TIEMPO ORDINARIO
La Iglesia, por tradición apostólica, celebra el misterio pascual en el día
llamado domingo o “día del Seor”. El domingo es el fundamento de todo el año
litúrgico. Es la fiesta primordial, que debe inculcarse a la piedad de los fieles 1 .
La Iglesia celebra el misterio de Cristo también en los domingos del año, que
no pertenecen a los “tiempos fuertes” del año litúrgico. Estos domingos forman una
serie de treinta y cuatro bajo la denominación de “domingos durante el año”. Son
los domingos que van de Epifanía a Cuaresma y de Pentecostés al final del año
litúrgico.
Cada domingo es el “día del Seor”, la Pascua semanal. El domingo nos
introduce en el misterio de la Pascua como un pasado ya realizado y siempre
actual, y un futuro que se hace presente por la celebración y cuya culminación
esperamos.
En el peregrinar hacia Cristo, necesitamos hacer presente con frecuencia el
misterio pascual como fuente de vida y apoyo de nuestra esperanza.
Todos estos domingos nos invitan a reflexionar sobre los distintos aspectos
de la nueva vida nacida del misterio pascual. Los últimos tienen un colorido
marcadamente escatológico.
Las primeras lecturas están todas tomadas de los libros del AT. En los
domingos del tiempo pascual la lectura se toma, en los tres ciclos del libro de los
Hechos de los Apóstoles. En la seleccin de estas “primeras” lecturas del AT se ha
tenido en cuenta que concuerde con el tema del Evangelio. Los acontecimientos del
AT y sus temas mayores son una magnífica iniciación para ahondar y comprender
mejor el Evangelio.
Las “segundas” lecturas proponen temas de vida cristiana tomados de los
Hechos y Cartas del N T. En el Ciclo “C” se lee el final de 1Cor y Gálatas, en las que
aborda los grandes temas: los carismas, la caridad, la resurrección, el Evangelio de
la salvación por la fe, relación entre las dos alianzas y función de la ley (Gál). Se
leen también las cartas a Timoteo, la de Filemón. La supremacía de Cristo se lee en
Col. Se cierra el Ciclo “C” con el tema de la Parusía (2 Tes). En los domingos de
Pascua del Ciclo “C” la segunda lectura se toma del Apocalipsis.
Los Evangelios están tomados para el Ciclo “C” casi exclusivamente de San
Lucas. San Juan aparece sólo en el domingo II. En la primera y tercera lectura
(Evangelios), en mutua relación habitualmente, es donde hay que descubrir el tema
propio de cada domingo.
1 Cfr. SC, 106
La teología que caracteriza los Domingos durante el Ciclo “C” es la de San
Lucas.
La tradición atribuye el tercer Evangelio a San Lucas, y lo pone en relación
con la predicación de San Pablo. Lc se ha servido, para componer su Evangelio, de
informaciones escritas y ora-les (Lc 1, 14). Lc se ha servido de Mc como
fundamento de su Evangelio, y sigue el orden de Mc.
Grande es la importancia de Lc en la teología del NT, Lc es el teólogo de la
Historia de la Salvación, pues ha dado gran valor al elemento histórico. Los títulos
cristológicos que usa Lc (Christos, Kyrios) los ha tomado de la tradición y se sirve
de ellos sin atribuirles un peso teológico decisivo. En Lc ningún título obtiene una
preeminencia explícita.
Lc distingue el tiempo de Jesús del tiempo de la Iglesia. El tiempo de Jesús
es un período histórico-salvífico en el que Cristo, gracias al Espíritu, anuncia el
Reino, ofrece a los pecadores la misericordia de Dios (Cfr. Lc 15), cura las
enfermedades, destruye el poder del demonio y prepara el tiempo de la Iglesia.
Esto aparece como “el centro del tiempo”.
El tiempo de la Iglesia comienza sólo con la venida del Espíritu Santo (Cfr.
Act 2). Lo que se ha manifestado en la persona de Jesús, en su actividad, es lo que
se cumple ahora, según el plano de Dios, en el tiempo de la Iglesia. La Iglesia es la
legítima continuadora de Israel (Cfr. Lc 5, 37s). Lc demuestra la continuación entre
la Iglesia e Israel, desarrollando su Evangelio en torno a Jerusalén y al Templo.
Toda la vida de Jesús es un viaje hacia Jerusalén. De Jerusalén sale la salvación
hacia todas las naciones.
