Salmos diarios, Ciclo I, Año Impar
I Semana de Adviento
Miercoles
Salmo 22
Habitaré en la casa del señor toda la vida . Esta respuesta que hemos dado al
salmo nos invita vivir en Dios: estamos invitados a habitar en el Corazón de Jesús,
dejándolo habitar en el nuestro. Él siempre fiel nos convida a su Casa. Si tenemos
puesta nuestra casa en su Corazón, ¿quién nos puede apartar de Él? Nadie, ni el
hermano o la hermana a los que nos cuesta amar, ni las injustas estructuras de
poder de nuestro mundo, ni ninguna circunstancia pueden “arrancarnos” de su lado
porque habitamos en Él. Ni los sueños, ni los deseos que no están en Él nos
separarán nunca de su Amor, aunque hemos de andar con ojo porque “puede que
lo que cotidianamente oriente nuestras vidas sean sentimientos, costumbres y
tendencias, que no sintonizan con Jesús. Habitaré en la casa del señor toda la vida.
Es recomendable, por tanto, una buena dosis de fortaleza y valentía: Quiera
Nuestro Señor concedernos fuerza y valor para dejar todo a fin de encontrarlo todo
en el divino Corazón de Jesús. Confiemos, Dios todo lo dispone, no siempre a
nuestro gusto, pero siempre para nuestro bien.
Cimentemos nuestras almas sobre la Piedra del Corazón de Dios, de tal
forma que estemos instalados allí como sobre una columna inmutable”. El Buen
Padre nos da la mejor recomendación para saber dónde hemos de edificar con
solidez nuestra casa. Y ese lugar es el Corazón de Dios, de donde no se nos podrá
mover pase lo que pase: “Cayó la lluvia, vino la riada, soplaron los vientos y
arremetieron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada en la
roca” (Mt 7, 25). La vida nos presenta vaivenes, crisis, inseguridades,
enfermedades, etc. Si nuestros cimientos están en Cristo la casa no se caerá jamás
por más que, movimientos sísmicos de cualquier índole, pretendan asolar nuestra
construcción. Habitaré en la casa del señor toda la vida
Y la puerta de esta casa está siempre abierta, a la espera de que lleguen
aquellos que se han perdido por las cunetas de la vida, como sucedió con el pródigo
de la parábola. Dios abre su casa para nosotros y, sin embargo, el Hijo del Hombre
no tiene un lugar donde reclinar la cabeza. El Corazón de Cristo mira
continuamente por sus hijos, las necesidades de éstos son las necesidades de su
Corazón, especialmente las de sus hijos más pobres y arrinconados por la injusticia
del mal, las estructuras de insolidaridad y el egoísmo humano. De ahí que “fuera de
su corazón no hay más que amargura”. Por esto hoy nosotros nos volvemos a
repetir: Habitaré en la casa del señor toda la vida.
Ojalá, como dice la respuesta al salmo, sintamos la dicha de habitar en la
casa de Dios toda nuestra vida (Sal 84, 5). Porque podemos poner nuestra dicha,
nuestra confianza, nuestros deseos en otras casas, que no son casas, que no son la
casa de Dios y, al final, sentiremos que es impensable vivir fuera de su casa, fuera
de su corazón.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)