CUARESMA,
DEL EGOÍSMO A LA COMPASIÓN
El olvido mayor de un creyente es
separar sus múltiples ocupaciones diarias, con sus alegrías y tristezas; de las
preocupaciones de Dios para que en todo
cuanto nos ocurra seamos felices y en paz, por la solidaridad compasiva. Esta
es la gran preocupación de Dios, y a lo
que està dedicado
de tiemplo completo.
Estamos olvidando celebrar la
compasión de Dios en nuestros tiempos, lugares y quehaceres. Hoy la
cuaresma está empeñada por festivales, pescaderías,
algunas cosas de superación personal; pero lo que a Dios le interesa es
pasarnos del egoísmo a la compasión porque en el egoísmo esta la fuente de
nuestras mayores dificultades y
angustias. Dios nos propone una conversión que es volver a donde vive Dios, en el
otro, para hacernos más compasivos y servidores, particularmente de los
excluidos en cualquier nivel social,
como camino de superación de nuestro egoísmo; el mayor obstáculo para ser
felices y vivir en paz.
El mejor inicio de esta cuaresma no
es suponer la compasión de la cual hemos
leído tanto y la gente que nos ha producido
tanta “lástima”; sino decir con el evangelio: “Jesús Hijo de David ten
compasión de mi” (Lc 18,38).
CUARESMA,
DEL EGOÍSMO A LA COMPASIÓN.
Juan bautista que odiaba
apasionadamente el mundo de los pretextos y las apariencias, le decía a la
gente que se acercaba a ser bautizada por él: “Raza de víboras, ¿quién les
enseñó a escapar del juicio inminente? Den frutos que comprueben su conversión,
y no anden diciendo: Somos descendientes de Abrahán, porque les digo que Dios
puede sacar de estas piedras descendientes de Abrahán. Ya está el hacha puesta
a la raíz de los árboles, y todo árbol que no de fruto va a ser cortado y
echado afuera. Con estas y otras muchas exhortaciones anunciaba al pueblo la
buena noticia” (Lc 3,7-9.18). La comunidad del
resucitado, la Iglesia, recordando la predicación de juan encontró que Jesús en
lugar de “barrer la era” y separar la paja del trigo, se presentaba como
médico, enviado a los enfermos (Mc 2,17). Al Dios de Jesús le interesa más una
oveja perdida que las noventa y nueve restantes que no necesitan conversión (Lc 15,7). En las lejanías abarrancadas de la palestina
ocurre constantemente que un animal suelto se queda rezagado de la marcha del
rebaño; totalmente desamparado; con balidos lastimeros se acurruca para
convertirse en presa inerme de otros animales. Su situación es tan grave que la
palabra hebrea “perecer” significa quedar solitario, como algo suelto sin
protección. Para reencontrarse con el rebaño el pastor la carga sobre sus hombros.
Esa es la clase del buen pastor que los egipcios veneraban en Amón, el dios del
viento; hecho histórico por la encarnación, muerte y resurrección de Jesús.
A Jesús, a lo largo del evangelio,
siempre le pareció un sinsentido echar mano de exhortaciones morales,
apocalípticas y amedrentadoras, como de ordinario lo hacían o seguimos haciendo
los predicadores o catequistas, para dirigirnos a personas pérdidas o
embolatadas por activa o por pasiva en cualquier mala trocha o momento difícil
de la vida; dado que no están en condiciones de cumplir ninguna ley, norma, o
encasillarlos en cualquier moral. El extravío, o lo que Pablo llama: ¡Oh feliz
culpa! no se sana por exigencias o advertencias externas, órdenes perentorias o
una mayor intensificación del miedo; sino por un acompañamiento compasivo, amor
entrañable, que madure la confianza poco a poco; hasta que llegue el mayor don
de Dios que es sentirse como ser humano, hijo de Dios, legitimado y aceptado
por la compasión. La vida humana es completa y no solo un detalle o un buen o
mal momento de la misma. “Ahora, en cambio, liberados del pecado y convertidos
en siervos de Dios, tienen como fruto la plena consagración a Él y como
resultado final la vida eterna, por medio de Jesucristo señor nuestro” (Ro 6,22-
23). “Para los que quieren a Dios todo ocurre para bien” (Ro 8,28).
LO
QUE VA DE LA RELIGIÓN, LEY, A LA COMPASIÓN.
Juan bautista se halla al final de la
religión de la ley. La muerte de Jesús, distinta a la de Juan, fue más bien la
consecuencia necesaria de la eterna contradicción entre la compasión, el amor
entrañable, y la ley con sus normas inapelables. La ética es para poner en
orden nuestra vida con responsabilidad personal; pero con Jesús vivimos
solamente de la compasión, el amor entrañable de Dios.
