DOMINGO DE RAMOS, Ciclo
C
Un domingo ¿De
vacaciones o de serenidad y oración?
Ella
veía a Jesús, tranquilo, sereno, hasta contento por la buena voluntad que
aquellas gentes le manifestaban para preparar todo para su entrada a Jerusalén,
por supuesto gentes que no eran de aquella gran ciudad, sino provincianos,
gente de pueblo, de un gran corazón. Sin embargo María veía a Jesús pensativo,
a una madre no se le puede ocultar nada, en su mirada adivinaba ella la
preocupación de Jesús por su próximo destino. Las gentes consiguieron ramos que
agitaban al paso de Jesús, montado en borriquillo tierno, que no se parecía en
nada a los corceles que tiraban de carretas de guerra adornadas para el día de
fiesta y de triunfo. Así entró Jesús a Jerusalén, cuando las gentes gritaban
hosannas al Hijo de Dios, al Rey de Israel, al enviado de lo alto, al Hijo de
David. No todo el pueblo participó, más bien se preguntaban quién sería aquél
personaje al que aclamaban los que lo acompañaban, mientras ellos se ocupaban
en sus ocupaciones habituales. De cualquier manera fue un día de triunfo para
su Hijo que tanto hacía por la salud y la salvación de aquellas gentes. Luego
de su entrada triunfal, Jesús se hospedó con algunos amigos en los que se podía
confiar. María continuó diciendo que Jesús supo organizar también aquella cena
de Pascua donde él se despediría de los suyos y podría darles por primera vez
lo que tanto les había pregonado, su Cuerpo y su Sangre como alimento para sus
agitados corazones. Ese día llegó y Cristo pudo convivir con los suyos, por
última vez, donde tuvo la oportunidad de lavar, con sorpresa de sus discípulos,
los pies, en señal de humildad y como ejemplo para que ellos hicieran otro
tanto. María miraba sorprendía a su Hijo que se encaminaba a un lugar de
oración donde pidió a los suyos que le acompañaran, lo cual hicieron a medias,
porque muchos de ellos dormitaron
mientras el Maestro rezaba presa de una gran agitación porque el momento que él
tanto temía y tanto esperaba ya se acercaba. María intuía que sólo con la ayuda
de uno de los más cercanos a su Hijo, sería posible aprehenderlo y eso ocurrió
porque Judas transó con los principales de su pueblo para entregar a Jesús. Después de la oración donde fue confortado
por su Padre, Jesús apareció sereno, enfrentado a los que traían el encargo de
tomarlo prisionero y llevarlo ante las autoridades. Aquí María se perdió entre
todas las noticias que le llegaban sobre su Hijo, pues las autoridades religiosas
se empeñaban en buscar motivos para poder acusarlo y mandarlo matar. Le
contaron a María de los golpes, las burlas y los escupitajos que le dirigieron
a su Hijo en el trayecto al tribunal. Fue llevado ya prisionero ante Pilato, la
autoridad romana que era el único que podría mandarlo matar y sucedió que
varias veces lo encontró inocente, pero por miedo a aquellas gentes que lo
acusaban, cobardemente lo mandó a la muerte en cruz. Nunca se encontró bien a
bien de que acusarlo, pero la muerte se posesionó de su Hijo. María se hizo
acompañar de algunas mujeres y de uno sólo de los apóstoles pues ella, aunque
también corriera peligro, no quiso dejar sólo a su Hijo en aquél momento
supremo de su dolor y de su entrega. Para ella fue desgarrador contemplar a Jesús
clavado en una cruz, acompañado de dos ladrones, y escuchar las burlas de los
enemigos, que secundando las tentaciones del maligno lo invitaban a que
bajándose de la cruz, mostrara claramente ante todos que él era el Hijo de
Dios. Jesús, resistió las burlas, y después de algunas horas de soledad y de
angustia, murió dolorosamente en la cruz. Parece que esto calmó a las gentes
que como en los grandes estadios después del triunfo del equipo salen
triunfantes del estadio para festejar su victoria. Aquí fue lo contrario,
porque cuando las gentes se retiraron, a duras penas lograron bajar a Cristo de
la cruz, para ser sepultado en un sepulcro conseguido por un buen amigo de la
causa de Jesús. María recordó al anciano Simeón, con aquella espada clavada en su
propio pecho, al tener a su Hijo muerto en sus brazos, desgarrado por la maldad
de los hombres, que no se parecía en nada a la criatura que ella había llevado
en sus brazos cuando Jesús era pequeño. De los apóstoles María supo que aunque
temerosos por miedo a los judíos, no se habían desperdigado, sino que se
mantenían unidos. Con ellos, María esperaba ardientemente que su Hijo triunfara
como lo había prometido muchas veces a sus apóstoles, y con ellos entraron en
profunda oración esperando aquel momento supremo de la Resurrección de su Hijo.
Reverentemente
acompañemos a María en esta semana que comienza con los ramos, continúa con
la Pasión y muerte del Señor, y finaliza
con triunfo de éste en su resurrección y que será al mismo tiempo el gozo de
toda la humanidad que ha sido salvada por Jesús.
Si
el mensaje te parece interesante, divúlgalo entre tus amistades, así lo desea
el P. Alberto Ramírez Mozqueda, desde
alberami@prodigy.net.mx