LA DOBLE CARA DEL AMOR
(Domingo XXX. T.O. Ciclo A)
27 octubre 2002
"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser".
"Amarás a tu prójimo como a ti mismo". "Estos dos mandamientos sostienen la ley
entera y los profetas".
Aceptamos, por lógica, que Dios es Dios y, por eso mismo, superior a todo y a
todos. Cuando oímos que hay que amarlo por encima de todo, no nos extrañamos.
Otra cosa es, como siempre, la práctica. Lo decíamos hace dos domingos:
preferimos muchas cosas a Dios... y, en nuestra vida, las anteponemos. Al menos
teóricamente, aceptamos la supremacía de Dios.
Pero eso de poner al mismo nivel de importancia y de compromiso al prójimo, nos
resulta inaceptable. ¿Cómo es posible esa equiparación? A simple vista, puede
parecer que, también en esto, llevamos razón: una cosa es Dios y otra muy
diferente es el ser humano. Sí. Pero en cristiano, tenemos una clave de lectura que
nos hace ver las cosas de otra manera: desde que Dios se ha hecho hombre, el
hombre se ha convertido en lugar privilegiado de encuentro con el mismo Dios. Por
eso mismo, no podemos llegar a Dios ignorando al hombre. Este es camino para
llegar a Dios. Camino seguro. Nos lo dice nuestra propia sensibilidad humana y
cristiana, cuando rechazamos nuestra abundante práctica religiosa desligada de
nuestra relación amorosa con los demás: ¡Mucha misa... y luego...! ¡Mucho
comulgar y fíjate cómo trata a este o aquel! Son expresiones que están
descubriendo la mentira de nuestra vida.
De ahí, la insistencia de las lecturas que proclamamos en la celebración de este
domingo: "No oprimirás ni vejarás al forastero... No explotarás a viudas ni a
huérfanos... No serás un usurero..." El cristiano debe estar abierto al hermano,
especialmente a aquellos más débiles y necesitados. Siempre han existido
ocasiones y realidades en que vivir de esta manera. Pero nuestra época quizá sea
especialmente propicia para comportarnos así: ancianos, enfermos, pobres, sin
techo, emigrantes, parados, drogadictos... No podemos ignorarlos. Nos ofrecen una
presencia exigente de un Dios que "es compasivo" y no tolera el mal en sus hijos.
"Os volvisteis a Dios para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la
vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo". El cristiano debe estar abierto a Dios, que se
nos ha revelado en Jesucristo. Aunque, en la práctica, el hombre sea la realidad
inmediata y primera, la que queda a nuestro alcance sensible, Dios es el principio y
la razón de este amor. Por eso, abrazar la realidad espiritual es imprescindible para
que nuestro amor se dé y de manera auténtica. Si perdemos esta referencia, lo
nuestro para con los demás será educación, buenas formas, civismo... pero no
caridad; es decir, perderemos de vista en el otro la presencia de Dios. No conviene
olvidar que el cristiano ama a Dios en el otro.
De esta manera, el amor cristiano es una realidad con una doble cara: Dios y el
prójimo. Caras que resultan inseparables, como en una moneda, porque, de no
mantener a ambas, nos quedamos sin esa realidad. "Amarás al Señor tu Dios y el
prójimo como a ti mismo".
Miguel Esparza Fernández