Jesús no quiso ser el hacha puesta a
la raíz de un árbol sino la palabra viva del perdón y la compasión. Nada le
pasó a Jesús tan importante como la súplica y oferta al mismo tiempo: “Perdona
nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt
6,12). Nada parece haber disgustado tanto a Jesús como ver una justicia sin
compasión o una actitud de desquite de Dios por los pecados nuestros; ya
erradicados por perdón en todas las parábolas. No se puede pasar por
desapercibido una acción del Espíritu en juan bautista: a pesar de crear temor
y ser un moralista radical; señaló al Dios de la compasión como “el Cordero de
Dios que quita el pecado del mundo… El que me envió a bautizar con agua me
dijo: “Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y permanece sobre él, ése es
quien bautiza con el Espíritu Santo. Y como lo he visto, doy testimonio de que
éste es el Hijo de Dios” (Jn 1,29-36). Así pues, lo
que elimina toda culpa no es el bautismo de juan sino el signo, sacramento de
la muerte y resurrección del Señor. Dios mismo se hace sacramento para que el
ser humano viva de una confianza que por el esfuerzo, la ley o ritos externos,
nunca se había podido, como tampoco ahora, se puede lograr.
LA
CONVERSIÓN ES VOLVER A DONDE VIVE DIOS.
Conversión no es prometerle a Dios que
voy a cambiar y pedirle que nos ayude en el propósito o esfuerzo que nos falta
por hacer.
La conversión a Dios es volvernos a
los seres humanos donde habita Dios; porque el único sitio donde nos podemos
encontrar con Dios es en el otro. Además, porque si nuestra referencia de fe es
Jesucristo; lo que hizo Jesús fue dejar que en su interior creciera el Dios
compasivo, “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas
contra los opresores, me he compadecido en sus sufrimientos; y he bajado a
librarlos de los egipcios; a sacarlos de esta tierra a una tierra fértil y
espaciosa, tierra que mana leche y miel…” (Ex 3,7-8).
Cuando Jesús llama a Dios padre (Abbá) es porque en su interior siente crecer la misma
compasión de Dios; y cuando Dios padre reconoce a Jesús como su hijo, se debe a
la compasión que encuentra en El; significada en el servicio a los demás.
La compasión de Dios la encontró Jesús
en su familia de Nazaret: José y María quienes se tuvieron que desplazar a dar
razón a la autoridad romana en Belén, donde nació Jesús; de bienes que ellos no
tenían. El destierro a Egipto fue un acto de compasión de sus padres para
evitar la muerte de su hijo por ser primogénito, potencialmente mesías rechazado
por Roma, en cabeza de Herodes. Luego en el retorno del exilio se fueron a un
lugar, el más desconocido, por pobre, para seguir cuidando a su hijo de la
furia del imperio romano. Allí Jesús acrecentó la compasión viviendo en medio
de los pobres. Desplazamiento, destierro, pobres, fueron las experiencias que
formaron a Jesús como compasivo, futuro Mesías, en una familia compasiva, con
un amor entrañable, como fue la de Nazaret, María y José como padres y Jesús
como hijo.
Todas familias creyentes están
arraigadas en la familia de Nazaret, formada por el ejercicio de la compasión
diaria. Así comprendemos mejor la Encarnación como un acto de compasión de Dios
para que nosotros seamos humanos y compasivos, desde la familia como Jesús.
RESURRECCIÓN
Y COMPASIÓN.
Si el acontecimiento más grande de la
historia de la humanidad es la resurrección de Jesús; el segundo es la
compasión por dar razón de la resurrección, el kerigma. Solamente hay un
milagro como fuente de todas las acciones, que llamamos milagros de Jesús, la
compasión, con amor entrañable, para servir a los hermanos.
En griego compasión significa las
entrañas del cuerpo, el lugar donde se localizan nuestras emociones más íntimas
e intensas, centro donde nacen y crecen tanto nuestro amor entrañable como
nuestro odio apasionado. El término hebreo nos remite al seno de Abraham; la
compasión es un movimiento afectivo, desde lo más profundo; desde donde Dios es
padre y madre, hermano y hermana, hijo e hija.
PABLO,
COMPASIÓN Y COMUNIDAD.
