DOMINGO 4º. CUARESMA ,
Ciclo C
UN PADRE A TODA
MADRE ES NUESTRO DIOS.
Alguien dijo alguna vez que si Dios no
existiera, habría que inventarlo, porque el hombre no puede con su soledad ni
puede darse a sí mismo la alegría y la felicidad que como deseo primordial lleva en su corazón. Y aunque ese Dios existe,
una y otra vez los hombres investigan cómo es él y se lo representan de tantas
formas, que podemos decir que no hay ninguna nación de las conocidas en la
tierra, que no tenga su propia representación. Ese es para mí uno de los
motivos de que Dios existe, pues su creencia está en todos los pueblos. Habrá
hombres que nieguen su existencia, y hoy hay muchos que piensan así, pero el
hecho de que su creencia en todos los pueblos y en todas las épocas de la
historia, esté ahí, para mí tiene un gran valor.
Pues
quien nos ha dado la representación y la realidad de ese Dios que está en boca
de todos, es Jesucristo, como la más viva imagen del auténtico Dios de los
cielos. Y Cristo Jesús, lejos de mostrarnos con muchos discursos la realidad
del Dios de todos los tiempos, nos contó un cuento donde refleja la profunda
realidad de un Dios que ama, que no puede dejar de amar y que ama
entrañablemente a todos los hombres, sin distinción de raza, de idioma, de
color, de sexo o de edad, porque a todos nos ha creado el mismo Dios.
¿Cuál
es entonces ese cuento, esa historia o
esa parábola en labios de Jesús?
Se
trata de un padre, se supone ya anciano, sin esposa cerca de él con dos hijos
que eran su adoración y la razón de su propia vida. Debo decir que además del retrato de Dios que
Cristo nos deja, nosotros mismos podremos vernos reflejados en alguno de los dos hijos. Sucede que el menor,
que se parece muchísimo a los jóvenes de hoy, que a más temprana edad quieren
separarse a toda costa de la casa paterna, pidió que en vida el padre le
proporcionara la parte que le correspondería de herencia, pues no podía esperar
a que el padre muriera para comenzar a hacer “su propia vida”. Con todo el
dolor de su corazón, pero respetando al máximo la libertad del muchacho, puso
en sus manos lo que sería la herencia correspondiente. Y ni tardo ni perezoso,
el joven partió camino, y comenzó aquello que tanto anhelaba, su vida la
ansiada “libertad”. Con dinero en la
bolsa, joven, bien parecido, con buena ropa, con mejores perfumes, con un auto
de lujo, hospedado en buenos hoteles, se dio la gran vida, amistades, mujeres,
fiestas, todo lo que se puede pensar en esas circunstancias. Pero sin una
orientación en la vida, y sin duda alguna sin un objetivo definido, la bolsa se
quedó seca, y al mismo momento se acabaron las amistades, la buena vida, y la
realidad le llegó de pronto con el hambre la sed y la soledad a la que se vio
reducido. Y como ya no estaba cerca de “papy” pretendió conseguir trabajo, “de
lo que fuera” y tuvo que ocuparse en las cosas más bajas, “que ni los negros
quieren aceptar”. Y éste fue el momento de la reflexión, del cambio de la
consideración de su ingratitud para aquél padre que le había dado todo.
Emprendió al camino de regreso, y en el camino pensó en las cosas que tendría
que decirle a su padre, en una súplica para pedirle que lo admitiera siquiera como uno de
sus trabajadores. Aunque había pensado en las palabras que diría y en la cara
que pondría delante de su padre, se encontró con la gratísima sorpresa que el
padre lo recibió con abrazos y con besos, sin miradas inquisidoras ni
reconvenciones para su pasado y para su ingratitud. Y no sólo eso, hizo fiesta
para recibirlo, llamó a todos los amigos, y daba muestras de gran alegría por
aquél hijo que había regresado y que volvía a llenar su corazón de paz y de
contento. Pero no terminó todo ahí, pues el hijo mayor, al darse cuenta de la
algarabía que había en casa, cuando se dio cuenta de que el objeto de la fiesta
era la vuelta de su hermano, se llenó de cólera, de enojo y rencor contra su
hermano que había malgastado la fortuna de su padre. Era un corazón amargado,
resentido y solitario. El padre tuvo que salir a explicarle el motivo de su
alegría, haciéndole notar que su trataba de su propio hermano y no de un
extraño. Todavía insistió el mayor de
los hijos en señalar la injusticia con que el padre lo trataba y la preferencia
por el hermano menor, pues a él no le había hecho un festejo y ni había podido
gozar de una alegría semejante. Pero hijo, repuso el padre, “Tú siempre estás
conmigo y todo lo mío es tuyo, y si este hijo que estaba perdido ha vuelto a la vida, ya que lo hemos
recobrado, hay necesidad de hacer fiesta y regocijarnos”.
No
sabemos si la instancia del padre para acercar a los hermanos daría resultado,
pero nosotros nos quedamos con la visión de Cristo con esa visión del Buen
Padre Dios a quién siempre encontraremos dispuesto al perdón, a recibirnos con
los brazos abiertos, que no nos preguntará en dónde anduvimos, con quién y con
qué motivo, pues le basta saber que somos sus hijos que nos quiere cerca de él
como la gallina quiere ver a sus polluelos bajo sus alas.
Esto
es pues para conmovernos casi al final de la Cuaresma, tiempo de conversión,
cuando muchos hombres, estarán pensando sin decidirse a emprender el camino
de regreso al Padre, que encontraríamos
con deseo de perdonarnos, de abrazarnos y hacernos participar de la vida y el
triunfo de su mismo hijo Jesucristo muerto, ciertamente por la maldad de los
hombres, pero resucitado para alegría del género humano, porque él es el
primero de todos ellos.
Si
mi mensaje ha sido de importancia para ti, piensa en algunos de tus amigos que
estarán sin decidirse a hacer una buena confesión que haría que el sacerdote
pudiera levantar su mano para perdonarnos en el nombre de ese Buen Padre Dios.
Tu amigo P. Alberto Ramírez Mozqueda que está en alberami@prodigy.net.mx