“Más felices son los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”
Lc 11, 27-28
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
SER DICHOSO O BIENAVENTURADO
Ser «dichoso» o «bienaventurado», es decir, vivir apaciguado y contento en el corazón, es
posible; nos lo dicen estos textos. Pero no en la línea del papel que tenemos ni en orden a
cosas que nos prefijamos realizar a fin de liberarnos de deberes coercitivos o para alcanzar
ciertas prioridades.
Ser dichoso es dejar que nuestros días, aunque discurran al son de los compromisos y
actividades más dispares, estén unificados por la escucha de la Palabra de Dios. Pero,
cuidado, se trata de una escucha que tienda a convertirse en vida, en evangelio vivido a lo
largo de los días. En efecto, Lucas nos recuerda en otro lugar que sólo la escucha
transformada en vida cotidiana según Cristo da a la persona del creyente una firmeza como la
de la casa construida sobre roca. En cambio, el que escucha y no pone en práctica lo que
escucha es como el que construye la casa sobre arena y los vientos de las dificultades, junto
con la tempestad de las tentaciones, la hunden (cf. Lc 6,46-48). Lo que nos consuela es el
hecho de nuestro bautismo: una realidad que actúa en nuestra existencia, una vida nueva, la
vida misma de Cristo, que poco a poco va penetrando en nosotros y nos reviste interiormente,
permitiéndonos «mudar de ropa» por dentro.
La prioridad de esta escucha nos impulsa. ¡Es importantísima! La ropa del hombre viejo que
somos nos lleva (precisamente por una vieja costumbre) al egocentrismo, esto es, a
preocuparnos más del parecer que del ser, más de lo que piensa la gente de nosotros que de
la actitud de benevolencia, de comprensión, de paciencia, de humilde gratuidad en que se
expresa nuestro ser y ser-amor y don para los otros. Verdaderamente, la novedad de un mundo
cristiano -no sólo de nombre, sino de hecho- pasa a través de este primado de la escucha que
haga de nosotros personas poderosamente revigorizadas en el hombre interior por estar
«revestidos de Cristo»: de su mentalidad, de su estilo de amor (cf. Gal 3,25).
ORACION
Señor, tú nos has creado para tu gloria, y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en
ella. Ayúdame, pues, a poner el primado de la escucha de tu Palabra en mis jornadas. Permite
a mi boca y a mi corazón el silencio necesario, para que comprenda, medite y acoja
plenamente la Palabra. Concédeme las energías de tu Espíritu Santo, para que observe yo tu
Palabra hasta transformarla en vida.
Y que de este modo sea tu vida, Señor Jesús, la que me revista por dentro, para que aprenda a
amar como tú, sin discriminar a nadie. Que germine en mí la «nueva criatura» y promueva a mí
alrededor criaturas nuevas. Que no sean el pobre o el rico, el palestino o el indio, el congoleño
o el alemán, el hombre o la mujer, el objeto de mi interés, sino sólo el hombre -sea varón o
hembra-, que sólo la criatura amada por ti sea objeto de mi interés invadido por tu modo de ser,
que es amor.