XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
APRENDER A DECIR NO
Padre Pedrojosé Ynaraja
Hace unos años circulaban unas bellas estampas que reproducían la imagen de
“Notre Dame du oui”, perdonad, mis queridos jóvenes lectores, que os lo haya
escrito en lengua francesa, es en esta lengua en la que se hizo famosa esta
advocación de Santa María. Iba acompañada de una muy bonita oración. Decir
siempre sí a Dios, es el ideal del comportamiento cristiano. Por mi parte, regalo, y
estoy dispuesto a enviaros si me lo pedís, un pequeño fragmento de la casita donde
la Virgen tuvo la osadía de acceder a la petición que de parte de Dios le trasmitía el
arcángel Gabriel. Donde dijo el solemne SÍ, que cambió la historia del mundo,
empezando la salvación de la humanidad.
Dicho lo cual, cambio totalmente de tercio, a fin de situarme en el evangelio del
presente domingo. Decir sí a todo el mundo, cae bien y quien se comporta de esta
manera resulta simpático. Hay gente que protesta de todo, que se niega a prestar
colaboración o ayuda en cuanto se le propone una iniciativa. Entre este tipo de
personas, sorprenden algunas que a la chita callando, van haciendo lo que se les
había pedido. Los primeros, ya lo decía, se introducen en cualquier reunión o grupo
y con sus promesas hacen quedar mal a quien hasta ese momento se
responsabilizaba, la gente cifra su esperanza en su gran elocuencia, pero poco a
poco se escurren, abandonan. Decepcionan a unos, habiendo previamente
desacreditado a otros. Es hora de recordar el refrán popular. Del dicho al hecho,
hay un gran trecho. Y lo que vale son las obras. Que no se nos examinará de lo que
prometimos, sino de lo que hicimos.
Presumen algunos de sus sueños de grandezas, de sus dedicaciones, aceptando
cargos que ejercerán en beneficio de muchos. Destronan a algunos a los que
desacreditarán totalmente, asegurando que a sus equivocaciones ellos las suplirán
con sus aciertos. Pasa el tiempo y nada de nada. La gente se desanima y cae en
total pasividad. Si aquel que deslumbraba no hace nada y todo sigue igual, puede
uno olvidarse de sus buenos propósitos, que nadie podrá venir con exigencias. Os
confieso, mis queridos jóvenes lectores, que me dan pánico aquellos que se
presentan como jóvenes, como personas que han descubierto lo que hasta
entonces se había ignorado, y una vez ganada la simpatía del auditorio, y
satisfecha su vanidad, sin que se sepa cómo, desaparecen.
Otros no dotados de cualidades sorprendentes, hasta quizás algo sea huraño y que
aparentemente a nada se prestan, van siendo fieles y generosos por su cuenta. No
engañan, no decepcionan, no desaniman.
No se puede ignorar que muchos sinceramente dicen sí, sin darse cuenta de que
están incapacitados, que no disponen del tiempo necesario, que deben aceptar con
humildad que no pueden ofrecerse a lo que se les propone. Estos tales, tantos de
entre nosotros, es necesario que sepan, que sepamos, decir no a algunas
proposiciones, para lealmente responder a otras más importantes. Aprender a decir
no, significa trabajar con serenidad, saber relajarse, tener coraje para concluir lo
iniciado, no buscar el elogio, contentarse con hacer el pequeño bien que uno es
capaz.
Jesús pone ejemplos de su tiempo. Ya no hay ahora entre nosotros, publicanos que
recauden impuestos a favor de potencias opresoras. Por los datos que nos
proporciona la Biblia, las prostitutas de aquel tiempo, eran de diferente condición
de las que pululan por nuestras carreteras. No os puedo hablar de ellas ni de gente
que ejerza profesión semejante a la de los publicanos del tiempo de Jesús, no he
tenido contactos personales ni con ellos, ni con ellas. Pero sí os puedo asegurar que
gente de mala fama, por sus conductas libidinosas o por ideas políticas
desencajadas, con frecuencia se ofrecen a colaborar mucho más que distinguidos
con títulos, medallas o nombramientos. Gente de cristianismo practicante en ONGs,
dedicando sus horas, de las que podrían disfrutar, a servir o ayudar a ancianos, a
chicos marginados, a levantar rudimentarios cobijos, tal vez ilegales, para gente
que no dispone de techo para dormir... Practicantes de las bienaventuranzas,
aunque no creyentes. Gente así son a los que Jesús alaba en este fragmento
evangélico.
Padre Pedrojosé Ynaraja