En Lc la vida de Jesús comienza en el Templo (Cfr. Lc 1, 5) y termina en
Jerusalén (Lc 24, 52s). La confrontación entre Galilea y Jerusalén, como lo vemos
en Mc y Mt (la Galilea despreciada es el lugar en donde comienza la salvación;
Jerusalén, la Ciudad santa, se convierte en centro de oposición a la salvación) es
sustituida en Lc por la descripción de un viaje de Jesús en tres etapas, a las que
corresponden tres grados de conciencia en Jesús: conciencia mesiánica, de la
Pasión, regia.
La vida cristiana consiste en el vivir en el tiempo presente según las normas
de Cristo, mirando al Jesús histórico, y esperando en el futuro su venida (Cfr. Act 3,
21). La salvación se actúa en el tiempo de la Iglesia, como se había actuado en
Jesús terreno, guiada por el Espíritu Santo. Hay que tomar la cruz y seguir a Jesús.
El Reinado de Cristo comienza inmediatamente con su Resurrección,
independientemente de la Parusía. La continuidad entre el tiempo de Jesús y el
tiempo de la Iglesia está asegurada por el Espíritu Santo. Él está ya presente en
Jesús (Cfr. Lc 3, 21;4, 1). El Espíritu Santo reside en Él para dirigirlo en su misión
salvífica (Cfr. Lc 4, 18ss). El Espíritu Santo dirige a los Apóstoles, los cuales
continúan de este modo la obra de Jesús (Cfr. Lc 8, 2ss; 13, 22ss).
Así el Espíritu Santo garantiza la continuidad entre la obra de Jesús y la de la
Iglesia. La obra del Espíritu sobre la Iglesia está ligada a la glorificación de Cristo, el
cual manda el Espíritu Santo el día de Pentecostés. Este espíritu obra ahora en la
Iglesia por medio d e los ministros de la Iglesia (Cfr. Act 9, 17;19, lss). El Espíritu
Santo tiene, pues, en Lc una grande importancia.
Lc presenta a Jesús como el Redentor de los miserables , de los
despreciados, de los pobres, de los pecadores y de las mujeres. Jesús predica
particularmente a los pobres y a los pecadores (Lc 1, 53; 4, 18; 6, 20). Como
consecuencia por esta predilección por los pobres, Lc insiste mucho sobre el peligro
de las riquezas (6, 24; 12,13ss).
Jesús se manifiesta lleno de bondad y de misericordia hacia los pecadores.
Es el médico bueno, el bienhechor divino que aproxima Dios a los hombres. Está
lleno de misericordia con las miserias corporales y espirituales (Cfr. 10, 30ss; 15,
11-32; 16, 19ss). El capítulo 15 es el punto central del Evangelio de Lc. Incluso
sobre la cruz Jesús muestra su bondad al ladrón (Cfr. 23, 43).
En el mundo antiguo, las mujeres pertenecían a la categoría de los
despreciados. Jesús ha sido el primero que les ha dado la plena dignidad humana.
En Lc las mujeres tienen más importancia que en los otros evangelistas. La viuda
de Naím (Cfr. 7,11ss), la pecadora arrepentida (Cfr. 7, 36ss) las mujeres de
Galilea, que ofrecieron a Jesús sus bienes y su servicio (Cfr. 8, 1-3), la amistad de
Jesús con las dos hermanas de Betania (Cfr. 10, 38ss), las mujeres de Jerusalén
que lloran a Jesús (Cfr. 23, 27).
Con frecuencia se da importancia a la oración de Jesús , de modo particular
en los momentos importantes: en el Bautismo (Cfr. 3, 21), antes de la confesión de
Pedro (Cfr. 9, 18), antes de la Transfiguración (Cfr. 9, 28) y antes de enseñar a los
discípulos el Padrenuestro (Cfr. 11, 1). Jesús ora por Pedro para que su fe no decai-
ga (Cfr. 22, 31s), ora sobre la cruz por sus enemigos (Cfr. 23, 34). La exhortación
a orar es reforzada por Jesús (Cfr. 22, 40. 46).
