“A Juan yo lo mandé decapitar. ¿Quién es entonces éste, de quien oigo semejantes
cosas?”
Lc 9, 7-9
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
TRABAJAR POR LA IGLESIA DE DIOS
Los oráculos de Ageo siguen conservando una gran actualidad para nosotros,
porque también hoy vemos a la Iglesia de Dios como su casa necesitada de
cuidados, de servicio celoso y animoso, de testimonio apasionado y
perseverante. Continúa siendo válido el aviso del profeta, que ha resonado de
diferentes modos en el corazón de los grandes santos como Francisco de Asís,
por ejemplo, que se sintieron llamados a trabajar, con todas las fibras de su
persona, en la edificación del pueblo de Dios: “Subid al monte a buscar madera,
reconstruid mi templo y yo me complaceré en él”’.
Trabajar por la Iglesia de Dios, a través de la diversidad de carismas y de
ministerios, es un compromiso fatigoso, pero es también una pasión que da
sentido a la vida, una causa digna a la que dedicar nuestra propia vida. Se
perfila así una figura de creyente y de discípulo que se encuentra en las
antípodas de una religiosidad falta de compromiso, que es sólo curiosidad de
sensacionalismos y se muestra sólo charla inútil y superficial, precisamente
como la que representa el miserable Herodes Antipas en los evangelios.
El deseo de seguir a Jesús es sincero cuando hay disponibilidad para implicarse
en persona, para ponerse al servicio de su sueño de reunir al pueblo de Dios
para el tiempo de la salvación. En caso contrario, la aventura religiosa es inútil,
incluso perjudicial, porque se reduce a la búsqueda de signos estrepitosos, de
apariciones, de fenómenos que atraen la curiosidad de muchos, pero coincide
con la incapacidad para saber reconocer la novedad de Dios dador de sentido y
bendición- en nuestra vida.
ORACION
Oh Señor Jesús, infunde en mí el deseo de seguirte cada día y de sentir amor
por tu templo, por tu Iglesia, especialmente cuando me parece decrépita,
ofuscada por tantos defectos y pecados.
Con tu ayuda, quiero imitar a tus santos, que se han entregado por completo a
la reparación de las ruinas de tu casa, olvidándose de sí mismos y de los
pequeños ideales.
Yo soy discípulo tuyo: enséñame, oh Señor Jesús, no a buscar signos
prodigiosos, sino a custodiar tu Palabra. No permitas que me convierta en una
persona simplemente curiosa, superficial, movida por el “prurito de oír cosas
nuevas”; ayúdame más bien a ser un siervo tuyo atento y generoso, que sólo
busca tu gloria. Amén.