VI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
La
dicha por el reinado de Dios en los pobres y en los que se hacen pobres
La dicha por el Reino de Dios en
los pobres
En las bienaventuranzas se proclama
la dicha del Reino de Dios como una propuesta de alcance universal que presenta
a los pobres de la tierra como los destinatarios primeros de la dicha propia
del Reino. Los pobres del evangelio son los más necesitados por su estado de
miseria y los discípulos de Jesús, el cual se hizo pobre para enriquecernos con
su pobreza. Este punto capital de las bienaventuranzas se puede apreciar en las
dos versiones evangélicas de Mateo y de Lucas. Este año leemos las del tercer
evangelio, acompañadas de otros textos bíblicos que contribuyen a su
profundización y realce. Jeremías declara bendito al que pone su
confianza en el Señor (Jr 17,5-8); El Salmo
proclama dichoso al hombre que medita la ley día y noche (Sal 1,1-2.3.4.6) y
Pablo centra su discurso sobre la esperanza y la alegría en Cristo resucitado
(1 Cor 15,16-20).
Las Bienaventuranzas
Acerca de las bienaventuranzas
sabemos que proceden de la fuente Q, que es el documento de los dichos de
Jesús, cuyo contenido está presente en los evangelios de Mateo y Lucas, siendo
el texto lucano (Lc 6,20-23) más breve que el mateano (Mt 5,3-12), aunque con una estructura común. Lucas
menciona sólo las bienaventuranzas de los pobres, de los hambrientos y de los
que lloran. El cuarto macarismo o bienaventuranza de
Lucas, como en Mateo, difiere en su forma y extensión de las bienaventuranzas
anteriores y actualiza para el discipulado la alegría desbordante y el
componente de sufrimiento inherentes al seguimiento del Hijo del Hombre. Lucas
añade además como contrapartida las malaventuranzas contra los ricos y
satisfechos (Lc 6,24-26), de modo que queda patente
el pronunciamiento de Jesús, portavoz del Reino de Dios, a favor de los empobrecidos
y en contra de los enriquecidos.
La bienaventuranza de los pobres
La primera bienaventuranza
orientada a los pobres es el punto de referencia de todas las restantes y en
ella queda recogida pero en forma de felicitación gozosa la gran síntesis de
los dos mandamientos principales:
“Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios”(Lc 6,20). El amor a Dios y el amor
al prójimo pobre queda de manifiesto en esta propuesta de extraordinaria
alegría evangélica. Además, independientemente de la interpretación que se haga
de la formación de las dos versiones evangélicas de las bienaventuranzas y utilizando
los criterios de historicidad que se aplican a los evangelios, es comúnmente
admitido por los exégetas el valor indiscutiblemente histórico de la primera
bienaventuranza en labios de Jesús, con una formulación probablemente más
simplificada que las dos de que disponemos.
La dicha es el estado permanente de
alegría
La palabra “dichosos” como
traducción del término griego makarioi es
preferible a la de “felices” y a la de “bienaventurados”, porque “dichoso”
expresa una profunda alegría interior en la persona, que no depende de las
circunstancias externas a la persona, y esa alegría no la puede quitar nada ni
nadie, porque tiene su origen en Dios y su Reino. Se trata de una alegría
exultante que se puede vivir hasta en situaciones adversas o de sufrimiento. En
cambio la palabra “felices” suele designar a las personas contentas porque
tienen satisfechas total o parcialmente las necesidades básicas humanas. Por su
parte la palabra “bienaventurados” connota un cierto desplazamiento de la
felicidad plena al más allá de esta vida y acentúa sólo el componente
espiritual y religioso de ese estado. En cambio el término “dichosos” se aplica
al tiempo presente y al más allá, es para esta tierra y para la vida eterna, y
se puede vivir incluso en medio de los sufrimientos de esta historia.
La proclamación de la dicha en las
bienaventuranzas
El mensaje de las bienaventuranzas
es sobre todo una proclamación de dicha y de alegría que dista mucho de ser un
lenguaje legalista. Sin embargo, en el contenido de la versión mateana de los macarismos la
dicha anunciada por Jesús está vinculada a la realización satisfactoria de la
justicia, la cual requiere la implantación y la promoción del derecho en la
tierra según la perspectiva mesiánica y profética de Jesús de Nazaret.
Los empobrecidos del mundo
El término griego utilizado para
designar al pobre en el Nuevo Testamento es ptojos, que
etimológicamente se refiere al encorvado, al que se oculta con temor, al que se
agacha. Es el mendigo que carece de lo necesario para vivir y depende de los
demás para sobrevivir. Este término denota un estado de indigencia
caracterizado por la imposibilidad de satisfacer las necesidades básicas
humanas. Se trata de “un estado de privación de medios de subsistencia en que
se encuentra un individuo humano y que causa una dependencia respecto a los que
poseen codiciosamente esos medios”. Al abordar el problema de la
pobreza en el mundo actual tenemos que hablar necesariamente del carácter
estructural de la misma, de la estrecha vinculación existente entre la
coexistencia de muchísimos muy pobres y poquísimos muy ricos en mutua
dependencia. Al tratar de la pobreza estructural del mundo nos referimos a los
empobrecidos y a los enriquecidos del sistema social vigente, sabiendo que el
enriquecimiento de unos se produce a costa del empobrecimiento de los otros.
