Palabra de Dios
para alimentar tu día
Fr. Nelson Medina F., O.P
Tiempo Ordinario, Año Impar,
Semana No. 26, Miércoles
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Lecturas de la S. Biblia
Temas de las lecturas: Si a su majestad le parece bien, déjeme ir a reconstruir la
ciudad de mis padres * Te seguiré adonde vayas
Textos para este día:
Nehemías 2,1-8:
Era el mes de Nisán del año veinte del rey Artajerjes. Tenía el vino delante, y yo
tomé la copa y se la serví. En su presencia no debía tener cara triste. El rey me
preguntó: "¿Qué te pasa, que tienes mala cara? Tú no estás enfermo, sino triste."
Me llevé un susto, pero contesté al rey: "Viva su majestad eternamente. ¿Cómo no
he de estar triste cuando la ciudad donde se hallan enterrados mis padres está en
ruinas, y sus puertas comsumidas por el fuego?" El rey me dijo: "¿Qué es lo que
pretendes?" Me encomendé al Dios del cielo y respondí: "Si a su majestad le parece
bien, y si está satisfecho de su siervo, déjeme ir a Judá a reconstruir la ciudad
donde están enterrados mis padres."
El rey y la reina, que estaba sentada a su lado, me preguntaron: "¿Cuánto durará
tu viaje, y cuándo volverás?" Al rey le pareció bien la fecha que le indiqué y me
dejó ir. Pero añadí: "Si a su majestad le parece bien, que me den cartas para los
gobernadores de Transeufratina, a fin de que me faciliten el viaje hasta Judá. Y una
carta dirigida a Asaf, superintendente de los bosques reales, para que me
suministren tablones para las puertas de la ciudadela del templo, para el muro de la
ciudad y para la casa donde me instalaré." Gracias a Dios, el rey me lo concedió
todo.
Lucas 9,57-62: Si a su majestad le parece bien, déjeme ir a reconstruir la
ciudad de mis padres * Te seguiré adonde vayas
En aquel tiempo, mientras iban de camino Jesús y sus discípulos, le dijo uno: "Te
seguiré adonde vayas." Jesús le respondió: "Las zorras tienen madriguera, y los
pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza." A otro le
dijo: "Sígueme." Él respondió: "Déjame primero ir a enterrar a mi padre." Le
contestó: "Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el
reino de Dios." Otro le dijo: "Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme
de mi familia." Jesús le contestó: "El que echa mano al arado y sigue mirando atrás
no vale para el reino de Dios."
Homilía
Temas de las lecturas: Si a su majestad le parece bien, déjeme ir a reconstruir la
ciudad de mis padres * Te seguiré adonde vayas
1. Quiero reconstruir mi ciudad
1.1 El sencillo relato de la primera lectura de hoy nos permite asomarnos al alma
generosa y noble de un hombre que, desde su condición laical, tuvo un papel no
pequeño en las iniciativas de reconstrucción de Jerusalén después del destierro a
Babilonia. Se llama Nehemías, y da nombre a uno de los libros de la Sagrada
Escritura. Como es explicable, tratándose de un libro relativamente breve, su
presencia en la Liturgia de la Palabra en la Santa Misa es muy discreta: apenas le
tenemos dos días, dentro del ciclo para los años impares.
1.2 Para apreciar qué riesgos y qué desprendimientos hubo de asumir el corazón de
Nehemías, conviene recordar que la situación de los desterrados, si bien triste
desde el punto de vista de la fe, no era ya desesperada en otros aspectos. Es
proverbial hablar de lo recursivos e ingeniosos que son los judíos, y ciertamente
eso no les viene de ayer. Muchos de ellos habían establecido comunidades de
mutua ayuda y pequeñas empresas de familia, y empezaban a prosperar, también
económicamente, en los mercados más abiertos y nutridos del reino persa donde
ahora se encontraban.
1.3 De hecho, si luego, en los Hechos de los Apóstoles, vemos a Pablo visitar tantas
sinagogas es sólo porque las sinagogas mismas fueron el fruto religioso más
notable de la "diáspora", es decir, de la "dispersión" judía por las tierras del
mediterráneo, que tuvo su episodio más fuerte precisamente con el destierro. Todo
esto indica que Nehemías tenía muchas razones para quedarse tranquilo, máxime si
pensamos que tenía un puesto sobresaliente en la corte del rey: era el "copero
mayor", cargo que indica una extraordinaria confianza, en dos sentidos: el copero
era el que mejor conocía los gustos del rey, y además, era el que protegía la vida
del rey frente a envenenamientos siempre posibles.
2. Un amor grande y fiel
2.1 Nehemías, pues, pone por encima su amor a las ruinas de Jerusalén. Nos hace
recordar el drástico juramento de aquel salmo: "¡Que se me pegue la lengua al
paladar si no me acuerdo de ti, si no te pongo, Jerusalén, por encima de mi propia
alegría!" (Sal 137,6). ¡Eso fue lo que hizo Nehemías: puso a Jerusalén por encima
de su propia alegría! Estaba triste, teniendo aparentemente todas las razones para
sentirse feliz; estaba desolado... porque Jerusalén estaba asolada.
2.2 Este género de amor, que llega hasta el dolor por el amado, tiene mucho que
enseñarnos. Ofrecemos dos aplicaciones. Primera, cuando las cosas nos va bien.
Nuestra Jerusalén, según enseña san Pablo, es libre y es del cielo (Gál 4,26). La
prosperidad de que gozamos puede hacer que no nos haga falta el cielo y que
hagamos de esta tierra un absoluto. Obrando al revés de lo que hizo para ejemplo
nuestro Nehemías, nos quedamos sirviendo copas a los reyes y príncipes de esta
tierra, y nos regodeamos en los placeres y éxitos que vamos logrando, y
simplemente se nos olvida a qué raza de cielo pertenecemos.
2.3 En otro sentido, Jerusalén alude también al pueblo de Dios (Heb 12,22).
Olvidarse de Jerusalén en ruinas es dar la espalda a la Iglesia cuando aparecen sus
llagas o cuando se muestran sus vergüenzas. Y eso también ha sucedido muchas
veces y sucede en nuestros días. Cuando se sabe de problemas y crímenes
cometidos por sacerdotes, cuando se recuerdan las espantosas incoherencias de
algunos Papas, cuando se traen a cuento escenas ignominiosas de la historia de los
cristianos, entonces ¡qué fácil resulta a muchos dar la espalda, negar a su propia
madre y desentenderse de las ruinas de Jerusalén!
2.4 Pidamos, pues, al Señor que nos regale la fidelidad y la audacia de Nehemías,
para permanecer en la brecha, para no dar la espalda, para arriesgar algo y todo
por la gloria del Cristo, "porque todos son del mismo Padre: tanto los consagrados
como el que los consagra. Por esta razón, el Hijo de Dios no se avergüenza de
llamarlos hermanos" (Heb 2,11).