“y a tu prójimo como a ti mismo”
Lc 10, 25-37
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
SEGUIR EL CAMINO DEL EVANGELIO DE JESÚS SUPONE UNA ADHESIÓN PLENA
También yo estoy llamado a vigilar para que mi fidelidad al Evangelio sea total. Si quiero
agradar a Dios, es preciso que sea siervo alegre del evangelio y, precisamente por eso,
libre de amar. Esta es mi verdadera libertad, una libertad que está en plena consonancia
con el Evangelio. «El buen samaritano se hace prójimo a pesar de la distancia étnica, social
y hasta religiosa. No pide contrapartidas» (C. M. Martini). No se protege en
pseudoseguridades o miedos, ni en integrismos para lanzar flechas de juicios puntiagudos
sobre quienes no piensan lo mismo.
Seguir el camino del Evangelio de Jesús supone una adhesión plena y, por consiguiente, no
sólo mental, sino del corazón y de la vida. Es dentro de mi vida diaria donde Jesús -el buen
samaritano por excelencia, que se hizo tan prójimo que me entregó su vida en la cruz- me
pide que me convierta. Desde la indiferencia del sacerdote y del levita estoy llamado a
«hacerme prójimo» con un corazón atento y cálido. Desde la intolerancia del legista que
también anida en mí he de pasar a la mansedumbre, a la escucha, al diálogo. De su dureza
de corazón he de convertirme «preocupándome» por quienes están a mi lado,
especialmente por los que sufren.
Hacerme prójimo en la familia, en el trabajo, en la parroquia o en el movimiento eclesial
significa en la práctica revestirme por dentro de paciencia, de benevolencia, de empatía y
simpatía; significa hacer desaparecer las muy posibles sombras de envidia y de celos y
deseos de conseguir aprobaciones. Hacerse prójimo significa anegar en el mar de la
misericordia de Dios resentimientos, amarguras e intereses recónditos. Hacerme prójimo
supone, a fin de cuentas, estar revestido por completo de su amor, que, en el orden
concreto, se convierte en disponibilidad para ocuparse, para hacerse cargo del otro.
ORACION
Señor Jesús, que has dicho: «Sin mí no podéis nada, pero conmigo daréis mucho fruto» (cf.
In 15,5), te pido que me ayudes a «introducirme vivo» en tu Evangelio, a creer con plena
adhesión de mente y de corazón. Concédeme, pues, hacer desaparecer, con la energía de
tu Espíritu, toda la indiferencia, la comodidad y la intolerancia que tanto me hacen
asemejarme a quienes, por el camino de Jericó, dejaron en tierra al hombre herido.
Crea en mí, Señor, un corazón nuevo, un corazón capaz de advertir el grito secreto de
quien sufre, un corazón tan persuadido de tu amor y tan enamorado de ti que viva sólo para
reconocerte, para amarte y «ocuparse» de todo prójimo.