“Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra”
Lc 10, 17-24
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
EL PADRE SE MANIFIESTA PRECISAMENTE A TRAVÉS DE LA FE DE ESTOS
PEQUEÑOS
El himno de júbilo nos introduce en el misterio inefable de la vida divina de la que Jesús nos ha
hecho partícipes. No es imposible reconocernos en los discípulos que regresan de una misión
cuyos resultados son de difícil evaluación: por una parte, deben poner su fracaso en personas
de las que hubieran podido esperar mucho; por otra, en cambio, pueden señalar la
sorprendente acogida que brindan al Evangelio aquellos que parecían irremediablemente
alejados. De ahí que sea necesario volver a escuchar a Jesús mientras da gracias al Padre y
muestra su júbilo en el Espíritu por sus inescrutables designios, que revelan el misterio del
Reino a los últimos, a los humildes, «a los sencillos», y lo cierran, sin embargo, «a los sabios»,
a los soberbios, a los que cuentan con su propia pretensión de justicia.
El Padre se manifiesta precisamente a través de la fe de estos pequeños, de esos que, aun
pareciendo desfavorecidos desde el punto de vista humano, acogen con gratitud y humildad la
predicación de la Iglesia. Sólo ésos son introducidos por Jesús en su conocimiento del
verdadero rostro de Dios, que brota de la íntima familiaridad que le une al Padre: «Todo me lo
ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre, y quién es el Padre, sino
el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». No se trata de una familiaridad impuesta,
sino de una familiaridad a la que invita a sus amigos, de modo persuasivo, con la promesa de
una bienaventuranza incomparable. La comunidad cristiana asume también, a través de esta
experiencia de la participación en la vida divina, un rostro familiar: el de una madre que colma
de ternura a sus hijos e hijas y los educa con amorosa paciencia. «Valor, hijos míos, clamad a
Dios, pues el mismo que os mandó esto se acordará de vosotros».
ORACION
Señor Jesús, me uno en el Espíritu a tu grito de júbilo, porque me llena de conmoción saber
que tú me consideras amigo y confidente y me has hecho partícipe de tu diálogo de amor con
el Padre. Tú me has hecho saber cuán precioso soy a los ojos del Padre y cómo ha pensado
en mí desde la eternidad y me ha querido como hijo suyo, a imagen tuya, de ti, que eres el Hijo
unigénito engendrado desde los siglos eternos.
Reconozco, oh Señor, que sólo a través de la humildad y sencillez de corazón puedo entrar en
este inmenso plan de amor. Te pido, por tanto, que me ayudes a vencer toda soberbia y
presunción, que ofuscan la gratitud con la que estoy llamado a acoger tu Evangelio en mi vida,
y a corregirme cuando me olvido de que sólo tu gracia me hace vivir. Amén.