Asunción de María Virgen al cielo
15 de agosto
I
Hoy celebramos una de las fiestas más hermosas de la Virgen: su
glorificación en cuerpo y alma en el cielo. El Evangelio es el fragmento de Lucas con
el Magnificat de María. Según la doctrina de la Iglesia católica, María ha entrado en
la gloria no sólo con su espíritu, sino totalmente con toda su persona, detrás de
Cristo, como primicia de la resurrección futura.
Éste es el día glorioso en que la Virgen Madre de Dios subió a los cielos;
todos la aclamamos, tributándole nuestras alabanzas, por que es Bendita tú entre
las mujeres y bendito el fruto de su vientre: el sol de justicia, Cristo…
“Convenía que aquella que en el parto había conservado intacta su virginidad
conservara su cuerpo también después de la muerte libre de la corruptibilidad.
Convenía que aquella que había llevado al Creador como un niño en su seno,
tuviera después su mansión en el cielo.
Convenía que la esposa que el Padre había desposado habitara en el tálamo
celestial.
Convenía que aquella que había visto a su Hijo en la cruz y cuya alma había
sido atravesada por la espada del dolor, del que se había visto libre en el momento
del parto, lo contemplara sentado a la derecha del Padre.
Convenía que la Madre de Dios poseyera lo mismo que su Hijo y que fuera
venerada por toda creatura como Madre y esclava de Dios.
El cuerpo de la Virgen María, la madre de Dios, se mantuvo incorrupto y fue
llevado al cielo, porque así lo pedía no sólo el hecho de su maternidad divina, sino
también la especial santidad de su cuerpo virginal; en efecto, ella es toda belleza,
su cuerpo virginal es todo él santo, todo él casto, todo él morada de Dios, todo lo
cual hace que esté exento de disolverse y convertirse en polvo, y que, sin perder su
condición humana, sea transformado en cuerpo celestial e incorruptible, lleno de
vida y sobremanera glorioso, incólume y partícipe de la vida perfecta.
¡Qué hermosa y bella es la Virgen María, que emigró de este mundo para ir
hacia Cristo! Resplandece entre los coros de los santos como el sol brilla en el cielo
con todo su esplendor. Los ángeles se alegran, los arcángeles se regocijan al
contemplar la gloria inmensa de la Virgen María.
Esta es nuestra Madre…Por tanto, hemos de querer lo que ella quiso y lo que
ella vivi: sin pecado; y santificacin de nuestro cuerpo…
II
La fiesta de hoy se puede decir que tiene tres niveles:
a) Es la victoria de Cristo Jesús: el Señor Resucitado, tal como nos lo presenta
Pablo, es el punto culminante del plan salvador de Dios. Él es la "primicia", el
primero que triunfa plenamente de la muerte y del mal, pasando a la nueva
existencia. El segundo y definitivo Adán que corrige el falló del primero.
b) Es la victoria de la Virgen María, que, como primera seguidora de Jesús y la
primera salvada por su Pascua, participa ya de la victoria de su Hijo, elevada
también ella a la gloria definitiva en cuerpo y alma. Ella, que supo decir un “sí”
radical a Dios, que creyó en él y le fue plenamente obediente en su vida (“hágase
en mí según tu Palabra”), es ahora glorificada y asociada a la victoria de su Hijo. En
verdad “ha hecho obras grandes” en ella el Seor.
c) Pero es también nuestra victoria, porque el triunfo de Cristo y de su Madre se
proyecta a la Iglesia y a toda la humanidad. En María se retrata y condensa nuestro
desuno. Al igual que su “sí” fue como representante del nuestro, también el “sí” de
Dios a ella, glorificándola, es también un sí a nosotros: nos señala el destino que
Dios quiere para todos. La comunidad eclesial es una comunidad en marcha, en
lucha constante contra el mal. La Mujer del Apocalipsis, la Iglesia misma, y dentro
de ella de modo eminente la Virgen María, nos garantizan nuestra victoria final. La
Virgen es "figura y primicia de la Iglesia, que un día será glorificada; ella es
consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra" (prefacio).
La Asunción es un grito de fe en que es posible la salvación y la felicidad: que va
en serio el programa salvador de Dios. Es una respuesta a los pesimistas, que todo
lo ven negro. Es una respuesta al hombre materialista, que no ve más que los
factores económicos o sensuales: algo está presente en nuestro mundo que
trasciende nuestras fuerzas y que lleva más allá. Es la prueba de que el destino del
hombre no es la muerte, sino la vida. Y además, que es toda la persona humana,
alma y cuerpo, la que está destinada a la vida total, subrayando también la
dignidad y el futuro de nuestra corporeidad.
En María ya ha sucedido. En nosotros no sabemos cómo y cuándo sucederá.
Pero tenemos plena confianza en Dios: lo que ha hecho en ella quiere hacerlo
también en nosotros. La historia “tiene final feliz”.
Cada vez que participamos en la Eucaristía, elevamos a Dios nuestro canto de
alabanza, como hizo María con su Magnificat. La plegaria eucarística que el
presidente proclama en nombre de todos es como un Magnificat prolongado por la
historia de amor y salvación que va construyendo Dios.
Cada vez que participamos en la Eucaristía recibimos como alimento el Cuerpo y
la Sangre del Señor Resucitado: y él nos aseguró: "Quien come mi Carne y bebe mi
Sangre, tiene vida eterna y yo le resucitaré el último día". La Eucaristía es como la
semilla y la garantía de la vida inmortal para los seguidores de Jesús. Por tanto, de
alguna manera, también nosotros estamos recorriendo el camino hacia la
glorificación definitiva, como la que ya conseguido María, la Madre.
Cada Eucaristía nos sitúa en la línea y el camino de la Asunción. Si la
celebramos bien, vamos por buen camino.
PRECES
Proclamemos las grandezas de Dios Padre todopoderoso, que quiso que
todas las generaciones felicitaran a María, la madre de su Hijo, y supliquémosle
diciendo:
Mira a la llena de gracia y escúchanos.
Señor, Dios nuestro, admirable siempre en tus obras, que has querido que la
inmaculada Virgen María participara en cuerpo y alma de la gloria de Jesucristo, haz
que todos tus hijos deseen y caminen hacia esta misma gloria.
Tú que nos diste a María por madre, concede por su mediación salud a los
enfermos, consuelo a los tristes, perdón a los pecadores, y a todos abundancia de
salud y de paz.
Tú que hiciste de María la llena de gracia, concede la abundancia de tu gracia
a todos hombres.
Haz, Señor, que tu Iglesia tenga un solo corazón y una sola alma por el
amor, y que todos los fieles perseveren unánimes en la oración con María, la madre
de Jesús.
Tú que coronaste a María como reina del cielo, haz que los difuntos puedan
alcanzar con todos los santos la felicidad de tu reino.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)