Abrir los ojos
Muestro mundo es deslumbrante. La ciencia, la psicología, la antropología
se dan la mano para guiarnos por senderos inéditos,
apasionantes. ¿Y para qué tanta belleza si no queremos ver? Nuestros ojos están
cerrados, o simplemente, obstruidos por una ceguera voluntaria que busca
desconocer la realidad en que vivimos y nos impide, además, aceptar al
vecino/a, hermano o hermana en sus potencialidades superiores a las nuestras.
Una espiritualidad honda es aquella que toma en cuenta la realidad en que
vivimos y queremos compartir, transformar, humanizar. Jesús nos invita a mirar
al otro/a en su grandeza, en la superioridad que nos sobrepasa. No queremos
hacerlo. O hay envidia o miedo. Cuando sólo miramos en el otro/a sus defectos,
es porque queremos ignorar los nuestros a través de una solapada hipocresía.
Nuestras cegueras se deben, con frecuencia, a un afán desmedido de
seguridad o a la presunción de superioridad que nos abruma. El evangelio habla
de una viga en nuestros ojos que nos impide ver las motas que hay en los demás.
Son ojos apagados ante tanta luz que nos circunda. Y así, ciegos queremos guiar
a los demás. Sin saberlo los estamos llevando al hoyo de nuestra perdición.
Cuando aplaudimos los muros que levantan las sociedades opulentas; cuando
rechazamos al inmigrante, extranjero o diferente; cuando festejamos los
procesos de involución en todos los campos, sobre todo, en el religioso; cuando
defendemos nuestro partido político, o cultura, o religión como los mejores, o únicos, estamos ciegos y peor, no
queremos ver, más aun, buscamos, con ansiedad secreta, la destrucción de los
demás, para quedar como dueños de este inmenso mundo, “ancho y ajeno”.
Cochabamba 03.03.19
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com