EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Evangelio según San Lucas 12,13-21.
Uno de la multitud le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la
herencia".
Jesús le respondió: "Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre
ustedes?".
Después les dijo: "Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la
abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas".
Les dijo entonces una parábola: "Había un hombre rico, cuyas tierras habían
producido mucho,
y se preguntaba a sí mismo: '¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi
cosecha'.
Después pensó: 'Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más
grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes,
y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años;
descansa, come, bebe y date buena vida'.
Pero Dios le dijo: 'Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo
que has amontonado?'.
Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de
Dios".
Leer el comentario del Evangelio por
San Basilio (hacia 330-379), monje y obispo de Cesarea, en Capadocia,
doctor de la Iglesia
Homilía 31; PG 31, 261
¿Amasar para sí mismo o ser rico ante Dios?
«¿Qué voy a hacer? ¡Construiré graneros más grandes!» ¿Por qué habían producido
tanto las tierras de este hombre que no iba a hacer más que un mal uso de sus
riquezas? Para que se manifiesta con mayor esplendor la inmensa bondad de Dios
que da su gracia a todos, «porque hace caer la lluvia sobre justos e injustos, hace
salir el sol tanto sobre los malvados como sobre los buenos» (Mt 5,45)... Los
beneficios de Dios para este hombre rico eran: una tierra fecunda, un clima
templado, abundantes semillas, bueyes para labrar, y todo lo que asegura la
prosperidad. Y él ¿qué le devolvía? Un mal humor, misantropía y egoísmo. Es así
como agradecía a su bienhechor.
Olvidaba que todos pertenecemos a la misma naturaleza humana; no pensó que
era necesario distribuir lo superfluo a los pobres; no tuvo en cuenta ninguno de los
preceptos divinos: «No niegues un favor a quien es debido, si en tu mano está el
hacérselo» (Pr 3, 27), «la piedad y la lealtad no te abandonen» (3,3), «parte tu pan
con el hambriento» (Is 58,7). Todos los profetas y los sabios le proclamaban estos
preceptos, pero él se hacía el sordo. Sus graneros estaban a punto de romperse por
demasiado estrechos para el trigo que metía, pero su corazón no estaba saciado...
No quería despojarse de nada aunque no llegara a poder guardar todo lo que
poseía. Este problema le angustiaba: «¿Qué haré?» se repetía. ¿Quién no tendría
lástima de un hombre tan obsesionado? La abundancia le hace desdichado... se
lamenta igual como los indigentes: «¿Qué haré? ¿Cómo voy a alimentarme,
vestirme?»...
Considera, hombre, quien te ha colmado de estos dones. Reflexiona un poco sobre
ti mismo: ¿Quién eres? ¿Qué es lo que se te ha confiado? ¿De quién has recibido
esta carga? ¿Por qué has sido escogido tú? Eres el servidor del Dios bueno; estas
encargado de tus compañeros de servicio... «¿Qué haré?» La respuesta era muy
sencilla: «Saciaré a los hambrientos, invitaré a los pobres... Todos los que no tenéis
pan, venid a llenaros de los dones que Dios me ha concedido y que fluyen como de
una fuente».
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”