XXVI Semana del Tiempo Ordinario A (Año Impar)
Lunes
Lucas 9, 46-50
“El más pequeo entre todos ustedes, ése es el más grande”. Estando los Apstoles
discutiendo sobre quién era el más grande, pondrá en medio de ellos a un niño y
dirá: “Si no cambian y se hacen como los nios, no entrarán en el Reino de los
cielos” (Mt 18, 3). Esta es la respuesta desconcertante de Jesús: ¡la condición
indispensable para entrar en el reino de los cielos es hacerse pequeños y humildes
como niños!
Los niños son, desde luego, el término del amor delicado y generoso de Nuestro
Señor Jesucristo: a ellos reserva su bendición y, más aún, les asegura el Reino de
los cielos (cf. Mt 19, 13-15; Mc 10, 14). Jesús pone al niño como modelo para
entrar en el reino de los cielos por el valor simbólico que el niño encierra en sí:
-ante todo, el niño es inocente, y el primer requisito para entrar en el reino de los
cielos es la vida de “gracia”, que excluye el pecado, que siempre es un acto de
orgullo y de egoísmo;
-en segundo lugar, el niño vive de fe y de confianza en sus padres y se abandona
con disposición total a quienes le guían y le aman. Así el cristiano debe ser humilde
y abandonarse con total confianza a Cristo y a la Iglesia. Jesús insiste en la virtud
de la humildad, porque ante el Infinito no se puede menos de ser humildes; la
humildad es verdad y es, además, signo de inteligencia y fuente de serenidad;
- finalmente, el niño se contenta con las pequeñas cosas que bastan para hacerle
feliz: un pequeño éxito, una buena nota merecida, una alabanza recibida le hacen
exultar de alegría.
Son, por tanto, verdaderos niños los que sólo conocen a Dios como padre y son
sencillos, ingenuos, puros, los creyentes en un solo Dios. A los que son como niños
el Padre los recibe con agrado porque aprecia su dulzura, los ama singularmente,
les presta ayuda, lucha por ellos y los llama „hijitos‟ .
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)