REFLEXIÓN DOMINICAL DEL DOMINGO DE RAMOS
EL SEÑOR
JESÚS MISERICORDIOSO Y JUSTO
El Mesías humilde del domingo de Ramos
El Domingo de Ramos al comienzo de la semana Santa ofrece dos motivos
fundamentales para la celebración de la comunidad cristiana: la manifestación
mesiánica de Jesús en las inmediaciones de Jerusalén y el gran relato bíblico
de la Pasión, ambos tomados este año del evangelio de Lucas. En el primer
relato, lejos de las categorías de triunfalismo y de exaltación del poder del
supuesto mesías esperado por Israel, el evangelio de Lucas presenta a Jesús
como Señor y como Mesías, pero de una manera sorprendente. Es el Señor
misericordioso, inocente y justo. La soberanía de Jesús es la de la humildad y
la sencillez. Su grandeza es la de ser servidor de los otros y su autoridad la
del que va a ser crucificado para revelarnos dónde y cómo podemos encontrarnos
con Dios en esta tierra.
El señorío de Jesús sobre un pollino
Tampoco en Lucas hay una “entrada triunfal en Jerusalén”, sino un
acercamiento mesiánico de Jesús, más bien dramático, a la ciudad, que le
conducirá a la cruz, tras un conflicto de muerte (Lc
19,29-40). El señorío real de Jesús queda patente ante los discípulos, que
realizan su mandato de proporcionar un pollino para la realización de un gesto
mesiánico simbólico de carácter profético (cf. Zac
9,9). La dignidad mesiánica se muestra cuando Jesús es entronizado como un rey
sobre el pollino. Éste es un animal digno y majestuoso, pero a la vez sencillo,
humilde y pacífico. El pollino no es tratado aquí como un animal de carga, sino
como el que sirve para realzar la figura de Jesús. Pero no se trata de un
caballo, propio de los poderosos y violentos, como corresponde a los reyes de
la tierra, sino de un pollino.
Aclamación al que viene en nombre del Señor
Asimismo la manifestación popular entusiasta no consiste en un desfile
militar sino en una alegría espontánea de seguidores, que esperan al que viene
en nombre del Señor, pero incorporando la aclamación de Jesús como rey. En esa
multitud de discípulos puede quedar representada la humanidad de los humildes y
sencillos que, lejos del poder establecido, anhelan la llegada del Señor y
Salvador, de un rey verdaderamente justo en quien se cumple el mensaje de los
profetas y cuya gloria real no pueden sofocar los poderosos de este mundo. La
multitud da gloria a Dios por todo lo que han visto en él.
Confrontación con Jerusalén y llanto por ella
En realidad la escena no transcurre en Jerusalén sino en el monte que
está enfrente de Jerusalén, más exactamente frente al templo. Y en
confrontación con el templo es como se plantea el mesianismo de Jesús, el cual
prosigue su recorrido hasta Jerusalén. Pero hay una escena lucana (Lc 19,41-44) que sigue a la lectura litúrgica, que es
relevante para mostrar la compasión y la misericordia de Jesús hacia la ciudad.
En el descenso del monte de los Olivos hasta el torrente Cedrón, para subir a
Jerusalén, desde un punto panorámico de extraordinaria belleza, Jesús, al
contemplar la ciudad… lloró por ella, porque no reconoció el momento de su
venida. Jesús empezó así su Pasión por Jerusalén, como el Mesías que ama a su
pueblo, pero éste ni percibe ni valora lo que significa la visita de su Dios ni
la forma en que ésta se ha realizado. Jerusalén no acepta a un Dios justo y
misericordioso cuyo Rey es este Jesús que contemplamos en la narración de la
Pasión, como víctima justa e inocente. Por eso lloró Jesús, no por sí mismo, ni
por lo que se le venía encima, sino por su gente y su perdición. Después Jesús
entró en el templo de Jerusalén y realizó la acción profética de la
purificación del templo como expresión de la necesidad de un cambio total de
orientación en la vida religiosa de su pueblo.
La pasión del hombre Justo
El relato de la Pasión en Lucas revela la tensión dramática de todos
los Evangelios. Sus temas fundamentales son también la identidad de Jesús y el
templo, cuyo velo, desgarrado en dos, incluso antes de la muerte de Jesús,
muestra la ineficacia y caducidad de dicha institución religiosa para seguir
representando el espacio de la presencia de Dios en esta tierra. Acerca de la
identidad de Jesús queda patente que es Mesías e Hijo de Dios. Pero Lucas pone
un énfasis especial al destacar al Señor como Justo por antonomasia. De ahí los
múltiples lugares donde se resalta la inocencia de Jesús. Pilato lo prueba y lo
comprueba hasta decidir su liberación. Las palabras del centurión pagano al pie
de la cruz constituyen la revelación más solemne de todo el evangelio de Lucas:
“Realmente este hombre era justo” (Lc 23,47).
