VIII
Semana del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Radicalidad
Papal en la autenticidad autocrítica
Casi anticipándose a la llamada a la
conversión que supone la Cuaresma que comienza el próximo domingo, los textos
bíblicos de este domingo constituyen una llamada y una instrucción a la
radicalización de nuestra vida en Cristo, verdadero maestro, para llevar una
vida con autenticidad autocrítica y purificadora que produzca buenos frutos,
los que nacen del corazón nuevo, pues Dios nos lo ha regalado con la victoria
de Jesucristo sobre el pecado y la muerte (1 Cor
15,54-58).
El libro del Eclesiástico (Eclo 24,4-7) utiliza varias imágenes del mundo artesanal y
agrícola para indicar que el hombre se prueba en su capacidad para razonar como
la cerámica que se cuece en el horno o el grano que se garbilla en la criba. Y
también revela que su mentalidad se muestra en la palabra, como el fruto que
muestra el cultivo de un árbol. Tal vez se deba aclarar, para el mundo urbanita
predominante en nuestra civilización, que el garbillo o criba es el instrumento
agrícola que, a modo de cedazo, con un aro de madera y una malla metálica,
plástica o de otro material, sirve para filtrar el grano desechando los
residuos inútiles de la trilla.
La vida humana es un proceso permanente de
criba, que nos permite ir sacando todo lo bueno que Dios ha puesto en el
corazón de cada persona. Zarandeados por Dios y por su palabra, cuando dejamos
que esto ocurra, los seres humanos vamos produciendo el fruto deseado. Para
ello hay que estar en continuo movimiento y dejarse interpelar por los
acontecimientos de la vida y por la palabra de Dios. Pero es preciso aplicar
las capacidades que todos tenemos y poner en práctica en profundidad la
revisión de la vida, el excelente método de la vida cristiana, consolidado por
los Movimientos de Acción Católica y habitual en la Iglesia Contemporánea: Ver,
Juzgar y Actuar.
Ver significa mirar la realidad, percibirla
y analizarla en su complejidad y profundidad, conscientes de que no hay nada
humano que sea simple. Juzgar implica ver la realidad desde la fe cristiana y
meditar, reflexionar, dialogar con otros, asumir e integrar los valores que
emanan de la Palabra de Dios y que iluminan y orientan la vida hacia Dios. La
reflexión es fundamental, pero no es suficiente. Es preciso actuar y
transformar el corazón humano, las relaciones humanas, las estructuras
sociales, políticas y económicas. Actuar es ponerse en marcha con los
objetivos, métodos e instrumentos adecuados para llevar a cabo la voluntad de
Dios en las circunstancias concretas de la vida personal, social, política y
eclesial, como consecuencia coherente con la nueva visión de los problemas y
situaciones humanas afrontados.
La gran luz que ilumina la realidad humana
es la victoria de Cristo sobre el mal y sobre el pecado. El Señor, con su
muerte y resurrección, nos hace partícipes de su victoria y lleva a cabo en
cada uno de nosotros un proceso de transformación purificadora que permita ir
cribando todo lo bueno de cada persona.
El Evangelio de Lucas de este domingo (Lc 6,39-45) concluye el breve sermón de la llanura dado por
Jesús a los discípulos y al gentío que lo escuchaba. Tras exponer
proféticamente las bienaventuranzas, concentrando la atención en Dios, en su
Reino y en los pobres del mundo, y después de proponer la gran novedad del
Evangelio en el mensaje del amor a los enemigos, invitando a todos a practicar
la gratuidad de la misericordia, que consiste en dar y darse sin esperar nada a
cambio, Jesús concluye con una parábola que constituye una llamada a la
autocrítica personal.
La parábola se dirige a todos y recoge
elementos diversos, presentes también, pero en distintos lugares, en el
evangelio de Mateo. En primer lugar Jesús llama la atención para que abramos
bien los ojos, pues un ciego no puede guiar a otro ciego y van los dos al hoyo.
Después indica que el discípulo debe aprender como su maestro. Lo que más
desarrolla el Evangelio es la necesidad de aprender a hacer la autocrítica
personal; y lo expone con unas comparaciones desproporcionadas: la mota en el
ojo del hermano y la viga en el ojo propio.
Cuando la crítica empieza por una
autocrítica se garantiza una pureza en el proceso. Hay que aprender a ser
responsables antes de exigir a los demás. Hay que tomar conciencia de la propia
culpa antes de inculpar a los demás. La perspectiva sobre el mal de los otros
cambia mucho. Si se empieza con la autocrítica personal, cualquier otra crítica
sobre los demás se realiza como corrección y no como reproche ni crítica destructiva.