Pablo arroja luz sobre la imagen del
cuerpo, la comunidad, desde la experiencia de la compasión. Esta experiencia es
profundizada y ampliada por los evangelios y en general por el Nuevo testamento
“Si un miembro sufre, sufren con él todos
los demás miembros”. (1 Cor 12,26). La compasión de
todos los miembros entre sí en una comunidad; es la compasión del resucitado
encarnado en la comunidad que la hace compasiva: “Bendito sea Dios padre de
nuestro señor Jesucristo, padre compasivo y Dios de todo consuelo. Él es el que
nos reconforta en todos nuestros sufrimientos, para que gracias a la compasión
que recibimos de Dios, podamos confortar a todos lo que sufren. Porque si es
cierto que abundan en nosotros los padecimientos de Cristo; no es menos cierto
que Cristo nos llena de consuelo…Y lo que esperamos para ustedes tiene un firme
fundamento, pues sabemos que comparten nuestros sufrimientos, compartirán
también nuestro consuelo”. (2 Cor 3-5.7) “Si algo
vale una advertencia hecha en nombre de Cristo, si algo vale una exhortación
nacida del amor, si vivimos unidos en el Espíritu, si ustedes tienen un corazón
compasivo; llénenme de alegría, teniendo unos mismos sentimientos, compartiendo
un mismo amor, viviendo en armonía y sintiendo lo mismo” (Cor
2,1-11).
Pablo enfatiza que la compasión no
puede ser separada de la comunidad como el mejor sitio escogido por el
resucitado; porque la comunidad es el Espíritu de Jesús, Espíritu Santo. La
compasión se revela siempre en comunidad, en un nuevo modo de estar juntos para
perdonarnos, amarnos y servirnos. La fraternidad con Cristo es fraternidad con
nuestros hermanos y hermanas. También “porque cuando alguien se reúne en el
nombre de Cristo está Él presente como Señor compasivo” según el pensamiento de
Mt 18,20. Donde quiera que se forme una comunidad verdaderamente cristiana se
continúa la compasión en el mundo.
“HIJO
DE DAVID: TEN COMPASIÓN DE MI”.
La tradición compasiva de Pablo se
hace visible en los relatos de sanaciones del Nuevo Testamento. El gran
misterio no son las curaciones, como acciones particulares de Jesús sino la
infinita compasión de Dios, amor entrañable, que ya está en el corazón de los
que sufren cuando gritan: “Señor, hijo de David, ten compasión de mí: el ciego,
el cojo, el paralítico, el leproso, la viuda de Naín”.
“Sean compasivos como es compasivo su Padre” (Lc 6,
36) es estar cercano de los demás como Dios lo está de nosotros. La compasión
de Dios en Jesucristo y de éste en nosotros no tiene ningún vestigio de
competencia. La compasión se pierde cuando nos “comparamos” porque de inmediato
afloran las envidias.
Una vida compasiva es aquella en la
que la amistad “Ya no os llamo siervos sino amigos” (Jn
15, 15) se pone de manifiesto en una nueva forma de existir como amigos o compañeros;
en experiencias como la hospitalidad que se da en las comunidades al peregrino
o hermano en la fe, con un amor entrañable.
En la medida que permanecemos victimas
del tiempo, del reloj, las fechas del calendario o formas de ensoñaciones, como
el horóscopo o las cartas estamos condenados a vivir sin compasión.
CUARESMA:
OCUPACIONES NUESTRAS Y PREOCUPACIÓN DE DIOS.
La biblia tiene más preocupaciones por
el tiempo que por los espacios; prefiere hablar de las generaciones que, de los
lugares, tiene más interés por la historia que por la geografía, es más cercana
a los acontecimientos que a los sitios. Pablo resume la gran noticia de la
salvación a los cristianos de Galicia: “Al llegar la plenitud de los tiempos,
envió Dios a su Hijo, nacido de mujer... para que recibiéramos la filiación
adoptiva” (Gal 4,4-5).
La palabra “sucedió”, en griego,
"evento" anuncia siempre un acontecimiento que no ha de ser medido
por su temporalidad sino por lo que ocurra en él, la historia de salvación.
Cuando a Isabel se le cumplió el tiempo, dio a luz a su hijo Juan (Lc 1,57); cuando le llegaron a María los días dio a luz a
Jesús (Lc 2,6); cuando se completaron los días de la
purificación, José y María llevaron al niño a Jerusalén (Lc
2,22). Y así siguen ocurriendo todos los posteriores hechos como “plenitud del
tiempo”.
El año litúrgico es una arquitectura,
estructura del tiempo, que corre paralelo al tiempo humano; mientras que
nuestra vida asciende desde la infancia hasta la plenitud, y desciende desde la
plenitud al ocaso; otro tiempo, otro ritmo de compasión va acompañando nuestros
pasos y va convirtiendo nuestro tiempo en providencia, gracia y gozosa
oportunidad de ser compasivos.
