EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Miércoles de la XXVI Semana del Tiempo Ordinario
Libro de Nehemías 2,1-8.
En el mes de Nisán, el vigésimo año del reinado de Artajerjes, siendo yo el
encargado del vino, lo tomé y se lo ofrecí al rey. Como nunca había estado triste en
su presencia,
el rey me preguntó: "¿Por qué tienes esa cara tan triste? Tú no estás enfermo.
Seguramente hay algo que te aflige". Yo experimenté una gran turbación,
y dije al rey: "¡Viva el rey para siempre! ¿Cómo no voy a estar con la cara triste, si
la ciudad donde están las tumbas de mis padres se encuentra en ruinas y sus
puertas han sido consumidas por el fuego?".
El rey me dijo: "¿Qué es lo que quieres?" Yo me encomendé al Dios del cielo,
y le respondí: "Si es del agrado del rey y tú estás contento con tu servidor,
envíame a Judá, a la ciudad donde están las tumbas de mis padres, para que yo la
reconstruya".
El rey, que tenía a la reina sentada a su lado, me dijo: "¿Cuánto tiempo durará tu
viaje y cuándo estarás de regreso?". Al rey le pareció bien autorizar mi partida, y
yo le fijé un plazo.
Luego dije al rey: "Si el rey lo considera conveniente, se me podrían dar cartas para
los gobernadores del otro lado del Eufrates, a fin de que me faciliten el viaje a Judá.
También podrían darme una carta para Asaf, el supervisor de los parques del rey, a
fin de que me provea de madera para armar las puertas de la ciudadela del Templo,
para las murallas de la ciudad y para la casa donde voy a vivir". El rey me concedió
todo eso, porque la mano bondadosa de mi Dios estaba sobre mí.
Salmo 137(136),1-2.3.4-5.6.
Junto a los ríos de Babilonia, nos sentábamos a llorar, acordándonos de Sión.
En los sauces de las orillas teníamos colgadas nuestras cítaras.
Allí nuestros carceleros nos pedían cantos, y nuestros opresores, alegría: "¡Canten
para nosotros un canto de Sión!".
¿Cómo podíamos cantar un canto del Señor en tierra extranjera?
Si me olvidara de ti, Jerusalén, que se paralice mi mano derecha;
que la lengua se me pegue al paladar si no me acordara de ti, si no pusiera a
Jerusalén por encima de todas mis alegrías.
Evangelio según San Lucas 9,57-62.
Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: "¡Te seguiré adonde vayas!".
Jesús le respondió: "Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos,
pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza".
Y dijo a otro: "Sígueme". El respondió: "Permíteme que vaya primero a enterrar a
mi padre".
Pero Jesús le respondió: "Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a
anunciar el Reino de Dios".
Otro le dijo: "Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos".
Jesús le respondió: "El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no
sirve para el Reino de Dios".
Leer el comentario del Evangelio por
Un compañero de San Francisco de Asís (siglo XIII)
Sacrum commercium, 19 y 20 . Alianza de San Francisco con la dama
Pobreza. (Trad: Salvador Biain, o.f.m.- BAC 399- Madrid, 1998, 7ª edición –
reimpresión-)
«El Hijo del hombre, no tiene dónde reposar la cabeza"
Y así enamorado de tu belleza, el hijo del altísimo Padre se unió solamente
contigo en el mundo y te halló fidelísima en todo. En efecto, antes de que Él
descendiera a la tierra procedente de la patria luminosa, ya le tenías dispuesto un
lugar adecuado, un trono donde sentarse y un lecho en que descansar: la Virgen
pobrísima de la que nació, iluminando este mundo. Cierto es que saliste fielmente
al encuentro del recién nacido, de suerte que en ti y no entre delicias hallara Él su
morada preferida. Fue puesto -dice el evangelista- en un pesebre, porque no había
sitio para Él en la posada. Y lo acompañaste siempre, sin separarte jamás de Él
durante toda su vida, de modo que -cuando apareció en la tierra y vivió entre los
hombres-, mientras las zorras tenían madrigueras y las aves del cielo nidos, Él, en
cambio, no tuvo dónde reclinar la cabeza. Después, cuando abrió su boca para
enseñar -Él que en otro tiempo había despegado los labios de los profetas-, de
entre las muchas cosas que habló, fuiste tú la primera a quien alabó, la primera a
quien enalteció al decir: Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el
reino de los cielos (Mt 5,3).
Además, en el momento de elegir a algunos testigos fidedignos de su santa
predicación y gloriosa vida para la salvación del género humano, no escogió,
ciertamente, a unos ricos mercaderes, sino a pobres pescadores, dando a entender
con semejante predilección cómo deberías tú ser estimada de todos. Finalmente,
para que se hiciera patente a todos tu bondad, tu magnificencia, tu fortaleza y
dignidad; para dejar en claro que tú aventajas a todas las virtudes, que sin ti no
puede haber ninguna y que tu reino no es de este mundo, sino del cielo, fuiste tú la
única que permaneciste unida al Rey de la gloria cuando todos sus elegidos y
personas queridas lo abandonaron cobardemente. Pero tú, como fidelísima esposa
y tiernísima amante, no te separaste ni un solo instante de su compañía; incluso te
mantenías más firmemente unida a él cuando veías que era más despreciado de
todos. Y en verdad que, si tú no lo hubieras acompañado, nunca habría podido
recibir Él un menosprecio tan universal. Sólo tú le consolabas. No lo abandonaste
hasta la muerte, y una muerte de cruz. Y en la misma cruz -desnudo ya el cuerpo,
extendidos los brazos y elevadas las manos y los pies- sufrías juntamente con Él,
de suerte que en el Crucificado nada aparecía más glorioso que tú .
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”