EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Martes de la XXVI Semana del Tiempo Ordinario
Libro de Zacarías 8,20-23.
Así habla el Señor de los ejércitos: Vendrán asimismo pueblos y habitantes de
muchas ciudades.
Los habitantes de una ciudad irán a otra, diciendo: "Vamos a apaciguar el rostro del
Señor y a buscar al Señor de los ejércitos; yo también quiero ir".
Pueblos numerosos y naciones poderosas vendrán a Jerusalén a buscar al Señor de
los ejércitos y a apaciguar el rostro del Señor.
Así habla el Señor de los ejércitos: En aquellos días, diez hombres de todas las
lenguas que hablan las naciones, tomarán a un judío por el borde de sus vestiduras
y le dirán: "Queremos ir con ustedes, porque hemos oído que Dios está con
ustedes".
Salmo 87(86),1-3.4-5.6-7.
De los hijos de Coré. Salmo. Canto. ¡Esta es la ciudad que fundó el Señor sobre las
santas Montañas!
El ama las puertas de Sión más que a todas las moradas de Jacob.
Cosas admirables se dicen de ti, Ciudad de Dios:
"Contaré a Egipto y a Babilonia entre aquellos que me conocen; filisteos, tirios y
etíopes han nacido en ella".
Así se hablará de Sión: "Este, y también aquel, han nacido en ella", y el Altísimo en
persona la ha fundado".
Al registrar a los pueblos, el Señor escribirá: "Este ha nacido en ella".
Y todos cantarán, mientras danzan: "Todas mis fuentes de vida están en ti".
Evangelio según San Lucas 9,51-56.
Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó
decididamente hacia Jerusalén
y envió mensajeros delante de él. Ellos partieron y entraron en un pueblo de
Samaría para prepararle alojamiento.
Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén.
Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: "Señor, ¿quieres que
mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?".
Pero él se dio vuelta y los reprendió.
Y se fueron a otro pueblo.
Leer el comentario del Evangelio por
San Buenaventura (1221-1274), franciscano, doctor de la Iglesia
Itinerario de la mente hacia Dios, cp.7
«Tomó con coraje el camino a Jerusalén»
«Cristo es el camino y la puerta «(Jn 14,6; 10,7), la escala y el vehículo como
propiciatorio colocado sobre el arca y «misterio escondido en Dios desde tantos
siglos»(Mt 13,35).
Quien a este propiciatorio mira, convirtiendo a él por entero el rostro, y lo
mira suspendido en la cruz con sentimientos de fe, esperanza, caridad, devoción,
admiración alegría, honra, alabanza y júbilo, ése celebra con Él la pascua (cf Mc
14,14) , es decir, el tránsito, de suerte que, en virtud de la vara de la cruz, pasa a
través del mar Rojo entrando de Egipto en el desierto, donde le sea dado gustar el
maná escondido y (cf Ex 14,16)...
Y en este tránsito, si es perfecto, es necesario que se dejen todas las
operaciones intelectuales, y que el ápice del afecto se traslade todo a Dios y todo se
transforme en Dios. Y esta es experiencia mística y serenísima, que nadie la
conoce, sino quien la recibe, ni nadie la recibe, sino quien la desea; ni nadie la
desea, sino aquel a quien el fuego del Espíritu Santo lo inflama hasta la médula. Por
eso dice el Apóstol que esta mística sabiduría la reveló el Espíritu Santo (1Co 2,10).
Y si tratas de averiguar cómo sean estas cosas, pregúntalo a la gracia, pero
no a la doctrina; al deseo, pero no al entendimiento; al gemido de la oración, pero
no al estudio de la lección; al esposo, pero no al maestro; a la tiniebla pero no a la
claridad; a Dios, pero no al hombre; no a la luz, sino al fuego, que inflama
totalmente y traslada a Dios con excesivas unciones y ardentísimos afectos. Fuego
que ciertamente, es Dios, y fuego» cuyo horno está en Jerusalén» (Is 31,9), y que
lo encendió Cristo con el fervor de su ardentísima pasión y lo experimenta, en
verdad, aquel que viene a decir «Mi alma ha deseado el suplicio y mis huesos la
muerte». El que ama está muerto, puede ver a Dios, porque, sin duda alguna, son
verdaderas estas palabras: «No me verá hombre alguno sin morir» (Ex 33,20).
Muramos, pues, y entremos en estas tinieblas, reduzca más a silencio los
cuidados, las concupiscencias y los fantasmas de la imaginación; pasemos con
Cristo crucificado «de este mundo al Padre»(cf Mc 14,14), a fin de que,
manifestándose en nosotros el Padre, digamos con Felipe: «Esto nos basta» (Jn
14,8); oigamos con San Pablo: «Te basta mi gracia»(2Co 12,9); y nos alegremos
con David, diciendo: "Mi carne y mi corazón desfallecen, Dios de mi corazón y
herencia mía, por toda la eternidad». (Sal.72,26).
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