XXVI Domingo del Tiempo Ordinario/A
Segunda lectura: Fil 2, 1-11
Tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús . Hoy hemos escuchado
el gran himno sobre el Seor, donde el Apstol nos dice: “Tengan entre ustedes los
mismos sentimientos de Cristo”, entren en el pensar de Cristo. Así pues, podemos
tener todos juntos la fe de la Iglesia, porque con esta fe entramos en los
pensamientos, en los sentimientos del Señor. Pensar con Cristo.
Esta es la meta a la que lleva este himno cristológico que, desde hace siglos,
la Iglesia medita, canta y considera guía de su vida; es decir, aprender a sentir
como sentía Jesús; conformar nuestro modo de pensar, de decidir, de actuar, a los
sentimientos de Jesús. Si nos esforzamos por conformar nuestros sentimientos a
los de Jesús, vamos por el camino correcto.
Para poder pensar con el sentimiento de Cristo es menester pasar muchos
ratos con él cada día, leer las santas escrituras, recibir los sacramentos, celebrar y
vivir la eucaristía, sobre todo el domingo. A través de estas prácticas Cristo nos
habla y nosotros le hablamos, sin mediar palabras, pero sí con el corazón. En este
sentido, deberíamos ejercitarnos en descubrir en las Escrituras el pensamiento de
Cristo, aprender a pensar con Cristo, a pensar con el pensamiento de Cristo para
tener los mismos sentimientos de Cristo, para poder dar a los demás también el
pensamiento de Cristo, los sentimientos de Cristo.
Sealando “la contemplacin del rostro de Cristo” como vivencia fundamental
que ha de constituir también a la Iglesia del tercer milenio, Juan Pablo II apuntaba,
en definitiva, a dejarse transformar por los verdaderos sentimientos percibidos en
Cristo. Justo en la línea de lo que antaño recomendara ya el Apóstol Pablo a los
primeros cristianos, para edificarse como verdadera Iglesia: “Tengan entre ustedes
los mismos sentimientos que Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo
ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición
de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como
hombre; y se humill a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz”
( Fil 2,5-8). Como advierte Benedicto XVI en su Encíclica sobre el amor cristiano, “es
allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad . Y a partir de allí se debe
definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la
orientación de su vivir y de su amar ” (n. 12).
Se describe aquí el misterio de la Encarnación y de la Redención, como
despojamiento total de sí, que lleva a Cristo a vivir plenamente la condición
humana y a obedecer hasta el final el designio del Padre. Se trata de un
anonadamiento que, no obstante, está impregnado de amor y expresa el amor.
Por consiguiente, así como el Apóstol, consciente de lo fácil que es sucumbir a
la amenaza siempre latente de conflictos y discordias, exhortaba a la comunidad de
Filipos a la concordia y a la unidad, así a nosotros hoy, en la carta de la segunda
lectura, san Pablo nos recuerda con fuerza que toda la ley tiene su plenitud en el
único mandamiento del amor; y nos exhortará a caminar según el Espíritu, para
evitar las obras de la carne -discordias, celos, rencillas, divisiones, disensiones,
envidias-, obteniendo así el fruto del Espíritu que es, en cambio, el amor (cf. Ga 5,
14-23).
Eso exige, evidentemente, que salgamos de nosotros mismos, de nuestros
razonamientos, de nuestra „prudencia‟, de nuestra indiferencia, de nuestra
suficiencia, de costumbres no cristianas que quizá hemos adquirido. Sí; esto pide
renuncias, una conversión, que primeramente debemos atrevernos a desear,
pedirla en la oración y comenzar a practicar.
Dejemos que Cristo sea para nosotros el camino, la verdad y la vida. Dejemos
que sea nuestra salvación y vuestra felicidad. Dejemos que ocupe toda nuestra vida
para alcanzar con El todas sus dimensiones, para que todas nuestras relaciones,
actividades, sentimientos, pensamientos sean integrados en El o, por decirlo así,
sean „cristificados‟. Con Cristo reconozcamos a Dios como el principio y fin de
nuestra existencia.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)