XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Segunda Lectura: Fil 4, 12-14, 19-20
Todo lo puede en Aquel que me conforta . Hoy san Pablo en la segunda lectura
nos ha recordado que con Dios todo es posible, puesto que nuestra vida cristiana se
apoya en la roca más estable y segura que pueda imaginarse. Es decir, que en esta
vida tenemos todas las fuerzas necesarias venidas de Dios, para soportar cualquier
dificultad, o vivir simplemente nuestra vida como Dios manda, porque “Dios, con su
infinita riqueza, remediará con esplendidez todas nuestras necesidades”.
En efecto, Jesús es nuestra fuerza. Lo es sobre todo cuando la cruz resulta
demasiado pesada y, como le sucedió a él, experimentamos miedo y angustia (cf.
Mc 14, 33). Acordémonos entonces de las palabras que dijo a sus discípulos: “Velen
y oren” (Mc 14, 38). Velando y orando con él entramos en el misterio de su Pascua:
nos da a beber su cáliz, que es cáliz de pasión, pero sobre todo cáliz de amor. El
amor de Dios es capaz de transformar el mal en bien, la oscuridad en luz, la muerte
en vida.
Mantener encendida la antorcha de la fe en el mundo herido por la cultura de
la muerte y envuelto en su oscuridad, constituye un llamado a todo bautizado,
quien debe ser siempre consciente que la victoria que vence al mundo es nuestra
fe . Ante los obstáculos que se puedan presentar hay que recordar bien las palabras
del Apóstol Pablo: Todo lo puedo en Aquel que me conforta. Alguno puede olvidar
esta visión que alimenta el ardor y dejarse atenazar por el miedo, quizá disfrazado
de molicie. Pero, precisamente el Santo Padre viene recordando con insistencia que
hay que escuchar a Dios que nos invita a no tener miedo, a no acobardarse. Por el
contrario, hay que acoger el soplo del Espíritu que impulsa a elevar muy en alto la
enseña de la esperanza y confiar siempre en las promesas del Señor.
El sufrimiento, en efecto, es siempre una prueba -a veces una prueba bastante
dura-, a la que es sometida la humanidad. Desde las páginas de las cartas de San
Pablo nos habla con frecuencia aquella paradoja evangélica de la debilidad y de la
fuerza, experimentada de manera particular por el Apóstol mismo y que, junto con
él, prueban todos aquellos que participan en los sufrimientos de Cristo. El escribe
en la segunda carta a los Corintios: “Muy gustosamente, pues, continuaré
gloriándome en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo”. En la
segunda carta a Timoteo leemos: “Por esta causa sufro, pero no me avergüenzo,
porque sé a quién me he confiado”. Y en la carta a los Filipenses dirá incluso: “Todo
lo puedo en aquél que me conforta” (SD 23).
En definitiva, san Pablo, ante el miedo que podemos experimentar, nos invita
a confiar en Dios y lanzarnos hacia adelante para conquistar el horizonte que el
Señor nos propone: el horizonte de la propia grandeza, el horizonte de ser también
nosotros pescadores de hombres, según la vocación particular a la que el Señor te
llame: el matrimonio, el sacerdocio o la vida consagrada. El miedo se resuelve en
un profundo acto de confianza en Dios: “En la confianza estará nuestra fortaleza”
( Is 30,15). “Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor” ( Sal 40,5).
¡Que el poder de Cristo se manifieste con toda su potencia y esplendor en
nuestra propia vida, en una vida nueva, a través de todos tus actos nutridos de fe,
esperanza y caridad! ¡Al Señor que sale victorioso del sepulcro abrámosle la mente
y el corazón! ¡Brillemos con la luz y el esplendor de Aquel en el que lo podemos
todo! ¡Es hora de luchar! ¡Es hora de morir a todo lo que es muerte para triunfar
con Cristo! ¡Dejemos atrás nuestros miedos, nuestras cobardías, nuestras
mezquindades, nuestras vanidades y soberbias, tus sensualidades, tus odios y
rencores, tus amarguras y resentimientos, tus hipocresías y tinieblas, nuestras
envidias e indiferencias, nuestras perezas y avaricias! ¡Pidámosle al Señor Jesús
que con su fuerza nos ayude a liberarnos de esos pecados que nos atan, que con
pesadas aunque invisibles cadenas nos mantienen esclavizado a la muerte!
Así, quien se abre a la fuerza y potencia del Hijo de Dios, quien se deja tocar
por Él, quien no abandona la lucha, puede -contando incluso con la propia fragilidad
e inclinación al mal- decir perfectamente: “Todo lo puedo hacer con la ayuda de
Cristo, quien me da la fuerza que necesito” ( Flp 4,13).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)