Domingo Tercero del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Jon 3, 1-5. 10; Sal 24,4bc-5ab.6-7bc. 8.9;
1 Co 7, 29-31; Mc 1, 14-20
El domingo pasado hemos experimentado lo que es la interpelación de Cristo
en nuestra vida diaria. Hoy la Liturgia nos presenta la consecuencia de este
encuentro. Porque el que se encuentra con Cristo no puede permanecer indiferente.
Recibe una misión, un impulso y un mandato.
El cristiano es un ser tocado de profecía, de entusiasmo, de anuncio y ya no
puede estarse quieto. Es verdad que el encuentro se produce en el silencio, en la
soledad con el Señor, en el misterio del diálogo con él. Los apóstoles
permanecieron con Jesús hasta el caer de la tarde. Supieron así donde habitaba,
pero en seguida recibieron el encargo de ser pescadores de hombres.
Planteémonos hoy también, para nuestro tiempo, la interpelación que brota
de estar con Jesús “donde Él habita”. El que está donde Él habita, es decir, en la
comunidad de creyentes, ha de compartirlo todo con sus hermanos; debe, por
tanto, visitarlos, celebrar con ellos la fiesta, anunciar el Reino de Dios, proclamar la
primavera de la Iglesia, la reconciliación de todas las cosas.
El llamado por el encuentro se ha convertido en “hermano universal” de
todos los hombres y debe recorrer las ciudades como Jonás, aunque cueste trabajo,
aunque se tenga miedo, aunque se sientan los peligros, aunque tenga el riesgo de
no ser siempre bien recibido. Debe anunciar a tiempo y a destiempo la persona, la
vida y el mensaje de Jesús.
Por eso comprenderemos la importancia que han tenido en la vida de los
cristianos los viajes. Como vagabundos por toda la tierra han ido caminando los
cristianos como signos de contradicción. Y siguen así. Vagabundos de la verdad y
de la alegría, marginados muchas veces, pero siempre anclados en la aventura. La
Iglesia peregrina, de peripecia en peripecia, camina siempre acompañada de Aquel
que no tenía dónde reclinar la cabeza. Hoy, en nuestro tiempo, el “pescar hombres”
es permitir que entren en la red de la fraternidad, en la red del compartir y, para
ello, una actitud excelente, es ir a verlos por lejos que estén. Ir a verlos cruzando
distancias si la lejanía es física, cruzando y acortando diferencias si la lejanía es
mental, social, cultural o religiosa.
Después de estar con Cristo el corazón se ensancha y llega hasta los confines
del mundo y comienza una amistad universal que ya en sí misma es un signo de
contradicción. Y estos viajes físicos o morales no son ni un turismo ni una vacación,
son actos y signos de reconciliación. (...) Este texto nos interpela y nos obliga a
abrir el corazón y extender nuestros contactos hasta los confines del mundo. Pero
hemos de empezar por los más próximos, por descubrir las distancias que hemos
de superar y en las que no habíamos reparado quizás. Para ello, hemos de ser
viajeros aun sin movernos físicamente. Porque el “momento es apremiante” y
hemos de vivir, ligeros de equipaje, como si no tuviéramos nada, como nos
aconseja san Pablo, en marcha hacia la fraterna unión de todo y de todos.
Repitámoslo: “el momento es apremiante”. Somos interpelados para
INVENTAR con imaginación y valor el modo de encuentro, el modo de
reconciliación, el modo de nuestro nuevo viajar, el modo de nuestro nuevo modo de
ser pescadores dejándolo todo. Sí, todo lo inmediato y mezquino, todo lo reducido y
egoísta.
El apremio de nuestro tiempo es saber buscar y descubrir el nuevo modo de
la generosidad, de la gratitud, el nuevo modo del arraigo en la aventura, de la
seriedad en la alegría, del servicio que no sea limosna, de la imaginación que no
sea “ilusión”, de la reconciliación que no sea componenda. Vayamos a caminar,
anunciemos que Cristo está vivo, que es la respuesta a cada situación que vive el
hombre, pesquemos para el Reino…
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)