Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Problemas de marketing
A través de la contemplación de la naturaleza, resulta fácil percibir la omnipotencia del
Creador, pues es admirable en la majestuosidad del universo así como en la perfección del
micro-cosmos. Tratándose de un ser tan magnífico, ¿cómo es posible que tenga tan serios
problemas de marketing? Lo constatamos en la parábola del banquete de bodas que un rey
preparó para su hijo. Mandó a sus criados que llamaran a los invitados, pero éstos no
quisieron ir. (Mt 22,1)
Este desplante es peor que recibir una invitación de la reina de Inglaterra para asistir a la
boda de Kate y el príncipe Guillermo con todo pagado y declinarla para quedarse a ver una
película. Pues así nos comportamos cuando la sociedad se jacta de ser laicista y atea. Le da
la espalda a Dios y prefiere vivir al margen de la fe.
Parece que el Hijo de Dios, Jesucristo, tiene problemas de imagen, pues si nos fijamos en
su emblema, nos topamos con una cruz que nada tiene que ver con el encanto que ejerce la
estrella de la Mercedes Benz o la peculiar “M” amarilla de McDonalds. La cruz constituye
un “escándalo para los judíos y locura para los paganos” (I Cor. 1,23). Mejor hubiera sido
elegir otros momentos gloriosos como la transfiguración, o apoteósicos como su ascensión
victoriosa a los cielos.
Si Dios hiciera bajar fuego del cielo y se mostrara implacable y justiciero, seguro que se
acabarían las dudas de fe, el relativismo y el diálogo ecuménico, porque no habría más que
un solo Dios al cual nos someteríamos por las buenas o por las malas. Pero nada de esto
sucede porque Dios no quiere se temido, sino amado; no se impone, sino que nos conquista.
Su amor es tan grande que respeta nuestra libertad.
Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre (Heb 13,8). Es el mismo que va en busca de la oveja
perdida y que llama a cada una por su nombre; que sigue curando sin renunciar a su lema:
“Vete en paz y no se lo cuentes a nadie” (Mt. 8,4). Dios es salvador y entabla una relación
personal con el hombre, por eso su símbolo es la cruz, porque “tanto amó Dios al mundo
que entregó a su propio Hijo, para que todos los que crean en Él tengan la vida eterna” (Jn.
3,16). La cruz permanece fija mientras el mundo gira y pasa con sus ilusiones y sus ídolos.
Dios se manifiesta excelso en su pequeñez, amoroso en su humildad y omnipotente en su
misericordia. Su belleza es salvadora y redentora, por eso permanece oculto a los ojos del
mundo, pero visible a los hombres de buena voluntad.
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