Comentario al evangelio del Jueves 29 de Septiembre del 2011
Lo de los ángeles está muy de moda actualmente. Forman parte de esa religiosidad difusa, de esa
espiritualidad que se expande por nuestro mundo invitando a las personas a vivir todo desde su
interioridad y que cree en una especie de energía que invade el universo y con la que nos conectamos
cuando hacemos silencio. Es como recargar el depósito del coche. Después de eso, vamos por la vida
sintiendo aquí y allá esa fuerza positiva que nos anima a seguir haciendo lo mismo que hacíamos y a
asumir lo negativo de nuestras vidas.
Pero esa espiritualidad tiene poco que ver con el Evangelio. El Evangelio no va de energías ni de
lucecitas en la oscuridad. No va de imágenes acarameladas de angelitos en tonos pastel. Va de un
hombre que salió a los caminos y se enfrentó a las autoridades de su tiempo. Va de un hombre que
tomó la vida por los cuernos, que fue sincero consigo mismo, que no temió al qué dirán, que arriesgo
por todo por aquello que para él era el centro de su vida: su profunda experiencia de Dios y su Reino.
El Dios de Jesús no tenía ningún parecido con una aspirina que calma nuestros dolores. Ni siquiera
su objetivo era darnos la paz. El Reino es de los arriesgados, dijo. Y el Abbá de Jesús es el Dios
liberador de todas las opresiones. Su voluntad es transformar este mundo para que todos sus hijos e
hijas puedan vivir en libertad y justicia. Por eso Jesús entregó su vida. Por eso nos invita a nosotros a
entregarla.
Los ángeles no son lucecitas ni energías positivas. Los ángeles no son comparsas inmóviles de la
corte celestial –¡como si a Dios le hiciese falta una corte de aduladores!–. Los ángeles son una forma
de hablar de la voluntad de Dios que no se queda en el cielo sino que baja a la tierra. Porque Dios no
habita en esa nube difusa de espiritualidad y paz interior sino en el barro de esta tierra, en sus luchas y
en sus compromisos por extender la fraternidad y el reino. Ahí podemos comenzar a hablar de los
ángeles.
Fernando Torres Pérez, cmf