“Los que escuchan la palabra de Dios y la practican”.
Lc 8, 19-21
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
SER CREYENTES, ESCUCHAR COMO MARÍA LA PALABRA Y PONERLA EN
PRÁCTICA COMO ELLA, VIVIR SU CONSIGUIENTE BIENAVENTURANZA..
Una de las problemáticas más candentes de la sociedad actual es la de la familia. En ella
emergen graves dificultades debidas a la falta de valores y a la disgregación de las
relaciones. Ahora bien, tal vez para poder superar la incómoda situación actual no basten las
consultas psicosociológicas y las intervenciones legislativas y sea preciso volver al mensaje
evangélico sobre la familia.
Descubrimos así que Jesús, aun reconociendo el altísimo valor de la familia en cuanto
arraigada en la intención originaria del Creador, relativiza su importancia. El fragmento
evangélico que hemos leído hoy nos recuerda que el valor de la familia es inferior y está
subordinado al de la nueva familia del Reino. Esta exigencia de radicalismo a la hora de
reconocer la urgencia de la llamada a la conversión y a la acogida del Reino es lo que
explica ciertas exigencias de Jesús que, de otro modo, estarían en contradicción con sus
enseñanzas sobre el valor de la familia. Jesús nos pide que, por encima de todo, obre en
nosotros la pasión por el Reino: en definitiva, una acogida activa, generosa, de las
exigencias señaladas por su Palabra, que nos incita a colaborar en la edificación del pueblo
de Dios.
Volvemos a encontrar así el ideal que los profetas Ageo y Zacarías intentaban infundir en el
pueblo de los exiliados vueltos a Jerusalén y un tanto incómodos por las dificultades de la
empresa. Ser creyentes, escuchar como María la Palabra y ponerla en práctica como ella,
vivir su consiguiente bienaventuranza..., no significa entrar en una esfera de enrarecidos
goces intimistas, sino convertirse en colaboradores activos del sueño de Dios: hacerse una
familia de hijos e hijas tan grande como toda la humanidad.
ORACION
Reconozco ante ti, Señor, la belleza de la llamada a formar parte de la familia del Reino, a
experimentar en ella la ternura y la fuerza del amor del Padre que me quiere como hijo suyo,
a convertirme cada vez más en tu hermano y amigo.
Con la ayuda de tu gracia, quisiera llegar a ser cada vez más semejante a María, tu madre y
nuestra madre, modelo de obediencia inteligente y activa a tu Palabra. Deseo entrar como
ella en una escucha silenciosa y adoradora de la Palabra de Dios, único camino para
comprender el proyecto divino sobre mí. El silencio interior, tan necesario en mi vida, me
separará de mí mismo, de mi pequeño mundo cerrado, para llevarme al firmamento de tu
Espíritu. Entonces me sentiré verdaderamente “uno” con mis hermanos y hermanas en
Cristo.