Los pobres en la bienaventuranza de Lucas
Jesús llama dichosos, en primer lugar, a los pobres y
a quienes están o pasan por una situación de negatividad extrema: los que
tienen hambre y los que lloran. En Lucas se llama dichosos a los pobres sin más
especificación, mientras que en Mateo el complemento nominal relativo al
espíritu reinterpreta e interioriza el sentido dado al término pobres. En Lucas
se trata, por tanto, de los pobres e indigentes en su acepción material y
socioeconómica. Lucas introduce además la variante de la segunda persona del
plural al presentar el motivo de la dicha: “porque
vuestro es el Reino de Dios”. Con ello el estilo del lenguaje de Jesús
se hace directo y convierte la sentencia en una auténtica felicitación dirigida
especialmente a sus discípulos, pues a ellos ha orientado su mirada al empezar
a hablar (Lc 6,20). Pero no es un mensaje exclusivo a
los discípulos, sino también dirigido al gentío del pueblo (Lc
6,17). La perspectiva universalizadora del mensaje de
la Buena Noticia sigue estando presente a lo largo de todo el evangelio.
Dios es la causa de la alegría
Aunque pudiera parecerlo, la bienaventuranza de los
pobres no tiene nada de ironía sino que se trata de una felicitación, pues la
razón de la dicha no es la situación en que se encuentran los pobres sino el
fundamento divino del Reinado de Dios y la predilección de los pobres en el
amor de Dios, lo cual proporciona una dicha colmada, es decir, una alegría no
sometida a las circunstancias de precariedad de la vida, una inmensa alegría
convertida en estado permanente y que conlleva la esperanza en Dios y en el
giro que van a experimentar esas condiciones sociales de carencias básicas para
la supervivencia. Sólo por ser víctimas, por ser sufrientes, incluso
independientemente de sus creencias religiosas y de su origen, Dios está de su
parte, anuncia para el presente el Reino que les pertenece y promete un futuro
de liberación que se cumplirá. Dios anulará tal estado de negatividad y de
injusticia. De ese Reinado de Dios en los pobres son testigos los discípulos
que “dejándolo todo” siguieron
a Jesús y se hicieron pobres como Jesús al asumir su misma forma de vida en la
pobreza.
El énfasis profético de las bienaventuranzas en Lucas
Otro aspecto trascendental de Lucas en su versión de
las bienaventuranzas es la incorporación profética de la serie de antítesis de
las malaventuranzas o lamentaciones, en estricto paralelismo antitético con las
cuatro bienaventuranzas o felicitaciones. Con ello Lucas acentúa la
extraordinaria alegría de las bienaventuranzas dejando en el centro de su
mensaje el gozo mesiánico que conduce a dar saltos de alegría, utilizando el
verbo “retozar” (en griego skirtao)
y sigue poniendo el énfasis en la presentación profética de Jesús, como es
habitual en todo su Evangelio. El anuncio de la dicha espléndida de las
bienaventuranzas lleva consigo una crítica radical de los ricos, satisfechos y
acomodados en su bienestar, ensimismados en el éxtasis alienante de su
bienestar, de su lujo y de su confort, pero ajenos a la situación crítica de
los pobres, que también en nuestro mundo hoy se cuentan por millones. La
crítica durísima de Jesús es de estilo profético contundente y amenaza con un
final fatal para los ricos y potentados del mundo, tal como nos describirá
después la parábola lucana del rico y Lázaro.
Atender la pobreza estructural del mundo
Afrontar la pobreza estructural de nuestro mundo
actual y una atención particular a los lugares de más pobreza del planeta es
una exigencia de primer orden desde una lectura creyente y actualizada de las
bienaventuranzas. Por ello el papa Francisco ha desarrollado las
bienaventuranzas en su llamada a la santidad de su exhortación “Gaudete
et exsultate”. Asimismo la Iglesia en
América sigue haciendo de la “opción preferencial y evangélica por los pobres”
el eje vertebral de su misión evangelizadora, tal como se ha reflejado en el V
Congreso Americano Misionero y en sus propuestas concretas. Se exige una mejor
concienciación y una mayor coordinación de esfuerzos entre los dirigentes de
los pueblos y las instituciones internacionales.
El amor a Dios y a los pobres en el seguimiento de
Jesús
La fuerza de las bienaventuranzas radica en el
hecho de que Dios hace llegar su Reino en el tiempo presente para los que ahora
son pobres. Y es que los pobres constituyen la prioridad indiscutible del
mensaje de Jesús. Por eso, como los discípulos todos quedamos llamados a
hacernos cada día más solidarios con los pobres del mundo y más críticos con la
situación de injusticia que genera tanta desigualdad en la familia humana. Por
amor a Dios y por amor a los pobres, con la esperanza puesta en la resurrección
de Cristo, fundamento de nuestra propia resurrección, nuestra vida queda
transformada rotundamente e inundada de una alegría plena, si seguimos a Jesús
de todo corazón y asumimos su mensaje liberador y gozoso de las
bienaventuranzas. Feliz domingo.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y
profesor de Sagrada Escritura