XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Padre Camilo Maccise, OCD
1. Pocas cosas favorecen tanto la comunión y la fraternidad entre las personas
como las comidas en común. En ellas, al compartir el pan, fruto del trabajo de cada
uno, se comparte la vida. Por eso, de ordinario en los banquetes familiares hay un
ambiente festivo. Reina la alegría, la amistad, la comprensión. Se olvidan las
diferencias y tensiones de la convivencia. Todos contribuyen de alguna manera a
crear esa atmósfera que ayuda a superar la soledad y que hace comprender que la
felicidad está en abrirse a los demás, en compartir con ellos, en dialogar, en
celebrar juntos nuestros vínculos familiares o sociales. Las comidas entre amigos
son siempre gratas y felices.
2. En el evangelio de hoy, Jesús comparó el reino de Dios que él vino a traernos,
con un banquete, con una comida. Y lo hizo precisamente porque en ellos se vive y
se experimenta la fraternidad y se tiene una anticipación de la vida de perfecta
comunión en la casa del Padre. Todos estamos llamados a vivir esta experiencia de
fraternidad y solidaridad. Con frecuencia nos pasa que el encerrarnos en nosotros
mismos, en nuestros asuntos y negocios nos impide abrirnos a los demás. Eso da
lugar a la exclusión, a la marginación, al rechazo. La invitación al banquete no es
otra cosa sino la invitación a salir de nuestros intereses para acoger a los demás,
para hacernos hermanos y solidarios. La invitación que Jesús hace a todos los
dispersos por los caminos, los pobres y marginados nos indican que la condición
para participar en el banquete del Reino es la de sentir necesidad de los otros y
estar dispuestos a compartir con ellos.
3. Condición para poder participar en el banquete de bodas es la conversión. Por
eso, es excluido el invitado que llega sin el vestido de fiesta. Necesitamos
convertirnos si queremos de verdad participar en ese banquete de comunión. Pasar
de la desconfianza y el temor a Dios, que nos invita, a la confianza plena en él, que
nos ama y que nos convida gratuitamente a la alegría de su Reino; pasar de la
división y el egoísmo, a la comunión, al perdón, a la solidaridad; superar el apego a
los bienes y pasar de un uso exclusivo para nosotros a un compartir en la justicia y
en la paz. La eucaristía dominical es una experiencia del banquete del Reino en el
que compartimos el mismo pan y vino, la presencia del Señor que nos une y que
nos hace anticipar el banquete sin fin del reino de los cielos.
Camilo Maccise