad con el prójimo de cada día.