V Domingo de Cuaresma, Ciclo C

CRISTO RESCATA A LA MUJER DE LAS GARRAS DEL PECADO.

 

En la vida de Cristo dos polos ocupaban su propia vida, la oración, el retirarse para estar a solas con su Padre Dios y el cuidado exquisito por las gentes, por sus necesidades sus enfermedades y sus pecados. Así lo vemos en el texto que nos presenta hoy San Juan. Jesús había bajado de la montaña, se dirigió al templo y la multitud lo rodeó al instante.  Era un momento de tranquilidad, de sosiego pues sólo su voz era lo que se oía en torno suyo. Pero esa tranquilidad desapareció cuando se acercó un grupo de fariseos, que traían entre ellos a una mujer semidesnuda, que echaron a los pies de Jesús. Le plantearon de inmediato el caso de aquella mujer que había sorprendida precisamente en el momento de su adulterio, con la consigna de que él decidiera que hacer con ella, pues la Ley de Moisés era clara, había que hacerla morir a pedradas. Pero la segunda intención de ellos era más clara todavía, querían hacerlo caer ante los demás, pues él se presentaba con la bondad, la misericordia y el perdón y  la Ley del fundador de su nación, Moisés había sido claro, muy claro para esos casos. En el fondo, pues, la mujer no importaba, lo decisivo era: Moisés  o Cristo, la Ley o el amor y el perdón. Ante su pueblo, si perdonaba se le haría pasar como un traidor  para su patria, pero si condenaba, quedaría en ridículo y pondría en entredicho todo lo que estaba diciendo a su pueblo en ese momento. Cristo hubiera querido reanudar su enseñanza al pueblo, pero había muchos testigos del planteamiento de los acusadores. Con mucha parsimonia y delicadeza, como si él estuviera solo, sencillamente se puso a escribir algo en el suelo. Pero los acusadores insistían y no se iba a ir así como así. Querían una respuesta, por lo tanto, Jesús se incorporó y lentamente los enfrentó ya no contra la Ley de Moisés, sino contra su propia conciencia, y recordando que el acusador normalmente lanzaba la primera piedra contra la adúltera, por toda respuesta les dijo: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”. Eso fue todo. Enfrentándoles al amor o a la Ley, a la condena o al perdón.  Y volvió a inclinarse a seguir escribiendo en el suelo, como si ellos no existieran. Ante tal afirmación de Jesús, todos los acusadores comenzaron a escabullirse, comenzado “por los más viejo”, hasta que quedaron sólo Jesús frente a la mujer y si acaso las gentes que estaban con él antes de que llegaran los fariseos. La mujer esperaba, tantas veces la habían mirado con deseo, con lujuria, con miradas retadoras y ahora se encontraba con otra mirada, pero ésta vez con una mirada que nunca había experimentado, una mirada de amor y de perdón, y haciendo hincapié en  que todos sus acusadores se habían ido, le hizo notar: “yo tampoco te condeno, vete, entonces, pero no vuelvas a pecar”. Pudo pues, en esta ocasión, más el amor que la ley y la condena, pero quedó claro que eso ya no la autorizaba para seguir en la misma vida, sino en el pudor, en el perdón, en la gracia y definitivamente en el camino de la salvación.

Una lección para nosotros mismos, que no somos jueces, pues los jueves tienen oficina, tienen horarios, pero nosotros sin oficina y si horario, nos atrevemos a condenar a los demás, sin haberlos sometido a juicio, sencillamente echando sobre ellos cuanta piedra encontramos en el camino.

Ya muy cercanos a la Pascua del Señor, caminemos decididos a perdonar y a hacer las paces con cuantos nos han ofendido, pretendiendo encontrar misericordia y paz en Cristo Jesús y en nuestro Buen Padre Dios.

Si el mensaje te ha llegado, pásalo a tus amigos y conocidos. El Padre Alberto Ramírez Mozqueda que está enalberami@prodigy.net.mx

 


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