EL
EGOÍSMO: OBSTÁCULO DE LA COMPASIÓN.
El hombre pierde la sabiduría del
tiempo cuando altera sus ritmos; cuando el tiempo que es para descansar, lo
dedica a trabajar, el tiempo del silencio lo dedica al ruido, el tiempo de
comer a los negocios, o el tiempo de Dios a vacaciones.
El tiempo de Dios, el año litúrgico al
que pertenece la Cuaresma, es un signo de cómo se mantiene Dios, de tiempo
completo, en favor nuestro. De ahí que el centro de la cuaresma no debería
estar lleno o invadido por todas nuestras ocupaciones sin tener primordialmente
en cuenta las preocupaciones de Dios con nosotros. El egoísmo es la limitación
más grande de la condición humana debido a que si hace daño a los demás origina
el pecado; que es la permanente preocupación de Dios. De ahí la importancia de
la compasión como itinerario espiritual de la cuaresma; único y mejor antídoto
contra el egoísmo. Todo acto de compasión sana de raíz el egoísmo. Puede
decirse que la propuesta pedagógica del evangelio en términos de
reconciliación, ayuno, oración y solidaridad son actos de compasión en cuanto
nos hacen menos egoístas; para que el Espíritu nos vaya trasformando interiormente
y nos dé la libertad de ser compasivos en orden a ir más allá de lo que el otro
necesita. La compasión engendra la paciencia que se debe tener en el servicio a
los demás, sin escandalizarnos del egoísmo de los otros. Ser compasivos es la
única posibilidad de ser menos egoístas.
LA
MISIÓN DE CUARESMA; HACER PRÓJIMOS.
En la parábola de compasión del buen
samaritano que todos conocemos, al final Jesús pregunta: “¿quién es el
prójimo?” y hay que decir que el sacerdote y el levita no atienden al que está
tirado medio muerto por desprecio sino por una ley, según la cual tocar un
muerto los hacía impuros; anulando así sus funciones litúrgicas y la
celebración pascual, si antes no se purificaban.
Llega el resucitado que hace de buen
samaritano, lo mira, le duele y se le acerca, lo sana de las heridas que los
asaltantes le han propinado, lo monta en la cabalgadura, lo lleva a un
hospedaje y paga por lo que se requiera, has-ta la
mañana del día siguiente.(NO) entrega incluso un cierto dinero. Lo que el resucitado,
samaritano, quiere al final es saber quién hizo de prójimo. No fue el herido
sino quien se le acerca, quien se le aproxima; eso significa la palabra
prójimo. La Cuaresma es un tiempo providencial para hacer prójimos, porque
sabemos a quién(s) debemos retornar. Siempre nos han dicho en la cuaresma que
convertirse es retornar a Dios. Esto es cierto siempre y cuando sepamos que el
único sitio donde está vivo Dios es en el otro;
primera y última etapa de nuestro retorno cuaresmal, llamado conversión.
Jesús que es nuestra referencia
insustituible para la Cuaresma; todo lo que decía y hacía era en función de los
demás; por tener en su interior la compasión de su padre Dios a quien le dolía
la gente. La pascua es el primer gran milagro en el mundo; la compasión humana
es el segundo. Con el don de la compasión el Espíritu no permite saber que es
la conversión al mismo tiempo experimentar que es la fe; un Dios resucitado que
está en nuestro interior para transformarnos y le ayudemos a cambiar a otros.
MIÉRCOLES
DE CENIZA KILÓMETRO CERO.
En Cuaresma hay que orar más, ayunar y
compartir más para que el Espíritu nos reconcilie y ponga en nuestro corazón la
compasión que Jesús tuvo con la gente; hacer prójimo sin exclusiones. La puerta
de entrada es el Miércoles de Ceniza; primera etapa de la conversión a la
compasión, pasando por los puestos de servicio a los demás. Ya estamos en
camino a la pascua, la victoria final; un poco cansados
pero trasformados; y no solos sino acompañados por todos los que hemos hecho
“próximos” a lo largo del camino de la compasión. No importa si nos demoramos
más porque la alegría está en llegar acompañados. Moisés después de la primera
salida se tuvo que devolver por orden de Dios porque iba solo, huyendo por un
asesinato; la segunda salida fue con su pueblo que estaba en la esclavitud. Si
bien el no alcanzó a llegar, a la tierra prometida, final de la etapa, llegó
Israel a nombre de Moisés, el enviado de Dios. Lo cierto es que nosotros no
llegaremos por haber descuidado hacer prójimos en el camino de la cuaresma
hacia la pascua.
P. Emilio Betancur.