La alegría, el júbilo, la alabanza, la acción de gracias, la glorificación
de Dios son frecuentes en Lc: María (Cfr. 1, 46ss), Zacarías (Cfr. 1, 64. 68ss) los
ángeles de Belén (Cfr. 2, 13. 20), Simeón (Cfr. 2, 28), Ana (Cfr. 2, 38), las
bienaventuranzas (Cfr. 6, 23), con motivo de la resurrección del joven de Naím
(Cfr. 5, 25s; 7, 16), la exclamación de júbilo a la vuelta de los discípulos (Cfr. 10,
17. 21), alegría por la conversión de los pecadores (Cfr. 15, 5ss), el centurión en el
momento de la muerte de Jesús (Cfr. 23, 47). También en la vida de la Iglesia
dominan el júbilo escatológico (Cfr. Act 2, 46) y una gran alegría misionera (Cfr.
15, 3). De lo dicho se ve que la alegría mesiánica invade todo el Evangelio de Lc.
La paz también es acentuada en Lc (Cfr. 12, 51): es la que Jesús da (Cfr. 7,
50; 8, 48) desde el momento de su nacimiento (Cfr. 1, 79; 2, 14. 29), la que
Jerusalén no ha querido acoger (Cfr. 19, 42). Paz dada por el Resucitado (Cfr. 24,
36), porque Jesús ha venido a predicar la paz (Cfr. Act 10, 36), y lo mismo han de
hacer los discípulos (Cfr. 10, 5s; Mt 10, 13).
Por lo que se refiere a la Cristología, Lc ve en Jesús una doble realidad:
humana y celestial. Esta aparece en el Bautismo, y en el concepto de Kyrios: Cristo
es el Señor que vence a la muerte y a Satanás (Cfr. Lc 7, 13; 13, 15ss). Se nos
indica el origen celestial de Cristo, cuando se nos habla de la concepción de Jesús
por obra del Espíritu Santo. También la realidad humana de Jesús es afirmada
claramente por Lc: la genealogía (Cfr. Lc 3, 23-28); ora como hombre (Cfr. Lc 3,
21; 9, 28). Jesús sufre como hombre, es el Hijo del hombre paciente. Participa en
los banquetes. Jesús es el Cristo de Dios en un hombre (Cfr. Lc 9, 20).
Lc reconoce, sin embargo, que Jesús terreno puede ser entendido a la luz del
Señor resucitado y exaltado . Y sabe perfectamente que Cristo que mora junto a
Dios, no puede ser jamás separado de Jesús que vive sobre la tierra. Lc pone de
relieve el carácter “soberano” de la persona de Jesús, pero también da realce a la
vía de la humillación seguida por Jesús. Lc usa también la idea de la realeza
davídico-mesiánica, como Mt (Cfr. Lc 1, 26-38). La profecía de 2 Sam 7, 12-16 es
relacionada con la del Emmanuel de Is 7, 14. El hijo de María es llamado “Hijo del
Altísimo” (Cfr. Lc 1, 32). La realeza de Jesús es entendida por Lc como
cumplimiento de la espera mesiánica (Cfr. Lc 19, 38; 23, 2. 37). La auténtica
realeza de Cristo se actualizará después de la exaltación del Señor a la diestra de
Dios (Cfr. Lc 20, 42ss; 22, 69; Act 2, 34ss) y de modo especial se manifestará en la
Parusía.
En el Evangelio de la Infancia , la figura de María es presentada por Lc con
su extraordinaria grandeza y humildad. María es la llena de gracia (Cfr. 1, 28), es
virgen (Cfr. 1, 27), es Madre del Mesías davídico (Cfr. 1, 30ss), del Hijo de Dios
(Cfr. 1, 35), esposa del Espíritu Santo (Cfr. 1, 35). Al mismo tiempo, es la humilde
esclava del Señor (Cfr. 1, 38), sin glorias terrenas, sin riquezas, rica sólo de fe. La
fe es la virtud de María que el evangelista pone más de relieve. No nos la presenta
como omnisciente desde el uso de razón, sino que va conociendo su destino
lentamente, poco a poco: por el ángel, por los pastores, por Simeón, por el hijo de
doce años. En cada nueva revelación, su mente se siente “turbada” (Cfr. 1, 29),
confusa (Cfr. 2, 18. 33. 50) meditabunda (Cfr. 8, 19. 51). Si Ella piensa, medita
sobre todo lo que ha oído (Cfr. 2, 51) es señal de que también para María son cosas
misteriosas lo que ha oído. Su camino es, pues, un camino de fe. La profecía de
Simeón (Cfr. 2, 34s) y Jesús de doce años le hacen entrever su futura misión de
humildad y de sufrimiento. María es presentada también por Lc como la “Hija de
Sin”, destinada a acoger a Dios en su seno. Es el Arca de la Nueva Alianza, que
lleva dentro de sí al Señor.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)