LOS HIGOS Y LAS
ZARZAS
Domingo 8¼ del
Tiempo Ordinario. C
ÒEl fruto revela el cultivo del ‡rbol, as’ la palabra revela el coraz—n de
la persona. No elogies a nadie antes de o’rlo hablar, porque ah’ es donde se
prueba una personaÓ (Eclo 27,6-7).
DespuŽs de usar la imagen de la criba que separa el trigo de la paja y la del
horno que pone a prueba las vasijas, el Sir‡cida se refiere a los frutos de los
‡rboles.
Esos tres
criterios sirven de introducci—n para exponer lo que quiere ense–ar: que el valor de
la persona se manifiesta cuando habla. Podr’amos a–adir que la persona se
revela tambiŽn por su silencio. Por tanto, no hay que apresurarse en juzgar a
quien no hemos o’do personalmente.
Segœn
el salmo responsorial, quienes permanecen fieles al Se–or,
seguir‡n en la vejez dando fruto y proclamando que Žl es justo y fiable como
una roca (Sal 91,15-16). Si la fe triunfa sobre la muerte, san Pablo nos
invita a entregarnos a la misi—n que nos ha sido encomendada,
Òconvencidos de que nuestro esfuerzo no ser‡ vano en el Se–orÓ (1 Cor 15,57-58).
.
LOS CIEGOS
TambiŽn Jesœs subraya la importancia de la
coherencia en la pr‡ctica de la vida cristiana (Lc 6,39-45). El Maestro utiliza en primer lugar la
par‡bola que podr’amos llamar de los ciegos, redactada como una madeja de
preguntas:
¥ ÒÀAcaso puede un ciego guiar a otro
ciego? ÀNo caer‡n los dos en el hoyo?Ó
La primer pregunta parece un refr‡n popular. La comunidad cristiana
trata de subrayar la responsabilidad que corresponde a los hermanos.
¥ ÒÀPor quŽ te fijas en la mota que tiene
tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?Ó No basta aprender a guiar con rectitud a
los hermanos. Hay que tratar de ser justos a la hora de juzgarlos.
¥ ÒÀC—mo puedes decirle a tu hermano: ÔHermano,
dŽjame que te saque la mota del ojoÕ, sin fijarte en la viga que llevas en el
tuyo?Ó Es un hip—crita quien ve los defectos ajenos por menudos que sean y no
reconoce sus propias faltas.
LOS çRBOLES
A continuaci—n el evangelio de Lucas, pone
en boca de Jesœs la par‡bola del ‡rbol y los frutos que recuerda el texto del
Sir‡cida:
¥ ÒNo hay ‡rbol bueno que dŽ fruto malo, ni
‡rbol malo que dŽ fruto bueno; por ello, cada ‡rbol se conoce por su frutoÓ. La
observaci—n del ambiente campesino sugiere y apoya una lecci—n sobre la
responsabilidad.
¥ ÒNo se recogen higos de las zarzas, ni se
vendimian racimos de los espinosÓ. Este pensamiento puede ser una advertencia
para desconfiar de las apariencias. O una invitaci—n a confiar en los que ofrecen
sus buenos frutos en la comunidad.
¥ ÒEl hombre bueno, de la bondad que
atesora en su coraz—n saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal;
porque de lo que rebosa el coraz—n habla la bocaÓ. La palabra y las obras
reflejan el fondo de la conciencia de la persona. Es preciso pedir el don de un
coraz—n limpio para que ilumine y justifique la vida toda.
- Se–or Jesœs, tu eres el fruto bueno que
nos ha entregado el Padre. Tus gestos y tus palabras nos han revelado la
grandeza de la bondad divina y el ideal y la posibilidad de alcanzar la bondad humana gracias a los dones del
Esp’ritu. Bendito seas por siempre.
JosŽ-Rom‡n Flecha AndrŽs