Y es que el otro es siempre un hermano, que puede estar equivocado, pero en
todo caso lo que necesita es luz. Y un ciego no puede guiar a otro ciego.
Si se lleva a cabo un proceso de criba y de verdadero discernimiento entonces
emerge del corazón, del interior del hombre, todo el tesoro bueno que Dios ha
puesto en cada persona.
Con estas claves del Evangelio y debido a
la gravedad e importancia que tiene en la vida de la Iglesia actual y en
nuestro mundo el abuso a los menores, merece la pena que todos los cristianos
tengamos conocimiento de las orientaciones, radicales en la autocrítica y en la
búsqueda de la autenticidad, del discurso del Papa Francisco, tras la cumbre
sobre el tema celebrada en el Vaticano la semana anterior.
En primer lugar el Papa ha calificado el
problema de los abusos a menores como una “plaga” y “un fenómeno históricamente
difuso en todas las culturas y sociedades, que tiene como escenario sobre todo
la vida familiar, pero también el barrio, la escuela, el deporte y también,
por desgracia, la Iglesia. Estamos ante un problema universal y transversal que
desgraciadamente se verifica en casi todas partes. Debemos ser claros: la
universalidad de esta plaga, a la vez que confirma su gravedad en nuestras
sociedades, no disminuye su monstruosidad dentro de la Iglesia. La
inhumanidad del fenómeno a escala mundial es todavía más grave y más
escandalosa en la Iglesia, porque contrasta con su autoridad moral y su
credibilidad ética.
Así pues, el objetivo de la Iglesia será
escuchar, tutelar, proteger y cuidar a los menores abusados, explotados y
olvidados, allí donde se encuentren. La Iglesia, en su itinerario legislativo,
se centrará en las siguientes dimensiones:
1. La protección de los menores: el
objetivo principal de cualquier medida es el de proteger a los menores e
impedir que sean víctimas de cualquier abuso psicológico y físico.
2. Seriedad
impecable: deseo reiterar ahora que «la Iglesia
no se cansará de hacer todo lo necesario para llevar ante la justicia a cualquiera que haya cometido
tales crímenes. La Iglesia nunca intentará encubrir o subestimar ningún caso»
3. Una
verdadera purificación: Acusarnos a nosotros mismos: es un inicio
sapiencial, unido al santo temor de Dios. Aprender a acusarse a sí mismo, como
personas, como instituciones, como sociedad. En realidad, no debemos caer en la
trampa de acusar a los otros, que es un paso hacia la excusa que nos separa de
la realidad.
4. La
formación: La exigencia de la selección y de la
formación de los candidatos al sacerdocio. San Pablo VI escribía en la
encíclica Sacerdotalis caelibatus: «Una
vida tan total y delicadamente comprometida interna y externamente, como es la
del sacerdocio célibe, excluye, de hecho, a los sujetos de insuficiente
equilibrio psicofísico y moral, y no se debe pretender que la gracia supla en
esto a la naturaleza» (n. 64).
5. Reforzar
y verificar las directrices de las Conferencias Episcopales: Reafirmar la exigencia de la unidad de los obispos en la
aplicación de parámetros que tengan valor de normas y no solo de orientación.
Normas, no solo orientaciones. Ningún abuso debe ser jamás encubierto ni
infravalorado (como ha sido costumbre en el pasado).
6. Acompañar
a las personas abusadas: La Iglesia tiene el deber de
ofrecerles todo el apoyo necesario, valiéndose de expertos en esta materia.
7. El mundo
digital: La protección de los menores debe
tener en cuenta las nuevas formas de abuso sexual y de abusos de todo tipo que
los amenazan en los ambientes en donde viven y a través de los nuevos
instrumentos que usan.
8. El
turismo sexual: Para combatir el turismo sexual se
necesita la acción represiva judicial, pero también el apoyo y proyectos de
reinserción de las víctimas de dicho fenómeno criminal. Es importante coordinar
los esfuerzos en todos los niveles de la sociedad y trabajar estrechamente con
las organizaciones internacionales para lograr un marco legal que proteja a los
niños de la explotación sexual en el turismo y permita perseguir legalmente a
los delincuentes.
Finalmente el Papa agradece de corazón a
todos los sacerdotes y a los consagrados que sirven al Señor con fidelidad y
totalmente, y que se sienten deshonrados y desacreditados por la conducta
vergonzosa de algunos de sus hermanos.
Creo que estas orientaciones son un
ejercicio ejemplar del papa Francisco en la autocrítica que hoy nos pide el
Evangelio y su puesta en práctica ya está en marcha, pues esta misma semana se
ha materializado con la remisión de un cardenal acusado de abusos a menores.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote
misionero y profesor de Sagrada Escritura