Sagrada Familia
Ecl 3,3-7. 14-17ª; Sal 127,1-2. 3 4-5;
Col 3,12-21; Mt 2,13-15. 19-23
Nadie tan absoluto como Dios respetó tanto nuestra libertad; nadie tan Otro se
hizo tan igual a nosotros; nadie tan Padre apareció tan hermano. Hoy celebramos al
Dios absoluto, Otro y Padre, encarnado en la Familia de Nazaret.
Porque ningún lugar como la familia para presentar al hombre un sacramento de
tanta sublimidad: un hombre, una mujer, un hijo,... una autoridad que libera, una
obediencia que realiza, una igualdad de distintos, una comunión, el amor como
ceñidor de la unidad consumada, y la Paz de Cristo actuando de árbitro entre los
inevitables conflictos de quienes han sido llamados a vivir un solo cuerpo.
La ley de la encarnación quiere decir que Jesús, nacido de la Virgen María
desposada con José, adopta el proceso normal de cualquier criatura de su tiempo. Y
quiere decir también que nace y crece en el seno de una familia en la que
irá avanzando en edad, en sabiduría y en gracia ante Dios y los hombres.
La misma lógica de la encarnación comporta también la lenta maduración de
toda realidad. Son muchos años los que Jesús pasa en Nazaret. Y no son años
inútiles ni perdidos. Son ocultos a los ojos del mundo, pero muy presentes ante el
Padre. Lo que el Jesús itinerante vivirá y proclamará en los breves años de su vida
"pública" se ha ido gestando y madurando en la vida oculta de la familia y el pueblo
de Nazaret. La experiencia humana de la vida de Jesús, familia, trabajo, oración,
educación, amistades, celebraciones... es el campo del que él propondrá tantos
ejemplos de su doctrina nueva. También la encarnación comporta un progreso a
partir de unos inicios oscuros. Es la experiencia que san Juan nos presentaba en la
segunda lectura: ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que
seremos. Hay un descubrimiento progresivo de nuestra condición, como también
hay una proyección creciente de aquel Jesús de Nazaret, de una historia inicial tan
concreta -el hijo del carpintero, el hijo de María- que se va desarrollando con un
valor absoluto y universal.
Todavía las lecturas de hoy nos dan otra lección de Nazaret: no hay ninguna
realidad humana que tenga un valor absoluto, ni tan sólo la familia, tan querida por
Dios. La primacía absoluta es "ser del Señor". En el relato de Samuel, su madre
Ana lo expresa entregando al chico al santuario para que sea siempre del Señor.
En el evangelio Jesús responde a la pregunta angustiosa de María “¿No sabíais
que yo debía estar en la casa de mi Padre?”. Aunque inmediatamente Jesús se
somete a otra de las expresiones de esta voluntad del Padre: la vida de la familia
de Nazaret. Esta etapa y esta forma de la vida de Jesús tienen un valor revelador
para nosotros: “Nazaret” es la forma ordinaria de vida de la mayoría. Es decir, una
vida discreta, aparentemente sin relieve, pero en la que hay que descubrir y ser fiel
a la voluntad del Padre y al crecimiento que él nos pide.
También la vida de familia y nuestras familias son un lugar de encarnación de
esta presencia de Dios. En este año internacional de la familia hemos podido
encontrar nuevamente en el estilo de Jesús y de la familia de Nazaret una
inspiración para renovar y mejorar nuestra convivencia: afirmar el valor gozoso y
positivo de la vida familiar como lugar del amor incondicional, como ámbito del
respeto y la libertad, la exigencia y la responsabilidad. Reconocer que la familia
pide atención y esfuerzo por mantener vivo el amor. Y apoyo por parte de la
sociedad y de todos. Y aceptar las experiencias contradictorias, bien simbolizadas
en las palabras de María en el evangelio de hoy: “Hijo, ¿por qué nos has tratado
así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados”. De este tejido variado
está hecha la experiencia de tantas familias. Muchas formas históricas
se transforman, pero hay un criterio que perdura: vivir en el Señor, descubrir su
voluntad en lo concreto de nuestra vida, también en nuestra vida de familia. El
misterio de la Navidad nos anima a buscar la ayuda de aquel que ha venido a
compartir nuestra existencia y que ahora, una vez más, se nos da en la Eucaristía.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)