Comentario al evangelio del Lunes 03 de Octubre del 2011
Quién es mi prójimo
No importa que el maestro de la ley, metido en la casuística estéril, fuese a cazar a Jesús, en lugar de
dirigirle una pregunta humilde, con ganas de saber. Jesús se detiene en la respuesta. Es que estaba en
juego el meollo de su mensaje: así hay que amar a los demás.
Hay que abandonar urgentemente tantos escapismos, y descender a lo que verdaderamente importa:
“Haz tú lo mismo, y tendrás vida”. El hablar mucho, los grandes discursos pueden ser un mecanismo
que oculta nuestra pereza y egoísmo. Al prójimo lo encontramos en seguida: hay muchos hombres
“heridos” en nuestro camino, como en la bajada de Jerusalén a Jericó. Lo demás nada importa; ni las
ideas, ni la sangre, ni el origen del herido.
Hay una regla de oro y exactísima para medir al que se comporta como prójimo: “El que practicó la
misericordia con él”. En la secuencia de verbos con los que el Maestro describe la obra de misericordia
está todo muy claro: “Lo vio, le dio lástima, se le acercó, le ungió con aceite y vino, le vendó la herida,
lo montó en la cabalgadura y lo llevó a la posada, corriendo con todos los gastos”. Tristemente, los
hombres del culto, el sacerdote y el levita, dan un rodeo. No quieren mancharse con la impureza de
tocar al herido. Es la misma tentación que nos acecha a todos: “Pasar de largo, dar un rodeo”. Acaso
un rodeo también ideológico. Decimos que no nos toca, que para eso están las instituciones sociales,
que venga su familia o la cáritas parroquial; incluso, a veces, se no viene aquello de “lo tiene bien
merecido” por sus pecados, por sus convicciones, por tantas cosas. No pensó así el extranjero, el
pagano, el que no era observante de la ley. Hasta dirá alguno que Jesús se muestra aquí “demasiado
mordaz”.
Al prójimo herido no lo escogemos nosotros. Se nos mete en nuestra vida, nos lo encontramos en el
enfermo, en el explotado, en el que sufre, en el que no cuenta nada en la sociedad. Siempre corremos el
riesgo de dar rodeos. Por ejemplo, buscamos al prójimo lejano, y olvidamos al que tenemos cerca.
Pensamos en el tercer mundo, en los problemas del medio ambiente, hasta hablamos de la “civilización
del amor”; esto está bien, pero, siempre, empezando por el que nos encontramos en el camino, por
sorpresa y de inmediato, el que cambia nuestros planes. Hacernos trabajadores de una famosa ONG, y
luego olvidar al herido con el que me encuentro a cada hora es una hipocresía. De la misma manera, es
peligrosa la tentación de que se nos llene la boca con palabras grandilocuentes: paz, solidaridad,
compromiso, compartir, profecía… mientras el abandonado en el camino lo que necesita es ser visto,
cercanía y curación.
Jesús nos repite: “Haz tú lo mismo”.
Conrado Bueno, cmf