“Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén”
Lc 9, 51-56
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
TODOS ESTAMOS NECESITADOS DE LA SALVACIÓN
La primera lectura y el pasaje evangélico parecen mantener, en apariencia, dos visiones
opuestas. Por una parte, está el mensaje de Zacarías, con la perspectiva optimista de la
conversión de los gentiles y de una peregrinación universal, en la que Israel va en cabeza
de la procesión que sube hacia Sión. En el evangelio, en cambio, nos las vemos con la
cerrazón de Israel, que está implicada en el rechazo de Jesús, y con la incredulidad de los
samaritanos, que niegan toda hospitalidad al Nazareno y a sus discípulos.
En realidad, ambas visiones no son contradictorias, sino que están profundamente
coordinadas en el plan de la salvación. En el pecado de incredulidad, que conduce a excluir
a Jesús de la vida humana, están implicados tanto Israel como los samaritanos y cada uno
de nosotros. Todos estamos necesitados de la salvación, que nos viene precisamente del
hecho de que Jesús hizo frente con valor a su destino de pasión y muerte en obediencia al
plan del Padre.
La salvación que Jesús ofrece a todo el mundo es el cumplimiento de las antiguas profecías
de una redención universal, y entre esas profecías figura precisamente como un ejemplo
fúlgido el presente oráculo de Jeremías. A buen seguro, el Evangelio sigue sufriendo
todavía hoy rechazo y oposición, pero al discípulo dócil le está prohibida toda impaciencia,
dado que ésta, más que celo amoroso, muestra una fe pequeña y representa un obstáculo
para un testimonio auténtico de la obra de Cristo.
ORACION
Señor Jesús, bendigo el valor con el que endureciste tu rostro como piedra y emprendiste el
camino hacia la cruz, aun sabiendo que nosotros te habríamos de corresponder con la
incredulidad, la indiferencia e incluso la hostilidad.
Bendigo la paciencia de la que haces gala incesantemente con nosotros, que nos
mostramos a menudo impacientes y severos con los otros y con sus errores. Bendigo tu
misericordia con nosotros, que no éramos hijos de Israel pero que precisamente gracias a
tu muerte hemos sido hechos partícipes de las promesas que hiciste a tu pueblo. Bendigo tu
fidelidad, gracias a la cual te has seguido fiando de nosotros y creyendo en nuestro
discipulado, a pesar de nuestras defecciones y caídas.
Me aferro al borde de tu manto, seguro de que encontraré en ti al que me cura de mis
infidelidades y me conduce a la casa del Padre. Amén.