XXVI DOMINGO ORDINARIO A
(Ezequiel 18:25-28; Filipenses 2:1-11; Mateo 21:28-32)
Se dice que la religión más grande en los Estados Unidos es el Catolicismo. Y la
segunda religión más grande es la de los ex-católicos. No es cierto todo esto. Pero
manifiesta una verdad. Muchas personas están dejando la Iglesia Católica. Según una
encuesta, de los adultos en los Estados Unidos 31.4 por ciento dicen que fueron
criados como católicos mientras sólo 23.9 por ciento se identifican como católicos
ahora. Como el primer hijo en la parábola de Jesús del evangelio hoy, esta gente dijo
“sí” en el principio pero no cumple su compromiso.
Personas saliendo de la Iglesia no es nada nuevo. El evangelio según san Juan cuenta
de “muchos de los que habían seguido a Jesús lo dejaron…” (Juan 6:66). En la
Apocalipsis el vidente Juan reprocha a la Iglesia de Éfeso: “No tienes el mismo amor
que al principio”. En México aproximadamente 85 por ciento de la población dicen que
son católicos, pero existe evidencia que una porción significante de estos asiste a los
servicios de otras comunidades de fe.
¿Por qué la gente deja la fe católica? Jesús provee algunas razones donde habla de la
semilla cayendo en diferentes lugares. Como la semilla en el camino que las aves
comen, algunas personas se hacen presas del diablo por los vicios. Otras, como si
fueran plantas ahogadas por espinos, son tan entregadas a los deportes, al trabajo, o a
sus hobby que cesan a acudir a la iglesia. Para entender los motivos más corrientes la
revista jesuita América hizo “entrevistas de salida” con la gente que se han dejado el
Catolicismo. Los resultados no sorprendieron mucho. Una mujer dijo que se
decepcionó cuando algunos obispos no permitieron a los políticos católicos recibir la
santa Comunión porque no estaban por una ley que prohibiría el aborto. Otra mujer se
quejó de un nuevo párroco que abolió el consejo parroquial. Un hombre contó de un
Jesuita que negó la experiencia del abuso que el hombre mismo vivió.
La gran mayoría de nosotros ha sentido desilusionados con la Iglesia por estas razones
y otras. Tal vez hayamos pensado en dejarla. Sin embargo, como el segundo hijo en el
evangelio decidimos que vamos a seguir lo que percibimos como la voluntad de Dios
Padre. ¿Por qué nos quedamos? Sí, tenemos miedo de ser condenados si no vamos a
misa. Pero, como los demás, a lo mejor pudiéramos convencernos que Dios nos
aceptaría si vivimos honradamente. De todos modos se puede discernir al menos tres
otras razones para quedarse católicos. En primer lugar la fe católica define quienes
somos. Es la tradición de nuestras familias y el ambiente de muchos de nuestros
amigos. Dejar ser católicos sería como cambiar nuestros apellidos y mudarnos a
lugares tan remotos que no pudiéramos comunicarnos con nuestros conocidos
anteriores. En segundo lugar, nos impresionan la permanencia de la Iglesia y la
integridad de su doctrina. Ha sobrevivido por dos milenios soportando persecuciones
externos y escándalos internos. Asimismo, la doctrina de la Iglesia es tan coherente
que enseña a los sencillos mientras se defiende contra los cínicos. Sobre todo
seguimos como católicos porque nos damos cuenta que Dios ha dotado a la Iglesia con
todo lo necesario para hacernos santos. Particularmente en la Eucaristía donde
compartimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo Jesús nos damos cuenta como el Señor
nos fortalece para vencer el pecado.
Una vez un periodista preguntó a la Madre Teresa de Calcuta si era santa. La Madre
Teresa lo miró en los ojos y le dijo: “Es mi tarea ser santa. También es la tuya. ¿Por
qué piensas Dios nos ha puesto en la tierra?” Es la tarea de cada uno de nosotros.
Tanto los políticos como los obispos, tanto los mexicanos como los americanos, tanto
los cínicos como los jesuitas estamos en la tierra para hacerse santos. Y la Iglesia
existe para ayudarnos en esta tarea. La Iglesia existe para ayudarnos ser santos.
Padre Carmelo Mele, O.P