DOMINGO 2º. DE CUARESMA CICLO C
¿CUANTOS
CRISTIANOS TRANSFIGURADOS TENEMOS?
Si pudiéramos hablar de un domingo
de la esperanza, sería precisamente éste de la Transfiguración del Señor. ¿De
qué se trata? Cristo hacía poco había hablado de su sufrimiento, de su
cruz y de su trágica muerte, lo que había escandalizado a sus apóstoles, que no
se imaginaron que lo hubieran seguido simplemente para verlo fracasar y
fracasar a manos de sus feroces y rabiosos enemigos. Por eso Jesús toma a tres
de los apóstoles y los lleva de nuevo a la montaña. Siempre la montaña. Igual
que a los jóvenes que les gusta subir a las montañas nevadas y plantar ahí su
banderín de victoria. Cristo no subió de camping sino a la oración. Él era
fuerte, robusto, entusiasta y cuando llegó a la cumbre en seguida encontró el
lugar propicio para el encuentro con su Padre Dios. Fue un buen lugar.
Aún hoy, la cumbre de la montaña está libre de vehículos motorizados,
sólo una iglesia de buenas proporciones, varios miradores para el paisaje circunvecino,
y muchos espacios verdes y floridos. Los apóstoles, en cambio, quizá más viejos
que Jesús, se quedaron adormilados por la fatiga del camino, y ahí en medio de
aquella agradable soledad, ocurrió algo extraordinario. El rostro de Cristo se
iluminó y sus vestiduras se transformaron como las luces trasforman a los
artistas en sus espectáculos, y apareció en medio de dos personajes muy
queridos del pueblo hebreo, Moisés y Elías, muertos hacia siglos, conversando
con él de lo que le ocurriría en Jerusalén. Sólo fue un momento fugaz, pero que
para Cristo tuvo un una gran importancia, se sentía acompañado para todo lo que
le ocurriría. Pero sólo fue un instante. Ya nadie podría dormir ante una
aparición semejante, y Pedro, el Pedro disparatado en muchas ocasiones, hizo
notar a Cristo la alegría del momento: “Aquí se está bien contigo”. Qué
bueno que todas las gentes pudieran expresarse así de nosotros los católicos,
los creyentes, y pudieran buscarnos para ser consolados, para encontrar ayuda
desinteresada en nosotros, para experimentar la alegría de encontrarnos, de
toparse con nosotros. Esta vez Pedro estuvo muy acertado. Pero los planes
eran otros, y aún estaba por ocurrir algo grandioso: cuando los personajes
desaparecieron, apareció una nube misteriosa, que envolvió a Cristo y a los
apóstoles y desde dentro de la nube, una voz misteriosa y plenamente
confortadora: “Éste es mi Hijo, mi escogido, escúchenlo”. Vaya que fue
grandioso el momento. Los apóstoles se sintieron reconfortados, con nuevos bríos,
y con una razón más para continuar siguiendo a Jesús que desde entonces ya no
fue sólo el Maestro, el que los había escogido para caminos desconocidos, sino
aquel que tiene palabras de Vida, aquél que puede conducir a toda la humanidad,
aquel puede dar la salvación a todos los que se le confíen.
Esa fue entonces la razón de haber
llevado a los apóstoles a lo alto, para convencerlos de la necesidad de su
seguimiento, y un sostén para aquél momento terrible cuando ellos vieran que
los enemigos les arrebatarían violentamente al Mostro querido. Ellos
impulsarían la esperanza del resto de los apóstoles, que no habían tenido la
fortuna de acompañar a Cristo viéndolo rodeado de los héroes de su pueblo,
Moisés y Elías.
Consideración aparte, a los
cristianos nos hace falta transfigurarnos más seguido delante de los demás. En
la familia, que los padres se transfiguraran delante de sus hijos con su
comprensión, su cariño, sus abrazos cuando los muchachos titubean, cuando no
encuentran el camino, impulsándolos a la confianza en el Señor aunque ellos se
resistan cuando gritan: “ya no se metan en mi vida, ya déjenme en paz”. Que los
patrones se transfiguren con sus empleados no sólo pagando salarios
justos sino tratando a cada uno de ellos como verdaderas personas y no sólo
como números o expedientes. Que los que están inmersos en la política pudieran
hacerlos para convertirse en verdaderos líderes de la comunidad, buscando el
bien, la justicia y la paz de todos los hombres. Todos estamos llamados a
transfigurarnos ante nuestro mundo, en espera de una entrega total al Señor,
abrazados a su cruz, para darle al mundo el gozo de ser resucitados al lado de
Jesús.
Si el mensaje ha sido importante
para ti, retransmítelo a tus amigos y conocidos. Te lo suplica el P. Alberto
Ramírez Mozqueda enalberami@prodigy.net.mx