Reconocer
la propia culpa y mirar por los que sufren
El paso decisivo para convertirse en discípulo de Jesús es hacer lo
mismo que hizo el buen ladrón estando ya en la cruz: reconocer la propia culpa
y proclamar la inocencia de Jesús poniéndose a favor de él como víctima
injusta. Para tener parte en el Reino es preciso ponerse de parte de las
víctimas, por el mero hecho de ser tales, como había hecho Jesús con la
adúltera. Jesús está en la cruz y es el Rey justo, porque es el Señor de la
misericordia. Al contemplar tal misterio la multitud se convierte a Dios. Sólo
con esta concentración de la mirada hacia Jesús en la cruz y, con él, hacia
todas las víctimas de la injusticia y los sufrientes de este mundo, se
producirá en nosotros la auténtica
conversión y el verdadero cambio de mentalidad y de comprensión del Mesías que
nos pedía el evangelio al principio de la Cuaresma.
La Pasión del Señor, maestro de bondad y de
justicia
Jesús ha sido entronizado y aclamado como rey, pero él viene en nombre
del Señor. No nos equivoquemos de reino. Este rey es el hombre inocente y
justo, Jesús en la cruz, que, en medio del espectáculo inhumano, violento e
injusto, consuma su fidelidad al Padre, su entrega definitiva realizada ya por
él en Getsemaní. Getsemaní es el momento de su Pasión interior, es la gran
tensión dramática de Lucas. Jesús se abre en oración intensa al Espíritu de
Dios y allí es donde asume la voluntad del Padre de que en él se realice el
plan de salvación mediante el amor misericordioso que toma cuerpo en su cuerpo
inocente, entregado por todos como expresión de la Nueva Alianza de Dios con la
humanidad. A partir de Getsemaní Jesús va como un Señor hacia la Cruz. En Lucas
el drama del proceso se ha transformado en una presentación ejemplar de Jesús
como maestro de bondad, de inocencia y de justicia y es el Señor que da el gran
ejemplo de la entrega de la vida para todo discípulo.
La Pasión como oración al Padre
Otras dos notas pueden caracterizar la lectura de la Pasión de Lucas.
La relación de Jesús con el Padre y con la diversidad de personajes del relato.
La oración, como vivencia fundamental de Jesús desde su vinculación y relación
íntima con el Padre, transforma en sacrificio eucarístico el sufrimiento de su
cuerpo, convirtiendo en proceso de vida el proceso de muerte al que está
sometido. Desde la oración confiada al Padre, la cruz será el nuevo templo y el
nuevo altar de la relación con Dios. El crucificado consuma el amor de la misericordia
en su oración y transforma el odio en perdón: De sus palabras “Padre,
perdónalos pues no saben lo que hacen” (Lc 23,34)
recibimos la capacidad para perdonar, incluso a los enemigos, y también la
audacia para proclamar siempre la verdad.
La Pasión de la entrega salvífica
En las dirigidas al buen ladrón “De veras te digo: Hoy estarás conmigo
en el Paraíso” (Lc 23,43) percibimos la salvación que
lleva consigo la defensa de las víctimas inocentes, el apoyo a la causa de los
justos y el reconocimiento de la propia culpa. Jesús hace de la solidaridad con
las víctimas y con los crucificados del mundo la más viva e inmediata expresión
de la participación en su Reino. Y a punto de morir en la cruz, podemos
percibir que Jesús ha transformado ya la muerte en vida y, más allá del
carácter dramático, los discípulos percibimos la serenidad y la paz de Cristo
por su misión bien cumplida, la de anunciar el Reino de Dios y su misericordia,
que le permite decir finalmente “Padre, a tus manos, encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46).
Mirando a Jesús el Justo….
En el relato lucano de la Pasión aparecen muchos más personajes que en
otros evangelios, y todos se retratan tomando diferentes posturas ante el
inocente cuya bondad desenmascara toda hipocresía. Ellos pueden servirnos de
referencia para nuestra meditación en la Semana Santa. En nuestra relación con
Jesús y en la vivencia del vía crucis de este mundo, ante la multitud de
víctimas inocentes en esta tierra, sabiendo que la persona de Jesús con su palabra,
su mirada o su presencia siempre nos interpela, podríamos preguntarnos a qué
personaje o personajes de la Pasión nos parecemos más:
¿A qué personajes de la Pasión me parezco más?
¿A Judas el traidor interesado? ¿A Pedro, el fanfarrón y después
arrepentido?
¿Al que se beneficia de la bondad de Jesús, sin respuesta personal
alguna, como el desorejado y curado?
¿A los dirigentes religiosos del entorno del templo, a los que les
estorba este tipo de Mesías, justo e inocente, y servidor de todos?
¿A Pilato, el político populista, que traiciona la verdad? ¿A Herodes,
el curioso y superficial?
¿A las mujeres piadosas y sentimentalistas, pero inconscientes de los
dramas de sus hijos?
¿Al pecador, arrepentido, digno y solidario, como el buen ladrón?
¿Al condenado insolente que se burla como todos los demás?
¿Al que ayuda a llevar la cruz de los otros, como el Cireneo?
¿A la multitud impersonal, convertida en masa, la mayoría manipulada
por los poderosos de turno?
¿A la persona que, como el centurión, abre los ojos para contemplar en
profundidad lo que realmente está pasando en la cruz?
¿A las mujeres discípulas que siguen allí presentes, hasta el final,
acompañando a Jesús incluso cuando ya está muerto?
¿O a Jesús, que vive el sufrimiento como entrega en el amor a la
voluntad de Dios haciendo siempre el bien al prójimo samaritano?
Y finalmente ¿en qué debo cambiar yo para ser un verdadero discípulo
de Jesús?
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura